Archive for junio 2016

Sobre cómo las selfies ridiculizan por completo la idea de Heráclito de que nunca nos bañamos en el mismo río



El otro día me ocurrió algo bien curioso. No pregunten por qué (porque no sé), hay una chica a la que sigo y me sigue en twitter. A ella le encanta publicar y publicar fotos. Fotos de ella por todo su perfil. Selfes, selfies, selfies (acompañadas siempre de un pensamiento bien “profundo” porque es muy intelectual). Obviamente las veo. Y debo reconocer, vivía enamorada. Bello rostro. Bella mirada (tiene un ojo medio bizco, pero bueno, eso... eso también es bello). Yo, realmente no soy amante de ese tipo de fotografía tan “artística”. No porque estén deformando a la humanidad. No porque sea un transgredir el espacio privado. No porque esté exponiéndome. Para nada. Todo eso es bueno, porque vivimos en el mejor de los mundos posibles y si eso ocurre es debido a que nada mejor nos puede pasar. A mí me gusta Leibniz. Leibniz dijo esto, ergo, yo cito a Leibniz. También debo reconocer que en algún momento llegué a sentirme mal. Porque cuando a mí se me ocurre tomarme una selfie, salgo como algo deforme. Imagen ideal para película de David Lynch. Y les digo, no es que me guste mucho ese estilo, pero una siempre tiene algo de niña caprichosa y se pregunta ¿por qué ella sí y yo no? (violines de fondo).

A pesar de que mi amiguita mexicana (a la cual hice partícipe de la belleza de twitter), amiguita esta conflictiva, me decía que no era tal cual como yo pensaba, que esas fotos estaban muy bien tomadas y que ella estaba segura segurísima de que en realidad no se veía de esa forma, yo continuaba enamorada de ese bello rostro.

Entonces un día, caminando por Juan de Palafox, ¡las cosas del diablo! Reconozco un par de botas. Reconozco el cabello. Reconozco el ojo bizco… ¡Era la chica! Con disimulo caminé casi a su lado. El impacto fue fuerte. Esa belleza twitteriana, esa sensualidad poblana, se convirtió en una enana fea, deforme, con un rostro mofletudo, con unos ojos caídos, con brazos gordos, espalda torcida y caderas inexistentes. Un asco. Repugnante a mis ojos de Afrodita cubana.

Este hecho puede ser lo más banal del mundo, pero a mí, a mí me traumatizó. Porque automáticamente comencé a pensar (y como yo pienso y luego existo, pues comencé a existir). Yo vivía fascinada con algo ahí. Algo que para mí era tangible. Algo que para mí era real. Y de repente, el golpe. La realidad en Juan de Palafox. Mas luego volví a pensar, ¿por qué razón lo de Juan de Palafox debe ser lo real? Últimamente las redes son más importantes, son más reales. No hace falta contacto humano si lo tienes ahí. Por lo cual, si la imagen que transita por el cibermundo es la de una bella señorita, y no la de un enano distrófico, pues esa, la primera, debe ser la más válida. Llegué a casa y lo primero que hice fue tomarme una selfie. Horrenda. Luego me posicioné frente al espejo. Me observé. No tan horrenda como en la foto. Pero como ya les dije, lo que vale es la imagen, la imagen imaginosa. Acto seguido llamé a mi amiguita mexicana. Necesitaba una selfie linda. Tomamos muchas. Pusimos filtros. Retocamos mi nariz, aumentamos un poco mis ojos. Me explicó cómo sonreír o cómo poner una mirada sexy. Al final salió la foto. Guapa, la verdad. Mas luego, volví al espejo. Y me observé. Y observé la foto. Quizás sea mi falta de costumbre, pero no pude subirla. No pude porque esa persona no era yo. Como tampoco soy yo la que sale en las fotos sin retoques. Me traumé más. Al pobre Narciso que lo crucificaron para toda la vida porque se fue un ratillo a mirarse al lago... Luego pues pasamos del lago al espejo y del espejo a las fotos y de las fotos a las selfies (porque no es lo mismo). Eso está bien. Lo que no comprendo es por qué las personas no se ponen nerviosas, como me pongo yo. Ya no sé quién soy. O la que se acaba de levantar, o la que se mira al espejo sin maquillaje, o la que se mira al espejo con maquillaje, o la que se toma una selfie sin filtros, o la que se la toma con.

