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La mueca


 La mueca a causa del dolor en la espalda que me despierta. La mueca porque el dragón que habita en mi barriga despertó y rugió. La mueca porque algo me incomoda y no sé qué es. La mueca porque fumo un cigarro con el estómago vacío. La mueca por tener que preparar el desayuno. La mueca por no prepararlo. La mueca por el dolor en la parte derecha del pecho. La mueca porque fumo  otro cigarro con el estómago vacío. La mueca por detenerme a pensar en qué pasaría si dentro de mi jarrón lleno de agua y flores, vivera un pez y que eso sería una forma económica de tener peces sin peceras. La mueca porque extraño tener cerca mis libros de Lezama. La mueca porque tengo hambre. La mueca porque pienso en todas las cosas buenas de la vida. La mueca porque me doy cuenta que no hay nada bueno, al menos para mí. La mueca de la decepción. La mueca ante la desconfianza. La mueca ante los engaños. La mueca porque ya es tarde y aún no desayuno. La mueca porque no entra suficiente luz. La mueca porque las cañerías huelen feo. La mueca porque Perri, el perro de abajo, ladra mucho. La mueca porque me asfixio en mi casa. La mueca porque vuelvo a fumar. La mueca porque me entero de situaciones desagradables. Y la mueca porque tienen que ver conmigo. La mueca por tener que untarme crema antiarrugas y protector solar. La mueca a causa de tener que vestirme tapada. La mueca porque mi abrigo no va con mis zaparos. La mueca porque debo salir a comer. La mueca al concientizar que no cocinaré. La mueca por no encontrar la llave. La mueca por el ruido que hace la puerta al cerrarse.

Entonces…

Me pongo las gafas de sol y con cara de diva afectada, bajo las escaleras. Me voy a un Italian Coffee. Pido un panino de algo que no sea vegetariano. Y un café frappé de menta con chocolate, crema y pana. La mueca porque al pan le falta pesto. La mueca porque el frappé hace que mi café no sepa fuerte. La mueca porque abro mi libro y me doy cuenta que dejé mis lentes. La mueca porque sólo me gusta leer en casa.  La mueca por el sol, que está demasiado fuerte. La mueca porque pagué demasiado por muy poco.

Entonces…

Me levanto. Me pongo las gafas y con la postura de diva afectada, me marcho. ¡Adiós idiotas! – digo a todos, aunque no me escuchen.

Entonces…

Encuentro ahí, en la esquina a un payaso. El payaso me pide una moneda y me hace un chiste. Le digo que es muy malo. Pero que le doy una moneda si se va  a mi casa y allí, me hace algunas payasadas. El payaso accede. Vamos a mi casa. Le ofrezco un poco de agua, que es lo único que tengo. El payaso me dice que no toma agua porque se le queman los cables. Yo le digo que no tengo más nada que darle. Me dice que si quiere que me haga payasadas debo depositar la moneda en el agujero en su espalda. Le meto la maldita moneda. Y entonces estuvo haciéndome payasadas durante tres horas y cuarenta minutos, que se acabó el valor de mi moneda. Yo lo escuchaba, sentada en mi sillón, con mis gafas y mi rostro de diva afectada. Hizo maromas con un globo y con un perro que le faltaba una pata. Me contó unos chistes intrascendentes. Le dije que hiciera chistes de filósofos. No sabía. Pero sacó una cotorra que cantaba como Madonna. Igual mi mueca continuó. Luego me regaló una flor, como todos los payasos; intentó que confiara en él, como todos los payasos. Y me regló una sonrisa falsa, como todos los payasos.

Me quedo sola de nuevo. La mueca por estar sola. La mueca porque extraño. La mueca porque,  ahora que lo pienso, el perro cojo sí estuvo chistoso. Entonces río recordando al perro. Y en ese momento en que río como loca pensando en qué pasaría si el perro cojo viviera con el pez, dentro de mi jarrón con flores, riendo entonces como loca, llegan los demás. ¡Y están tan felices de verme siempre  feliz! ¡Y están tan felices de ver que la positividad inunda mi ser! ¡Y están tan felices porque siempre me ven sonriendo! ¡Y están tan files, tan, simplemente felices!
En fin, gracias por leerme.

 

 

 

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