Es muy fácil justificarse en el instante. Muy fácil. Facilísimo.
Repetir – uno que se cree “intelectual” – lo que dice Bataille: “el instante es
en el único momento en que podemos encontrarnos con nuestro ser auténtico”. Sí,
ya les dije, facilísimo. Luego, es muy fácil – para el que es “menos”
intelectual – repetir eso que tanto se lanza como correcaminos por las redes
sociales: “la felicidad no son más que pequeños momentos. Vive el día a día”.
Ya les digo, fácil. Muy fácil.
Cada vez que me levanto yo pienso en estas dos frases
(cuando me levanto. No cuando despierto. Cuando despierto tengo hambre. Siempre.
Y no puedo pensar). Y como estudiante aplicada que soy, pues lo aplico. Y me
siento muy bien por ello. No tanto por la parte del instante, sino por tener la
fuerza de voluntad para levantarme con la firme convicción de que voy a
encontrar a mi ser auténtico y que eso lo lograré viviendo el día a día y que
gracias a ello, para colmo, seré feliz. ¡Qué cosa esa, que un muerto y Facebook
puedan darme consejos tan profundos! Entonces salgo decidida a, como fotógrafa,
captar por ahí esos instantes súper exclusivos. El otro día mismo pude captar
uno. Me comí un pedazo de pizza de peras, pasas y queso de cabra. ¡Qué instante!
Y,literalmente, fue un instante, pues mis amigos se la devoraron entera antes
de que yo pudiera volver más prolongado mi instante genial. Pero bueno, no
importa, el instante, el instante. Un instante de cuatro mordidas. Otro
instante que he apreciado es cada vez que boto la basura de casa. ¡Qué gran
placer! Esperar a las ocho, a que pase el camión, recoger toda mi porquería,
ponerla en una bolsa grande, o a veces en varias bolsitas pequeñas y dejarla
ahí. Incluso, el instante es mejor, cuando no la saco a las ocho, sino a las
tres o a las cuatro o a las cinco de la tarde. ¡Oh, Dios, qué momento! Todo se
quiebra. Me vuelvo muy mala porque si uno saca la basura antes, pues puede
llover y regarla y que vengan ratas y que la contaminen más y que luego venga
un perro y se ponga a hurgar y coma de esa basura doblemente basura porque ya
no sólo es la mía sino la de la rata y que luego el perro se intoxique y se
muera. ¡Qué locura, soy una asesina!
También es un buen instante cuando veo que no tengo
platos sucios. Me paso dos horas fregando. Friega y friega. E incómoda porque
para como no tengo espacio suficiente para poner todos los platos y los vasos y
los tenedores. Y ver que logré que todo
quepa, que no se caiga, ver que no tengo nada sucio, hace que me encuentre con
mi verdadero ser. Y además que se cumpla la parte de “vive el día a día”. Más bien minuto a minuto, porque a los dos
minutos, ya hay cosas sucias de nuevo. Entonces sí, como dice Facebook, vivo la
vida minuto a minuto: lavo todo y luego vuelvo a ensuciar. Tengo una vida tan
extrema… También es maravilloso el momento en que el perro de mis vecinos, los
que les comenté que tienen sexo como dos cucarachas, ese perro que ladra y
ladra y me molesta, se moja por la lluvia, o le cae ceniza volcánica, porque
pienso que en ese momento debe estar sufriendo, como sufro yo cuando el hijo de
su madre se pone a ladrar y a ladrar y a jugar con una botella y no me deja
dormir, ni estudiar, ni leer. Ese es un instante maravilloso. Porque supongo
que ese yo con tendencia mata -perros que tengo, se puede desatar.
Entonces, cada vez que llego a mi casa, en la noche, y
me voy a la cama, pues sonrío, sonrío mucho por haber logrado ser feliz día a
día y me consuelo pensando en que encontré a mi verdadero ser. Porque el
problema es que si me pongo a pensar en los instantes de verdad, en los
instantes que me hacen levitar, en los instantes que me hacen soplar fuerte,
hasta tumbar la casa de paja. En los instantes en que quiero morderme fuerte
para ver si salgo de ese letargo de alegría. Si me pongo a pensar en el
instante en que me estoy fumando mi último cigarro y no puedo salir a comprar
más, o que le entrego mi alma al diablo del amor. Si pienso en el instante en
que puedo acariciar y dejarme acariciar por los que quiero, que me toquen, que
me miren y que luego están lejos, muy lejos. Si pienso en aquel negro mayordomo
sin ojos, que me sonrió en un sueño para calmarme y que ya no vuelve… Si me pongo
a pensar en esos instantes, a captarlos en mi día a día, primeramente esos
momentos no serían diarios, serían semanales o mensuales, o anuales. Y entonces
viene lo que ni el muerto de Bataille, ni Facebook dicen. Viene la caída ante
los “no- instantes”, viene la nostalgia ante lo que fue y ya no es. Y entonces
es cuando más me dura el gas, porque las cacerolas se quedan vacías. Muy
vacías. Y el instante de la cacerola vacía, ese sí se vuelve eterno. Y también
el instante de no poder levantarme de la cama por la tristeza. Y también el
instante de sentir que se me estraga la panza por no comer. Y el instante de
que duela el pecho, duela mucho. Y el instante de soportar. Y el de moverte en
una banca como loca. Y el de reventarte los labios a pequeñas mordidas de
desesperación.
Entonces es mejor pensar en esos otros instantes, el
de la basura, el de la pizza, el del perro, que no implican más que una risita
momentánea. Porque así, el dolor de la caída se pasa en el instante en que cualquiera
te envía un mensaje y tú respondes y olvidas. Y todo está bien. Sigo siendo
amiguita de Bataille y de Facebook, comparto las experiencias “maravillosas”
que cada día vivo y contribuyo a que la humanidad sea muy, muy feliz creyéndose
que el alcance del puto instante, es lo mejor que puede pasarle a uno.
En fin, gracias por leerme.