En lo que a mí
respecta, hay seis tipos de amores: los enfermizos, los simpáticos, los
místicos, los caprichosos, los tristes y los pausados. Por lo menos esos son
los que experimento yo. Por otro lado, para mí, hay cuatro tipos de
cumpleañeros: los que detestan esa fecha (como mi hermana del medio), los que
no lo detestan pero no pueden dejar de pensar en el paso del tiempo (como mi
querida amiga mexicana), a los que les da totalmente igual pero no les da igual
si se les dan obsequios, muchos muchos obsequios (esa soy yo), y aquellos que
lo aman con todo su corazón y hacen de ese día una fiesta.
Ambas cosas
(tanto los tipos de amor como los cumpleaños) convergen hoy en lo pausado y los
amantes del día del aniversario. Y es que así es lo que siento por mi sobrina. Y
además, hoy es su cumpleaños.
Cuando mi
sobrina nació yo tenía dos años. Y a pesar de la corta diferencia de edad que
nos inunda a ambas, yo soy su TÍA y ella es mi SOBRINA. No hay nada que nos
moleste más que nos digan primas. Porque no lo somos. Somos TÍA y SOBRINA. Eso
implica que hay ahí, entre las dos, una especie de jerarquía inquebrantable.
Una necesidad de protección de mi parte y una de guía de la suya (aunque nunca
he entendido cómo puedo ser una guía para alguien). Este hecho si bien siempre
se ha puesto de manifiesto, en nuestra niñez, sobresaltaba más. Recuerdo que yo
tenía una ligera (gran) obsesión por la Sirenita Ariel. Entonces, en la playa,
obviamente teníamos que jugar a eso. Y obviamente yo era Ariel. Y obviamente,
mi sobrina era Flounder, el pecesito gordito y amarillo. Aunque ella no quería,
nunca protestaba (o si protestaba yo lo borré totalmente de mi cabeza). Y este
es uno de los muchos casos en donde la TÍA imponía respeto (¡uyy, gran respeto!)
y la SOBRINA acataba la orden. ¡Qué maravilloso!
Una
característica de mi sobrina es que es la más pequeña de toda la familia. Y por
ser la más pequeña, ha sido nuestro juguetito, nuestra niña que no crece. Por
esta razón, aunque hoy cumpla veinte tantos años, no deja de ser nuestra
Floppi, nuestra gordita, nuestra elfito de paticas gordas, nuestra foquita,
nuestra dientona enojona, nuestra chanchi,
nuestra piojosa que había que pelarla como varoncito por tantos bichos
que tenía, nuestro objeto de burla, nuestra bebé. A ella le encanta eso, aunque
se ponga seria y engurruñe la boca. Porque ella también se siente así frente a
una familia que no la deja crecer. Entonces, ¿por qué (y para qué) luchar?
Ese sentimiento
siempre provocó en mí cierta tendencia a protegerla y no comprender que ella
también puede proteger y que puede sentir como una adulta. Entonces hace un año
y un mes me separé de ella y en mi bolso, atravesando el mundo, leí una carta que me había escrito. Y luego ya
en el fin del mundo, leí un texto que escribió sobre nosotras. Entonces todo en
mí dio un vuelco. Y comencé a pensar en todas las cosas que habíamos vivido
juntas y en cómo siempre estuvo de una manera dura. Durísima. Adulta. Incluso
más adulta casi siempre que todos nosotros. Esos textos también me hicieron
pensar en que, como siempre me ocurre, nunca le había dicho seriamente las
cosas que sentía por ella o más bien, las cosas que pienso sobre ella. Hablaba
de los tipos de amor al principio, porque el amor que siento por mi sobrina, es
de ese tipo pausado, que no hace nunca daño, que nunca se conflictúa. Y eso es
algo admirable. Porque normalmente el amor afecta porque la otra persona hace
que afecte. Pero no en su caso. Porque mi sobrina es una de las personas más
nobles que he conocido. Y la nobleza, algo que yo no tengo, es una rara avis, al menos a mi alrededor, es
algo que casi no existe. No hay tiempo para que exista. Pero ella sí tiene
tiempo para ser así. Por eso puede presumir que tiene muchos amigos que de
veras son amigos. Y es que nadie se resiste a ella. A ella y su nobleza
exquisita. Entonces, si bien continúo viéndola como mi sobrina chiquitica,
desde esas cartas, desde la separación, desde la angustia de no tenerla cerca
(ni a ella ni a ninguno de mis seres más queridos), me he cerciorado de la
dependencia tan grande que tengo de su ser. Y es una dependencia protectora
pero que a la vez se vuelve de fragilidad. Yo, ante mi sobrina me siento un ser
frágil. Eso es raro, porque en esta familia todos (o casi todos) somos Hard
Rock. Luego me di cuenta que no sólo soy yo la que tiene cierta dependencia
afectiva de mi sobrina. Mis hermanas, mi papá… no hay nadie que de una manera u
otra, escape de la necesidad de amarla. Porque amarla a ella es una necesidad.
Y vuelvo, una necesidad pausada, constante, que no afecta, que achina los ojos.
Linda.
