Archive for 2019

Sobre encender y apagar luces, sobre cuerpos que quizás se pudran y quizás, sobre el suicidio


     Hace mucho tiempo, alguien me dijo que encender y apagar luces era muy divertido. Yo le pregunté, por qué y me respondió no sé.
     En general, los no sé me enojan. A mí me gusta saber cosas, estén bien o estén mal, me gusta saber cosas. No me gustan los misterios porque ya bastante con que una sea un misterio, y con que los demás sean un misterio, para que también las cosas sean un misterio todo el tiempo. Por lo menos, las cosas tienen la oportunidad de ser una cosa y tener una explicación desde la cosa – o eso decía Marx. Y Lenin. Hay veces en que estoy de acuerdo con ellos, o por lo menos, me creo estar de acuerdo con ellos porque se complace esa parte de mí que quiere llegar a conclusiones. Por lo mismo de eso, de querer saber, me gusta hacer hipótesis y teorías conspirativas.  Así me creo que sé cosas. Pura ilusión la mía, pero bueno, el punto no era el saber cosas, el punto aquí era encender y apagar luces.
     Como ese alguien me dijo no sé, yo me di a la tarea de entender por qué es divertido encender y apagar luces.
     Al parecer lo divertido de encender y a apagar luces es sentir que uno está y no está. Todo cambia cuando hay luz y luego vuelve a cambiar cuando no hay luz y luego vuelve a cambiar cuando vuelves a encender la luz en un mismo lugar y luego vuelve a cambiar cuando la vuelves a apagar. Los ojos se irritan y la perspectiva de lo que hay cambia completamente a cuando los ojos están despejados. Lo mismo sucede con las sombras, por cada encender y apagar la luz, las sombras cambian. Se mueven como viajando, como creciendo, como volviendo a su estado primario; las sombras hay momentos en que se escurren en la luz encendida, hay momentos en que se quedan paralizadas por la nueva interpretación del lugar, tan paralizadas como nos quedamos nosotros tras cada cambio luego de encender y apagar el foco. Para quien está siempre en el mismo lugar, encender y apagar luces puede ser la opción perfecta para viajar, para conocer, para interactuar con las cosas de manera diferente. Ahora te encuentras en Berlín y en un instante pasas de ciudad y lugar y espacio hasta quizás, volverse, lugares distópicos.
     Es lindo todo eso, me recuerda a Lezama y su casa en Trocadero y a Borges y su biblioteca, y a ambos  y su predilección por estar en un solo lugar.
     Pero hay veces que temo quedarme en ese encierro que no es encierro y que, mientras mi mente y mi corazón viajan, se mueven, se trasforman, mi cuerpo, mi cuerpo el que se puede tocar, se empiece a inmovilizar. Primero mis piernas, luego la columna hasta paralizar el cuello, luego las manos, luego los dedos.  Y que luego de que pase eso, se me revienten algunas venas de las piernas y me comiencen a salir escaras en la espalda, y que el pelo me empiece a crecer demasiado y yo detesto el pelo largo, al igual que las uñas largas. Y que luego de todo eso, me empiece a dar sed, mucha sed y no pueda tomar agua y que luego tenga hambre, mucha hambre, y que no pueda comer. Y así, lentamente, mi cuerpo, mi cuerpo el que se puede tocar, se vuelva intocable para todos los demás, excepto para las sombras que cambian y se petrifican y se escurren en la luz, al encenderse y apagarse el foco. Y al final, temo que la luz se quede prendida o apagada. Y que ya mi cuerpo, ni con una vara pueda llegar al interruptor. Y que de repente, los cambios desaparezcan, y todo se quede igual. A no ser que abriera y cerrara los ojos, que los irritara constantemente, para ver si algo pudiese quedar de ese rejuego de luz y oscuridad. Pero ¿y si se irritan demasiado y ya no vuelven a su estado natural? ¿O si no logro que con la irritación aparezcan los cambios? No sé cómo ese alguien no pensó en todas estas cosas. Quizás se dejó llevar y ya. Quizás ya se pudrió su cuerpo. Quizás no. Quién sabe.
     Encender y a apagar luces es una especie de suicidio en vida.