Supongo que aquí la respuesta de muchos sería: el exterior no es lo importante, no es lo esencial. Pero como igual ya me conocen, pues saben que ese criterio me importará muchísimo (nada), así que no resuelven mi problema. El exterior, mi carne, mis fracturas, mis pies pequeños y mis ojos chinos también son parte de mí. Son parte de mi esencia. Porque cuando yo despierto y veo mi reflejo en cualquier lugar, me auto reconozco y me saludo: ¡Hola Monique!

Supongo que lo que hacen todos aquellos selfieadictos es que logran reconocerse en esa imagen que proyectan en las redes. Pero ahí va otro problema, ¿cómo hago para siempre verme igual en las fotos? Tantos filtros, tantas cositas para retocarse, que en serio, debe ser muy aburrido regirse sólo por una. Restricciones hasta cuando uno mismo se crea. Si puedo ponerle filtros a mis fotos, yo quiero ser un día verde, otro día azul, otro día tener ojos grandes y otros simplemente agregarme un sombrero… no sé. Cambiar. Y es que en las selfies hay cambios. ¡Muchos! Ahora con Snapchat todo el mundo tiene cara de perrito o de oso panda. Pero la modificación de la imagen viene a partir de una primera modificación. Y esa primera es la que no cambia: el retoque primero ya se queda inmóvil. A partir de ese es que comienzan los cambios. También recordé a Heráclito y su “nunca nos bañamos en el mismo río”. Pensé en Narciso, ¿se habrá mirado él también en un río? ¿Habrá visto que el río no es el mismo y él tampoco era el mismo, porque todo el tiempo cambiamos? En fin, que ese tipo de imagen perfecta creada y que siempre es la misma, hace que la hipótesis heracliteana de que somos y no somos todo el tiempo por nuestro constante cambio,  se vea desarticulada gracias a las selfies. Y atención, el señor Heráclito se refiere a que somos y no somos los mimos ni por dentro ni por fuera (para los que dicen que lo esencial es el interior, ese interior también cambia y bastante). Con las fotos de ese estilo, lentamente nos quedamos estáticos y esa esteticidad va penetrando y penetrando hasta que también nos paralizamos por dentro. ¡Ay Heráclito destrozado por las selfies! 

Pero ya les digo, eso está bien. Así son las cosas ahora. Por eso, he decidido que la opción es, primeramente crear, aceptar y acostumbrarme a la estaticidad  esa de la foto. Tratar de reconocerme ahí. Y por último, seguir deleitándome entre tantas fotos bonitas que me ofrecen las redes y jamás, jamás, volver a salir a la calle. O por lo menos, andar con la mirada perdida, sin observar a ningún transeúnte. Me parece que de esa forma, me evitaré muchos malos ratos y no tendré que confrontar a personas distróficas. Estoy segura que si logro esto, seré súper trendy y feliz en este, el mejor de todos los mundos posibles.

En fin, gracias por leerme.

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Cuando fui a una charla de alcohólicos anónimos y descubrí que yo soy yo y mis adicciones



Tengo tres cigarros para redactar esto. Se acaban los cigarros, se acaba el post. He dicho.

Hace una semana y media fui a una reunión de alcohólicos anónimos. Estaba yo en mi trabajo, dispuesta a leerle a mis alumnos una historia de Cortázar y de repente, pues nos dicen que suspendido todo. Debíamos asistir a una charla que darían unos chicos de AA. Los estudiantes no estaban muy contentos que digamos porque, por muy “perdida que esté esta juventud”, es preferible imaginar cómo se vomitan conejos a pasarse dos horas escuchando a otros vomitar alcohol. El alcohol debe ir siempre hacia adentro, no hacia afuera. Mas, las cosas son como son y allá nos fuimos todos.