Que tengamos la quasi misma edad, hace que sintamos y
reflexionemos muchas cosas de manera similar. Porque si bien siempre he tenido
sostenes mayores que yo, si gran parte de mi personalidad está marcada por
crecer con dos hermanas mucho más grandes, por desarrollarme entre los
tormentos de la vida práctica de una y el profundo pensamiento de la otra,
encontrar a alguien que viva a tu ritmo, que viva tu tiempo, es algo maravilloso.
Y es lo que encontré en mi sobrina. Que amabas somos hijas de un mismo tiempo. Es
por ello que a pesar de la distancia sufrimos de la misma forma y sonreímos de
la misma forma, porque cada una vive lo mismo de cierta manera.
Una de las cosas
que más feliz me hace por estos días, es que siempre comience nuestras pláticas en el chat con un “¿estas?” Porque lo primero
que pienso siempre en decirle es: “estoy, estoy siempre mi amor.” Siempre
quiero decirle mi amor. Yo le quiero decir mi amor, mi amor, mi amor. Yo le
quiero decir: “quiero estar incluso más” , pero no lo hago porque sé cuán
triste puede ser decir eso cuando se siente de veras y no se puede estar
completamente. No se puede estar en la casa. No se puede estar a la hora de la
cena. No se puede estar un sábado en la noche. No se puede estar en una tesis.
No se puede estar cuando te quieren tocar. No se puede. Por lo menos ahora, no
se puede.
Mi sobrina me
recuerda mucho a mi hermana del medio. Porque ambas son personas que tienen
mucho que decir y no lo dicen nunca. Prefieren callar. Mi hermana mayor y yo
somos más gritonas. Somos más de decir lo que sea. Vomitamos zapatos dorados. Pero
ellas nos. Ellas son de ese tipo de personas que hay que abrirles la boca y
meterse dentro de ellas. Y ya dentro, es imposible salir. Porque devoran. Te comen
el alma para siempre.
Otra cosa que me
hace muy feliz es que me diga que nos iremos a vivir juntas a New York. Y también
que se ponga eufórica sólo de pensar que voy a Cuba. Y que yo allá, duerma
conmigo siempre en la misma cama, incluso lo haga cuando duerma con mi mamá. Me
gusta sentir que la tengo al lado, siempre calentita, casi sin ropa y con baba
en la boca al despertar. Eso me encanta cada vez que voy a Cuba, dormir con
ella.
También me
encanta leer lo que escribe. Porque, como igual me pasa con los textos de mi
hermana del medio (en esta familia todo el mundo escribe), leerla me provoca
sentimientos fuertes. Me hace sentir lo que sienten. Me alejan de mi cinismo
habitual. Porque ellas son sinceras en la letra. Y mi sobrina, siempre,
siempre, suelta el alma y por ende, su nobleza.
Mi sobrina le
gusta bailar como John Travolta en Vaselina. Y le encanta que le pidamos que
baile así. Y comenzamos a reírnos. Y ella le encanta hacernos reír porque sabe
que nos hace felices. Ella siempre quiere que todos estemos felices, al menos
por un instante.
Mi sobrina es
una persona que sufre mucho, porque piensa mucho. No se libra del trastorno que
todas heredamos directamente de mi papá: el tormento. Aún así no lo expresa
casi nunca y yo me pregunto, ¿cómo puede? ¿Cómo carajo lo logra? ¿Cómo no se
revienta un día?
Mi sobrina ama
los cumpleaños. Los ama con todo su corazón. Por eso siempre hay una fiesta.
Por eso siempre hay sorpresas. No sé si mi sobrina piensa en que está envejeciendo.
Seguro que no, porque, ya les dije, ella no crece para nosotros. Por eso sus
aniversarios son siempre como los aniversarios de una niña que está contenta de
tener un año más.
Mi sobrina es periodista.
Pero yo digo que debería ser escritora. Sacar eso que no saca nunca, al menos a
través de la ficción. Porque en la realidad eso no se puede hacer. Es demasiado
filosa. Es por eso que la incito a escribir. Porque escribir libera. Es una
cruz que carga uno cuando grita mucho, cuando se es contradictorio. Pero cuando
se es como ella, pues esa cruz se vuelve un placer. Un placer para quien escribe
y un placer para quien lea.
Hoy me gustaría
estar en la Habana. Y también me hubiese gustado estar ayer. Seguramente me la
hubiera pasado hablando más con sus amigos que con ella. Y ella seguramente,
hubiese estado más pendiente de otros asuntos. Pero luego, al final, cuando
todos se fueran, iba yo a prender un cigarro, en la cocina de su casa. Iba a
sentarme en ese muro de concreto sin pintar. Y hubiese comenzado el diálogo. La
intimidad de las dos con mucho humo de por medio. Y al final vendría la hora de
dormir. Juntas. Y los cariñitos que tanto le gustan.
Ya no sé ni qué
estoy escribiendo… no tengo coherencia. Ese es el problema que existe cuando
uno intenta expresar lo que siente. Que se pierde en sensaciones.
Y nada… que
siempre se debe regalar algo en los cumpleaños. Y como no le puedo enviar una Nutella,
como no puedo dormir con ella, como no soy capaz no siquiera de poderle decir
las cosas frente a frente, pues le regalo este post que parece de madre
orgullosa de su hija. Donde he intentado dejar el cinismo a un lado. Donde
intento agradecerle por todo. Donde le cuento que siempre le quiero decir que sí,
que estoy. Estoy siempre, mi amor.
En fin, gracias
por leerme.