En fin, gracias por leerme. 

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Breve conversación con un colega, cubano, periodista. También esto podría llamarse: Y Y Y, Money Money Money


     A propósito de mi último ensayo, él me dice:
- Y es que tú vives de sacar money hablando mal de los filósofos y con eso te das la dulce vida.

     Yo respondí:
- Y es que tú vives de sacar money hablando mal de Cuba y con eso te das la dulce vida.

     Y así vamos todos por ahí, sacando money money, money money, money money.  

En fin, gracias por leerme. 

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Sobre el Terror



  Esto es lo que pasa cuando tienes seres queridos, que son ancianos y que están lejos.
  Hoy, después de cuatro horas, miré mi celular. 
  Vi que tenía varias llamadas perdidas de un número no registrado. 

  Luego vi el último de una serie de mensajes de texto, que decía, en mayúsculas, URGENTE.
  En ese instante, se me contrajo la nunca. 
  Lo primero que pensé fue que mi padre se había muerto.

  
  En fin, gracias por leerme. 

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Sobre quejas, banquetes, ampollas y menos de cuarenta horas de trabajo semanales.





  Todos se quejan, se quejan, se quejan. Mi amiguita de Alemania se queja porque pesa veintiocho kilos de más. Mi amiguito de Cuba, porque lo detuvo la policía por estar entrevistando a gente que sabe la verdad. Mi amiguita chilena se queja y aparte de quejarse, se deprime, se desilusiona, se le quitan las ganas de vivir, se pone a hablar con los perros callejeros porque ella es una perra callejera sin hogar. Mi mamá se queja porque no hay aceite, ni pollo, ni nada. Mi papá se queja porque duerme demasiado tarde y nadie le hace compañía a esas horas. Mi prima francesa se queja de que todos los franceses se quejan.
  Está otro grupo que se queja y hace partícipe a toda una comunidad. Mi cuñada se queja en Twitter. Esa es la única forma válida de queja. Otra amiga opina lo mismo; se queja y siempre utiliza imágenes, o memes, o selfies para validar la queja. Mi amigo el cubano-catalán, lo hace en facebook y mis conocidos chinos, crean grupos de Wechat y por ahí se quejan.
  A mí las quejas me provocan hastío. No angustia, porque la angustia aparece cuando el sentimiento es indefinido. Ni miedo, porque el miedo provoca una punzada grande en el hígado.

  Es hastío.

  Es como ir a un banquete y comer hasta reventar y tener deseos de vomitar y no poder vomitar y no poder desprenderse del deseo de vomitar y el vómito no sale. Es como tener una ampolla en la parte interior izquierda del labio y que esa ampolla duela y duela y uno sepa que se debe reventar pero uno se la pase pasándole la lengua a la ampolla hasta que la lengua se entumece porque tampoco puede entiendan no puede reventar la ampolla que se debe reventar. Es como repetir una y otra vez la misma situación situación que tiene cientos de posibilidades de resolución pero que uno se concentra en repetir la misma experiencia tortuosa de la inmóvil situación de la inmutable situación.

  Es hastío. 
  Es aburrimiento.

  La queja aparece por el exceso de tiempo. Una queja necesita tiempo: tiempo para sentirla, tiempo para entenderla, tiempo para construirla, tiempo para que exacerbe la parte narcisista de todos nosotros, tiempo para que nos haga creer que nuestra historia, nuestra opinión ES importante. Mucho tiempo.
  La queja necesita una persona que trabaje menos de cuarenta horas semanales.      
  
  Obviamente, yo me quejo sin parar. Soy cubana, soy filósofa, no me gustan mucho las personas, no tengo la energía suficiente para esforzarme por resolver mis penumbras. Soy una persona ególatra que le encanta vivir en el hastío. Soy muy aburrida. Tengo mucho tiempo. Trabajo doce horas a la semana.

