Machismo,
desnudos artísticos, bailarinas Gogo y una chica borracha
Yo, no les miento, quería hablarles hoy sobre algo interesante,
pero luego la noche se hizo confusa, pues mis hermanitas neozelandesas se colaron
en mi habitación y no salieron – al menos una de ellas – hasta las dos de la
mañana.
Todo empezó por un simple saludo, ya que he estado enferma y
las chicas vienen de vez en cuando y se preocupan por mí, cosa rara en casi
todos lados, excepto aquí. Entonces, tocan a la puerta, aparecen y se sientan
con un montón de Purple Goanna (es decir,
alcohol) para pasar la noche. Inicio tranquilo. No más que conversaciones en
torno a la vida y las condiciones precarias en las cuales se encuentra nuestra
casa. Todo en un ambiente muy equilibrado: mi esposo escribe un mail a su
amigo Takahiro (¿recuerdan a Takahiro, el del post de los pingüinos?), una de
mis chicas neozelandesas, sentada cómodamente en medio de la cama con su vaso
de alcohol, mi otra chica, sentada en una silla, luciendo unas pants de Hello
Kitty, y yo, en un extremo, acabada de duchar y a medio vestir, secándome el cabello. No sé en
qué momento el inocente Purple Goanna empezó a hacer efecto, que todos comenzamos
a hablar de asuntos más serios (todos excepto mi esposo, que continuaba escribiendo
su mail). Sin más, iniciamos una conversación sobre posibles trabajos para mí.
Trabajo. Algo que necesito. Trabajo y cigarrillos, si no es mucho pedir…
Entonces, una de mis chicas, esa que pinta como una diosa,
me recomendó algún que otro trabajo “under the table”. Consistía en lo
siguiente: posar desnuda para academias de artes plásticas. Yo, en principio,
no tuve ningún problema en hacerlo delante de un grupo de personas (siempre
apoyaré cualquier iniciativa artística), y cuando especificó que
podrían pagar entre setenta y doscientos dólares por sesión, pues menos
inconvenientes tuve para aceptar un trabajo de esa índole, donde se mezclan
arte, erotismo y re-conocimiento del cuerpo. No estaba mal… Y ya andaba yo toda contenta por esta
oportunidad, cuando mi esposo y una de mis chicas - la misma que había recomendado el trabajo -
dicen que eso no es un trabajo, que eso es
exponer ante todos lo más preciado que tiene uno: la desnudez. Que no estaba
bien. Yo, en ese instante, tuve que recordarle a cada uno, que tengo un blog donde
escribo sobre lo que me ocurre a menudo y que más violación a la privacidad que
ésa, no existe. Así que posar desnuda, delante de un grupo de hombres y mujeres, no era
gran cosa, pues ¿qué es más íntimo que los pensamientos, los cuales salen
publicados aquí? Entonces comenzaron los comentarios machistas en torno al
respeto al cuerpo, a la intimidad y a mi reputación futura como escritora, cosa
que me parece soberanamente hipócrita, pues la reputación hoy en día consiste
en abrirse, en prostituirse, en ser
comercial y además, escribir sobre pornografía, algo que no critico para nada, todo lo contrario,
lo apoyo totalmente (excepto a las personas pseudointelentuales que se pseudovenden y escriben historias pseudopornográficas, claro está). En
tanto una de mis chicas y mi esposo, discutían sobre la moral (y por momentos
escuché citar a Rousseau y a Sade) yo me entretuve en buscar más
información con respecto a ese tipo de trabajos "under the table" aquí, en Nueva Zelanda, uno de
los países menos culturales que conozco. ¿Y qué encontré? Pues otro, igual MUY
artístico: bailarina GOGO en un club. CERO prostitución – aclaraban. CERO
bailar desnuda - volvían a aclarar-. Sólo danzar en la pista, rememorando algún
que otro ditirambo dionisíaco. La paga, excelente: mínimo trescientos dólares
la noche más propinas. A mí me pareció más que entretenida esa idea. Sólo
bailar encerrada en un tubo de neón, sin mostrar mis partes pudendas, esas
partes íntimas, intimísimas, intimisísimas, lo más sagrado, según mi esposo y
una de mis chicas, no estaba mal. Y cometí el gravísimo error de comentarlo en
alta voz.