 Eran cinco chicos, la mayoría menores que yo, con una trayectoria adictiva de mínimo diez años. Uno, recuerdo, tenía veintidós. Es decir, que con doce había comenzado a meterle a la coca, a “la mota” y a beber. Debo reconocer que eso me impactó. Cuando yo tenía doce años, no recuerdo bien en qué andaba pero de ninguna forma, estaba consumiendo nada. A pesar de que mi novio de aquel entonces, sí. Pero a mí, la verdad, drogas… no sé… es que yo ya vivo drogada mentalmente. El punto es que, el discurso dado por cada uno daba lástima. O sea, no puedo tomar mucho en cuenta la tristeza  de alguien, si el resto de los conferencistas sufridos se la pasaba tomándose selfies. No obstante intenté prestarles toda la atención posible porque al final, uno en estos tiempos no sabe si pueda terminar así, o cuidado uno ya no esté así. Ergo, yo presté atención para autoanalizarme a partir de la reflexión del otro. Igual mis alumnos prestaron atención para ver qué se cuestionaban al final de la charla. Es que les prometí un punto extra a todo aquel que preguntara al final. Y ellos, adictos a las buenas calificaciones…

Después de escuchar a los AA decir que ya estaban curados, que no necesitaban de NADA para estar felices, que tenían un padrino espiritual dentro del grupo, que estaban tan tranquilos que ya no se fijaban cada cuánto sus exnovias se conectaban a Facebook o cambiaban su foto de perfil, obviamente yo tuve muchas dudas. Y como siempre, alcé mi bracito petit y comencé.

La primera fue en torno al nombre. Yo siempre pensé que si un grupo de AA daba una conferencia fuera de su entorno privado, se pondrían unas máscaras, o se proyectarían como hologramas, o montarían un teatro de títeres… no sé, pero verlos, verlos implica una severa contradicción en el nombre. Ya no son Alcohólicos Anónimos, más bien son Alcohólicos no - Anónimos. El chico que llevaba las riendas del debate (un adicto fuertote) no supo qué decirme, pero bueno, igual me habló nuevamente de Facebook y de que ya no veía cuántas veces se conectaba su exnovia. Y bueno, yo acepté la respuesta porque quizás, no sé, se relacionaba con mi pregunta por el hecho de que ya él se mantenía anónimo ante las fotos de perfil de su chica, es decir: alcohólico anónimo en el Facebook de la exnovia… digo yo.  Luego lancé mi segunda pregunta: sobre el padrino espiritual. Eso sonaba bien. Otro de los chicos (el de veintidós), me dijo que cada uno tenía un padrino diferente, y que servían para orientarlos en la vida. Por ejemplo – volvió el fuertote – mi padrino espiritual fue quien me aconsejó que no revisara más el Facebook de mi exnovia (volvemos a la exnovia). Igual lo acepté. Yo quiero a alguien que me diga que no mire más el Facebook de muchas personas. Eso es un gran problema, la verdad. La tercera fue en torno a la cero necesidad de NADA para ser feliz. Yo acabo de terminar un semestre entero estudiando a Heidegger, así que escucho esa palabra, “nada”, y de repente sufro una especie de colapso mental porque recuerdo el infierno que viví con la nada que nadea. Primero los felicité por esa poca necesidad de cosas para llegar a la ataraxia (agradecieron, uno se tomó una selfie conmigo de fondo). Ya después les pregunté si no habían tenido necesidad de sustituir un vicio por otro. Cuando vivía en Nueva Zelanda y no podía fumar, cambié el tabaco por el té con leche. Y me volví adicta a eso. Ellos me dijeron que no. Que no les había hecho falta nada. Entonces volví a preguntar: ¿alguno fuma? Respuesta: todos. Luego, ¿alguno toma café? Respuesta: todos. Otra más, ¿alguno hace algo muy repetitivamente al punto de que si no lo hace no se siente bien, ejemplo gimnasio (pensando en el fuertote), pastillas para dormir, etc.? Respuesta: todos. No obstante, el fuertote me dijo que antes era adicto a revisar el Facebook de su exnovia, pero que ya, por suerte, no lo hacía (en serio, comenzaban a entrarme unos deseos irresistibles de revisar el Facebook de la exnovia, porque como yo no tengo un padrino espiritual, aún no sé cómo controlar eso). Muy bien, muy bien – exclamé yo – pero, ¿no les parece que al final sí necesitan de cosas para ser “felices”? Porque por ejemplo tú – le dije al de las selfies -, ¿si no te fumas tus cigarros, te sientes cómodo? Respuesta: no, no me siento cómodo.  