En fin, gracias por leerme.

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Sobre la historia de amor de dos ancianos ex integrantes de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Sobre cómo mi padre es uno de esos ancianos. Sobre cómo la muerte de mi padre es algo en lo que pienso.



I
  Sobre la historia de amor de dos ancianos ex integrantes de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Sobre cómo mi padre es uno de esos ancianos. Sobre cómo la muerte de mi padre es algo en lo que pienso.
  Entre las cosas superficiales que me desagradan bastante (chinos, peruanos, enanos, niños, cuerpos sin curvas) se encuentran también, los ancianos. Y aunque tengo amigos chinos, amigos peruanos, amigas con cuerpos sin curvas, amigos ancianos, amigos enanos y amigos niños, en su generalidad, me molestan. Me desagradan. Me hacen sentir incómoda. Es que siento que se me pegan esas cosas, ¿me entienden? Por ejemplo: si estoy cerca de un enano, me siento enana, si estoy cerca de un anciano, me siento anciana, si estoy cerca de un cuerpo feo, me siento fea. Tengo la sensación de que todo aquello se me mete por cada poro abierto de mi piel hasta convertirme físicamente, en algo que no soy. El problema no es de los demás, el problema es mío y de mi amigo Dios, que me hizo así, no apta para aceptar cambios en mí.
  Pero bueno (que ya me estoy desviando) en esta oportunidad, quería hablarles sobre un anciano en particular: mi padre. Mis hermanas y yo, todas lejos de él (físicamente) estábamos convencidas de que nos enteraríamos de su muerte tres días después, cuando su cuerpo apestara y alguien nos avisara. Es una de las pesadillas que durante mucho tiempo había ocupado mi mente y que hace que le escriba como loca todo el tiempo y ansíe sus respuestas. Pero mi padre no sabe utilizar bien el celular y sólo responde cuando quiere, cuando  o sus dedos gordos le permiten teclear.
  No obstante, por esas contradicciones que tengo siempre, también me entusiasmaba la muerte poética de un hombre solo, en su casa desaliñada, entre libros, periódicos y películas en dvd. Con las fotos de sus hijas alrededor y para rematar, varios poemas y textos inconclusos, regados por ahí. Eso es una muerte poética. Mejor que morirte en un accidente, o simplemente, de viejo. Mi padre vivía en una soledad interna y externa difícil de superar. Yo, repito, sabía más que nadie que eso no estaba bien. Que por lo menos hay que amainar una de las dos, pero también secretamente alentaba la poesía melodramática y bucólica de la soledad extrema.
  De repente, un día todo cambió. Nos envió un correo a mis hermanas y a mí, contándonos que había encontrado el amor nuevamente. Se reencontró con una novia de la juventud, para la cual, él fue su primer amor carnal.
  Mi hermana mayor se asustó pues pensó que ya comenzaba a estar en un estado mental senil. Yo pesé que era mentira, una forma de llamar la atención. Y mi otra hermana, ni caso le hizo.
  Entonces, otro correo más hablando de lo mismo. Mi hermana mayor, ya a punto de la histeria, comenzó a averiguar por todos lados si era cierto o no, lo de la novia de la tercera edad.
  ¡Y cierto era! Mi hermana mayor se quedó atónita. Mi hermana del medio se quedó atónita. Yo me quedé atónita, pero doblemente, al enterarme que la iniciadora indirecta de ese romance, había sido ¡¡¡¡El gato de Monique!!!!
TURURURUUUUUUUUUUUUUU
 II
  Y es que debido al blog,  un día un chico me habló por Messenger. Las cosas no pasaron del hola, hola, me gusta tu blog Monique, ah muchas gracias, qué bueno y de alguna u otra tontería de hombre que quiere llamar la atención. El chico estaba  aburridamente obsesionado con su padre, que ya había muerto.  Ahora se obsesionaba con su madre, vieja sola, sola, sola, sola. Un día, sin ninguna razón, hablamos de los trabajos de nuestros padres y sin más, no volvimos a comunicarnos, durante algunos meses.