Ya el Purple Goanna había llegado al máximo de su apogeo. Una
de mis hermanitas neozelandesas ya se había marchado, la otra (promotora de todo este debate) yacía
aún en la silla, totalmente alcoholizada y mi esposo había cambiado la
tónica de su correo sobre problemas lógicos, para preguntarle a Takahiro si era
correcto o no tener una esposa que
posara desnuda delante de artistas o bailara en un club, siendo esta esposa,
para colmo, filósofa y escritora.
Entonces envió el mail.
Y todos esperamos callados la respuesta – como si la
respuesta de un asiático significara algo para mí -. Pasamos treinta minutos en
completo silencio: mi esposo revisando el mail cada tres minutos, mi chica,
borracha sobre la silla, esa silla que no había sido abandonada durante horas,
y yo, en cama, a medio vestir, entusiasmada por esta oportunidad de trabajo tan
interesante, en un lugar como Dunedin, donde es imposible encontrar algo.
Entonces, sonó el ordenador: la respuesta del bendito chino de los pingüinos.
Mi esposo y una de mis chicas transpiraban por ver la respuesta – y repito,
como si eso me importara -. Entonces,
abrimos el correo y encontramos casi que una sola frase: “Amigo,
tu esposa está equivocada desde el día que decidió escribir y estudiar
filosofía. Las mujeres no son para eso. Así que en estos momentos, todo da igual con ella”. Esto, una vez
más, reafirma mi punto de que tener a un chino detrás es lo peor que le puede
pasar a una (da lo mismo de qué parte de Asia sea).
De más está decir que mi insulto como mujer
y escritora
y filósofa (o al menos graduada de eso)
y posible bailarina Gogo
o modelo de artistas plásticos
no pudo ser peor. Si hay algo que detesto es ese machismo
doctrinal y de mal gusto y lo detesto aún más si viene por parte de un japonés el
cual carga en su espalda, una piedra tan grande como la de Sísifo, llamada
HENTAI o EROANIME… Suficiente para que mi humor cambiara, pues ahora el
argumento de mi esposo se encontraba como la dialéctica hegeliana: entre apoyar
y no apoyar y al final llegar a una síntesis de "te apoyo con la idea de que
seas o bailarina Gogo o que poses para artistas y a su vez, no te apoyo en
nada". Entonces yo intenté que aclarara su argumento, pero él solo dilataba y
dilataba una serie de ideas inconexas, que podía apreciar que no eran dignas de
un lógico matemático, sino de un lógico matemático influenciado por un asiático
retrógrada. Entonces comenzamos a gritarnos todos. Así, sin más. Como
personalmente, ya estaba cansada de toda esta idiotez, decidí responder a la
oferta de trabajo como bailarina en el club. Y luego d rellenar el formulario y
mandarlo, recibimos casi automáticamente una respuesta: “Sólo aceptamos en este
club, chicas de entre 15 y 19 años”. Eso impactó mucho a mi esposo. Una de mis
chicas (la que quedaba) comenzó a vomitar por causa de la borrachera, las citas
de Rousseau, Sade y la respuesta, bastante pedófila, dada por el club. Yo, la
verdad, lo único que hice fue aguantarle el cabello, mientras vomitaba en un
cubo. El vómito acabó. Con trabajo, la llevé a la cama y se durmió junto a sus
gatos. Recogí las latas de alcohol del suelo, consolé a mi esposo, que aún se
reprimía por no tener un argumento definido y de paso decidí sacar algunas conlusiones, cosa que no puedo evitar hacer: 1- No entiendo la diferencia entre escribir libros,
posar desnuda para artistas y bailar en un club. Para mí todo es: o arte, si se
hace con ganas, o prostitución, si se hace sin amor y únicamente por dinero. Y cualquiera de las dos
opciones, para mí es válida. 2- Mi hermana neozelandesa no puede tomar tanto
Purple Goanna. 3- Detesto los estereotipos, las convenciones sociales y el machismo
doctrinal. 4- No entiendo la facultad que tiene este japonés para
molestarme. Ojalá se entere de que su hermana menor trabaja en un club de ese
tipo. Y aclaro, me parece repugnante que una chica de quince años esté haciendo
eso, pero es que realmente no me simpatiza Takahiro…
¡Y ya, que muero de cansancio!
¡Y ya, que muero de cansancio!
En fin, gracias por leerme.