Paréntesis: Se acabaron los cigarros, pero como quiero seguir, bajo por más y continúo




Ya regresé.

Entonces yo respondí: ¡Ahhh, ahhh! ¿Ya ven? Alcohólicos ya no serán. O drogadictos, o lo que sea. Pero adictos… adictos… eso sí son. Silencio. Ahí ya mis alumnos comenzaron a mirarme, pues los había casi dejado sin tiempo para que preguntaran y ganaran su punto extra. Así que me callé. Cada uno planteó sus cuestionamientos, los AA contestaron. En algún momento volvió a salir el tema del Facebook de la exnovia (si no encuentro a la maldita exnovia, la que no va a alcanzar la felicidad jamás seré yo). Al final hubo aplausos y nos entregaron, primero unos folletos para personas que piensen, puedan ser alcohólicos. Lo más interesante de eso era que había uno para mujeres y otro para hombres. Conclusión: no es lo mismo ser alcohólica que ser alcohólico. Eso me fascinó. Lo otro interesante es que  cada folleto tiene cuarenta cuartillas con una tipografía que ni con lupa. Como me dijo ayer uno de mis profesores: para leerse eso, hay que obligatoriamente darse un trago.

Luego, nos entregaron a cada uno un test para saber si éramos adictos o no.

Como aún quedaba una hora de clases, la directora me pidió que resolviera el cuestionario con ellos y que les diera una charla sobre lo malo que es ser un adicto. Ahí sí me puse nerviosa. Porque sabía lo que me dirían mis alumnos: pero miss, ¿cómo nos va a hablar de eso, usted que se fuma cuarenta y seis cigarros en seis horas? Y así fue. Mas yo soporté la pregunta estoicamente y les dije, primero respondamos esto. Experiencia horrible para mí ese test que, cambiando la palabra alcohol por muchas otras (y también dejando la palabra alcohol), salía que era  una perra adicta destinada a reclusión por tiempo indefinido. Mis alumnos salieron por el estilo: muchos adictos al Facebook y a revisar el de sus exnovias-os (ya les dije, eso que repitió tanto el fuertote, es un tema importante). Algo también buenísimo del test es que te repetía tres veces: “¿has tenido lagunas mentales?” Claro, eso es algo lógico: si tienes lagunas mentales, hay que repetírtelo varias veces.

Al final, todos con caras largas nos quedamos en silencio. Entonces yo, en un ataque de Cristo redentor, grité: a ver muchachos, ¿quién no es adicto a algo en esta sociedad? Reflexionen, concéntrense. ¿Hay manera de no ser un adicto hoy en día?

Cuando llegué a casa no pude dejar de recordad a Ortega una vez más (como mismo lo recordé en el post del japonés y los pingüinos azules de Nueva Zelanda). Y pensé en mis circunstancias. Yo, ahora mismo, vivo en una circunstancia adictiva. La circunstancia es la adicción. Y no puedo escapar de ella. De ninguna manera.