III
  Finalmente nos enteramos de quién era la novia de nuestro padre. Una señora que a los quince años, había tenido ciertos encuentros amorosos con mi futuro progenitor. Luego del romance, cada uno siguió su camino. Mi padre se casó, enviudó, se volvió a casar, se divorció y nunca más, supieron uno del otro. Hasta un día en que una antigua amiga le pasó el número a mi papá, de la antigua quinceañera pasional. Ahí empezaron a hablar, luego planearon un encuentro para dar un paseo y luego otro. Al tercero ella le preguntó por sus intenciones, él le dijo que quería algo serio y ya. Comenzaron a salir.

IV
  De repente el chico de Messenger me escribe y me dice: oye te cuento algo, ¡tu padre y tu madre me regalaban pollos rostizados cuando yo era niño! Como eso me parecía más interesante que sus pláticas del padre muerto, o de algo en el blog que le había recordado a su padre, me interesé por ese chisme. Entonces me contó. Que su padre y su madre habían comenzado a salir gracias a mi papá. Que su madre era muy amiga de él y años después su padre se hizo amigo de él. Y que mi padre, de casamentero, los unió. Años después nació él y ya todos amigos, el niño de Messenger pasaba las tardes con mis padres, en Yucatán, comiendo pollo.

V
  Obviamente, yo tenía que ver esa historia de la novia con mis propios ojos y agarré un avión y me fui a la Habana. Quería saber los detalles. Quería saber cómo había ocurrido eso. Quería poder definir por qué azares del destino la muerte bucólica y poética de mi padre se había convertido en una llamada al instante de una novia anunciándome que a mi padre le había dado un paro cardíaco, o qué se yo, alguna muerte de esas de los viejos. Por otro lado, me hacía feliz saber que mi padre estaba rehaciendo su vida, que no moriría solo, que estaba feliz. Era confuso todo. Me sentía enferma, como si un montón de chinos, enanos, peruanos, todos con cuerpos feos, niños, ancianos y también adolescentes con Síndrome Down y sexualmente activos, estuvieran acosándome. Pero decidí relajarme y no pensar, porque miren que para aquel entonces, yo tenía una piedra en la vesícula y si me alteraba, me inflamaba y si me inflamaba me veía sin curvas y ¡voila! Una de las cosas superficiales que me desagradan, me podía atacar.
  Cuando llegué a la Habana, comencé a planear el encuentro con mi padre y su novia, la antigua quinceañera fogosa. Llevé regalos y mi mejor cara, pero la señora, la pobre tenía la presión descontrolada y no era capaz de viajar hasta la Habana. Todo esto lo supe mientras comía con mi padre. Él estaba preocupado. Su rostro se me hacía desconocido: una mezcla de inquietud y de aparentar que todo está bien. Pero todo no estaba bien... Resulta que la señora estaba con la presión alta ya hace semanas debido a los horarios de sueño descontrolados de mi padre. Y también porque él la invitaba a tomar cervezas y una hipertensa no puede. Mi padre es muy imprudente. A mis catorce años, mató sin querer a mi ratón de laboratorio porque le dio ron, en vez de agua… a ver qué pasaba. Yo recordé eso y no pude dejar de pensar que ese podía ser el futuro de la antigua quinceañera. ¡NOOO, NOOO! Así que hablé con él y le dije: papá, tienes que portarte bien, tienes que aprender a convivir con otra persona y sobre todo, ¡tienes que dejar que las personas duerman! Recuerda cómo estabas enfermando de los nervios a tu hija mayor, por estar toda la noche en el sillón, viendo la tele, o llamándome por teléfono. Todos no son como tú y como yo. Le dije que a su edad, viejo y loco no iba a conseguir a nadie. Que era una suerte que esa señora con hipertensión hubiese accedido a darle un poco de amor. Papá, le dije, nosotros no estamos hechos para el amor, debido a nuestra angustia ancestral, pero si tú quieres amor, pues entonces cuídalo. Me sentí muy adulta, muy seria. Hasta sentía que, de tanto estar en contacto físico y emocional con mi padre, que me salía una arruga en la frente. Mi papá me escuchó atentamente y me prometió intentar portarse bien.

