Alguna vez estuve en una playa tan fría que ni me
atreví a palpar el mar. En ese entonces, aun quedaba en mí cierta calidez que
siento, ya no existe. En la arena, había cientos de caracolitos desgastados por
el oleaje. Algunos eran tan pequeños que el viento los arrastraba y en algunos
casos, los hacía volar.
Yo recuerdo los caracoles dando vueltas,
confundiéndose con la arena, jugueteando como si los caracoles fueran felices,
como si la arena fuera feliz. Y recuerdo
también cómo me tumbé en la arena creyendo que la felicidad era algo palpable.
Respiré profundo aquel aire que en mi nariz se volvía fuego. Sentía el mar, sentía
la arena, sentía la brisa, sentía el juego de los caracoles, todo en mis manos,
todo en mi rostro, todo encontrando aperturas por donde entrar en mí. Yo tenía veinticuatro años.
En fin, gracias por leerme