Comencé a reflexionar sobre algunas de mis adicciones. Yo soy adicta al cloro. No puedo hacer nada en mi casa si no lo utilizo. Lavo toda la ropa con cloro, no importa el color que tenga. Limpio el piso con coloro, friego los platos con cloro. Desempolvo las cosas con cloro. Y cuando termino, no me lavo las manos para continuar con el olor a cloro. Ya les digo, me lo tomaría si no supiese que me puede provocar una perforación en el hígado. En mi departamento puede faltar comida, puede faltar agua, pero no puede faltar cloro. También me he dado cuenta que soy adicta a los animales, o más bien a los animales que no están vivos. Ahora mismo me he puesto a contar: tengo una estatuilla de un kiwi, otra de una jirafa, un pony de madera, un dibujo de un conejo y cuatro unicornios: tres pintados y uno inflable con los colores de la bandera gay en el cuerno y la cola.  Yo necesito llegar a mi casa y verlos a todos. Y sentarme en el sofá y mirarlos. Soy adicta a agarrar el unicornio inflable y apretarle las patas para ver cómo chilla. He llegado al tal punto que, si en algún lugar de la casa no hay algún animal con el que pueda hablar, pues me pongo ansiosa. También soy adicta a los zapatos. Sobre todo a los zapatos que se parecen y son negros. Llegué a este país con tres y ya voy por dieciséis, de los cuáles, trece son negros. Las pastillas, a las pastillas. A esas que relajan: diazepán, clorodiazepóxido, difenhidramina (que es para la alergia, pero me la tomo para dormir). Hace poco me fui a Cuba un par de días a buscar más de todo esto porque ya se me habían acabado. Al cigarro, pues mi relación con el cigarro es como con alguien a quien dices poder dejar si quieres, pero que al final te desquicia y vuelves y vuelves. Cigarro- pastilla- unicornio, es la combinación perfecta luego de limpieza con cloro. También soy adicta a la lectura. Cada día tengo que leer algo. Lo que sea, pero algo. Y luego reflexionar sobre eso. No incluyo la escritura pues eso no es una adicción, es una necesidad. También soy adicta a la imbecilidad. No puedo vivir sin imbecilidad, sin ser imbécil, sin rodearme de ello. Si no tengo una conversación imbécil, preferiblemente con un imbécil de esos que no habla de literatura intelectualoide, ni de cine intelectualoide, ni de lo tanto que le afecta el calentamiento global y la muerte de los animales, ni de cómo es capaz de amarrarse a un árbol para evitar el asesinato de un pollito o de un pez en un río contaminado, ni de cómo el PVC va a destruir a la humanidad, ni de cuánto sufre y se angustia por dichas cuestiones… si  no tengo una conversación con un imbécil que no hable de estos temas tan pero tan profundos, pues no puedo resistir un día. Muero. También, como ya saben, soy adicta a las mentiras. A las mentiras intelectuales. Si no invento cosas, si no las cambio, si no creo citas y referencias pues también muero. Es como un día sin cloro. Me tiembla la mano. Igual soy a dicta a que me muerdan el labio inferior. Si no me besan, no hay problema, me lo muerdo yo misma, pero un beso sin una mordida ahí, no es un beso. No y no. Ese dolor ínfimo es delicioso. Adictivo.

Y bueno, estas son mis adicciones más fuertes, las que no puedo evitar. Sin ellas, sudo frío. En ocasiones lo que hago es sustituir temporalmente una por otra: cloro por veneno para cucarachas, mentiras a los demás por auto-mentiras, zapatos por cemitas, las pastillas por remedios homeopáticos. Yo me justifico pensando que todo esto me ha ocurrido porque soy como el Quijote ante la llegada de la Modernidad. El Quijote muere y yo también muero ante el Capitalismo, pero me olvido de mi muerte con todo esto. Yo soy yo y mis adicciones Ortega, mis adicciones que no son más que mis circunstancias y las de todos los demás. Porque no sólo yo ando así. Adicto ya anda hasta Dios, mi amigo. Él me lo ha dicho.

Entonces, definitivamente debo entrar en algún grupo de AA. Pero eso sí, si yo entro a uno, si me decido a tener un padrino espiritual, a no revisar el Facebook de mi ex. Si yo me decido a ir por ahí dando charlas sobre lo malas que son las adicciones, pues voy a crear un teatro de títeres, o me crearé un holograma, o me pondré una máscara de unicornio. Porque si soy anónima, soy anónima.

En fin, gracias por leerme.

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