VI
  Resulta - dijo el chico de Messenger - que un día estoy viendo la tele con mi mamá y vemos a la tuya, cantando en un programa. Entonces, mi madre me contó que esa señora había sido la esposa de un gran amigo suyo, del hombre que los había presentado, pero desafortunadamente, ese hombre, como su padre, había muerto. El chico de Messenger, que sabía que ese hombre (mi padre) seguía vivo, le dijo a su mamá que eso no era cierto, que su amigo seguía en este mundo. Entonces fue cuando me escribió nuevamente para que yo le pasara el número de teléfono de mi padre y así, los amigos de la juventud, hablaran.
  La madre del chico de  Messenger y mi papá se conocieron cuando tenían veinte años. Ambos eran parte de la Unión de Jóvenes Comunistas. La mejor amiga de la madre del chico de Messenger, en aquel entonces tenía quince años y también era parte de la UJC. Al conocerse la mejor amiga y mi padre, tuvieron su desvarío amoroso. Más de treinta años después, al volver a hablar los amigos, mi padre le preguntó por su amiga, la quinceañera, y ésta otra le comentó que habían seguido en contacto durante toda la vida. Entonces, le pasó su número.
  Y bueno aquí estamos, todos anonadados de cómo El gato de Monique pudo unir a dos personas y  cambiar por completo el presente de alguien. Narrando la historia de dos jóvenes que encontraron el amor pueril bajo las alas de la naciente Unión de Jóvenes Comunistas, con Silvio y Pablo de fondo  y que luego comenzarían de nuevo su historia, a las puertas del 60 aniversario del Triunfo de la Revolución Cubana, seguramente con el fondo musical citadino actual del Micha o el Chacal.

  Por mi parte, sólo me quedan los correos que me envía, a veces contándome que se porta muy bien y que a su novia no le ha subido la presión. Otras expresándome lo difícil que es dejar de ser un hombre solo, para convertirse en uno acompañado, pendiente de otro ser. Ya le dejo su muerte al destino. Aunque secretamente he comenzado a imaginar que quién sabe, quizás los dos puedan morir en una marcha del Día del Trabajador, o alguna manifestación  de esas en contra del bloqueo yanqui. Y sueño despierta en contarle a mis amigos que sí, que mi padre murió, junto a su amor quinceañero pasional, cerca de un cuadro de Fidel y miles de personas oprimidas, gritando hipócritamente “Abajo el bloqueo”. No sería una muerte melancólica ni bucólica, pero sí bizarra. Muy bizarra.  Comunista. Con olor a anciano rancio. Desagradable. Maravillosa.
Yo amo a mi padre, lo amo hasta morir. De eso no les quepa duda.

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Yuca y Pan



  En una semana me voy a la Habana. Por un lado, estoy realmente entusiasmada porque mi piel clama por humedad caribeña. Acá está tan seco el clima que mis pómulos se están agrietando. También me entusiasma la idea de ver a mis padres y a los amigos que allá continúan; siempre tienen tantas historias que contar, entre gritos de exasperación o susurros para que los vecinos no escuchen… Otro punto de mi contentura es que quizás iré al campo, a montar caballo. Todos saben  que yo, Monique, odio el campo de una manera descomunal, pero, yo, Monique, sí amo a los caballos y me he creído siempre una gran jinete. Por último, necesito dar rienda suelta a los deseos ya desquiciantes que tengo de comer yuca, mezclado con la necesidad de bailar descontroladamente durante un par de horas. La yuca y el baile se mezclan y se pegan, por el mojo de ajo, el mojo caliente, el mojo con limón o con naranja agria. Hay veces en que me encuentro con el espíritu de Lezama encima y no dejo de pensar en mi variante de almuerzo lezamiano, con congrís, con tostones rellenos, con carne de cerdo, con plátanos fritos, con camarones empanizados, con camarones al ajillo, con ensalada, con suflé,  con flan, con arroz con leche, con pudín, con buñuelos, con la tan anhelada yuca. Y lo saboreo todo como si fuera real y en esos momentos puedo entender por qué Virgilio Piñera escribió un cuento como La cena. Todo esto se dispara en mí, cuando sé que en 168 horas estaré en mi primer hogar.

Sólo me preocupa algo de mi viaje: que ahora no hay harina en Cuba. Es que a mí me gusta mucho el pan y más el de la bodega. 
¡Ay, la Habana! Esta vez con yuca, pero sin pan.

En fin, gracias por leerme.

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Para este dos mil diecinueve, yo, Monique, deseo el mal



Siempre me ha parecido que el veinticuatro de diciembre, el veinticinco de diciembre, el veintiséis de diciembre, el veintisiete  de diciembre, el veintiocho de diciembre, el veintinueve de diciembre, el treinta de diciembre, el treinta y uno de diciembre, el primero de enero, el dos de enero, el tres de enero, el cuatro de enero, el cinco de enero y el seis de enero, son los días en que las personas realmente se tragan el cuento de que se son buenas personas, y de que los demás son buenas personas, y de que todos somos buenas personas. ¡Qué bonito! Repito, ¡qué bonito!
  Comemos y comemos, como cerdos, imaginando que todo eso nos hará bien, que estamos consumiendo alegría, alegría con grasa, alegría con azúcar, alegría con verduras. Ya luego de que pasan esas fechas, comienza el proceso de desintoxicación de la felicidad. Pasamos el año con nuestras dietas, con nuestra falta de alimento, hasta llegar nuevamente a los últimos días, donde ya estamos anoréxicos de esa felicidad que nos inundó durante tres semanas. Y entonces volvemos a comer. Es el nuevo comienzo de esa bella positividad. Y es que la necesitamos.
  Particularmente, yo siempre me siento muy positiva durante esas fechas. No sé si pueda considerar que me trago el cuento de ser mejor persona, pero sí la positividad y los deseos de hacer me inundan.  Por ejemplo, estas tres semanas me las pasé encerrada en una habitación pensando en que quiero que alguien desaparezca, que le vaya muy mal, incluso, si no es mucho pedir amigo Dios, que esa persona se muera en un accidente, o consciente de que desea su muerte. Estos pensamientos los tengo el año entero, pero durante dichos días, mi petición se vuelve más fuerte, se vuelve potente, se vuelve invencible y siento que no estoy sola, que no estoy sola, que no estoy sola,  siento que estoy con Dios,  con Yahvé de los ejércitos, con el padre del bien y el mal, y que él está conmigo, confabulando, viendo cómo puede complacerme. Con una aguja que se entierre en el dedo de esa persona, con una cortada que la deje sin sangre, con una mala noticia que la destroce, con la pérdida de su alma, con una existencia podrida, con lepra, con peste bubónica, con dengue hemorrágico, con hambre, mucha hambre, con un fracaso marcado en la frente, con la fealdad extrema, con la esterilidad mental y física, con falta de luz, falta de paz, falta de amor, falta de acción, con un Tsunami que arrase con todo lo que desea. Y hoy, seis de enero, día final del ciclo de la felicidad, pido con más fuerza todo esto y lo consagro en un texto escrito para que surta efecto como un mantra.    
Qué bonito. Repito, qué bonito
Es
Estar
Lleno
De
Esperanzas

En fin, gracias por leerme. ¡Feliz dos mil diecinueve!
Les desea,
Monique

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