Lo interesante de irse de Cuba no es, precisamente, irse, sino regresar. Porque ,o uno se siente completamente ajeno, o se siente completamente igual. Y lo que ocurre a la gente que recibe a los que se fueron de Cuba es que, o se sienten completamente eufóricos, o fingen estar completamente eufóricos. Pero, lo que ocurrió conmigo es que, como no sé si me fui de Cuba, entonces, creo que llegar, me provocó ,más que todo, hambre y cansancio. Y aquellos que me recibieron, al parecer, se sintieron escritores, o cronistas, o qué sé yo. Y digo esto porque, unos cuántos de ellos (mi madre, mi padre, mi sobrina y amigos), me han enviado textos para que los cuelgue aquí. Textos (¿vergonzosos?), contando un poco lo que hicimos, cuando yo, que no sé si me he ido de Cuba (o si me he ido de alguno de los lugares en los que he estado) llegué a La Habana, el pasado julio. Y nada, que se pusieron nostálgicos, trágicos, reflexivos, con deseos de contar algo, por pequeño que sea. Más o menos lo mismo que me ocurre cada domingo, cuando enciendo el ordenador y me encuentro con esta página en blanco.
Los dejo con sus textos. Y sus reflexiones. Y sus euforias. Porque aquí todo el mundo tiene un gato y se llama Monique.
De mí, esta semana, creo que lo único que hay, son las piernas...
Una
mangosta, un “yogudín” y un robo. Julio letalísimo
Susana Núñez
Ustedes se preguntarán qué
tienen que ver un mamífero, el diminutivo de un lácteo y un acto delictivo, con
un sintagma nominal compuesto por el séptimo mes del año, acompañado de un
superlativo léxico (letalísimo) como rasgo morfológico del discurso coloquial.
Pues bien, el pasado
julio, luego de la fiesta de cumpleaños de la madre de A - no de la madre de Monique,
ni de su gato – nos sentamos a conversar A, su sobrina Silvia, dos vecinos –
dos yogurines de dieciocho añitos - y yo.
La conversación versaba sobre consejos de la vida de nosotras, unas chicas
veinteañeras “súper experimentadas”, para con los “yogurines”. Durante la
charla, fuimos pasando de los consejos a los chismes y las averiguaciones y
“entre col y col el mar” y entre cigarro y cigarro, salió a la luz que una de
nosotras andaba con un “yogurín”, que en realidad era un “yogudín”, porque
tenía problemas logopédicos y era incapaz de pronunciar correctamente la
vibrante simple, es decir, la erre. Luego de avergonzar lo suficiente a la
pedófila prematura del grupo, pasamos a otro tema: los trabajos investigativos;
y aunque se habló algo de abuelas raperas, el tema que causó sensación fue uno
sobre el ecosistema haitiano. Ahí es donde entra la mangosta, porque por alguna
razón, entre los diversos ejemplos explicados, a todo el mundo le pareció gracioso que los
españoles introdujeron a las mangostas en Haití. A su vez, éstas acabaron con
las serpientes y con algunas especies de aves, porque luego de que extinguieran
a dichos reptiles, comenzaron a comer algunos huevos de aves. En medio de eso,
A, bajó a saludar a cierto prosti amigo
nuestro, y vio cómo un hombre se colaba en casa de una vecina. Media hora después,
en medio de otra conversación, esta vez sobre robos, A dice, muy risueña, que
vio a un hombre, saltar la cerca de la vecina, pero que para ella, era el novio
de la hija de la vecina o alguien que quería coger unos limones. Y eso hubiera
sido creíble, si en la casa hubiese alguna mata de limones y si no hubieran
sido las dos y media de la mañana. Ahí llamamos
a la vecina, llamamos a la policía, salimos todos corriendo a esperar a
la policía, aparecieron cuatro patrullas, pero no apareció el supuesto ladrón,
o novio de la hija de la vecina, o robador de limones. Así que nos quedamos sin
algo genial que contar y sobre todo, sin algún chisme en el qué entretenernos.
Eso (y más que no contaré porque la verdad, luego del cuento de las mangosta,
los ladrones y los limones, no viene al caso) pasó este julio, un julio
letalísimo, sí, porque solo un superlativo podría describirlo. Entonces solo quedan
cuatro reflexiones:
- Necesito hacer investigaciones menos
raras.
- Voy a rezar porque mis hijos no tengan
problemas logopédicos, para que no aparezcan descritos en ciertos blogs.
- Cuando ocurra otro intento de robo,
llamar a la policía antes que a la vecina.
-
Después de este julio, ya me puedo morir
en paz, la vida nunca me regalará uno mejor.
Jodidas mangostas, batido de fresa y algun q otro hecho torpe. Además de personajes de cuentos infantiles, reflexionando...
Ulises Mendoza
Muy malo que soy en esto de
escribir. Lo mío son los números, los cálculos y de vez en cuando, la cocina. Pero
a petición de ciertas prostis, voy a
tratar de hacer algo. Dicen que debo escribir sobre el mes de julio, bueno, sobre
la segunda semana del mes de julio, porque la primera, debido a una borrachera
en el “Diablo Tun Tun”, no me acuerdo muy bien de nada.
Entonces, sería a partir del día siete, ¿no? ¿Más o menos por esa fecha, A? Digamos
que sí. Llegar a eso de las doce, una caja de dulces q vi por fotos que tomaron
(y ninguna foto de la pobre A). En todas salían sus amigas, su madre, su
sobrina y los dulces, ¡qué rico los dulces! Pero no los del Sylvain de la Lisa.
Esos son un asco.
Sucedieron muchas cosas durante ese mes, pero nada tan relevante como cuando
estábamos un grupo de amigos, en el malecón habanero, para ser exactos, malecón
y N, en un parquecito que hay en el medio de todo (muy iluminado por cierto; se
ve q está cerca de la Embajada de Estados Unidos en Cuba y como ahora somos
amiguitos…) y estábamos sentados, disfrutando de una partida de ajedrez, cuando,
de repente, recibo un mensaje: Mijo, por
favor, no dejes de venir...
¿Qué pensé yo? Habrá pasado algo.
Deja ver qué quieren estas prostis, y
en cuanto terminamos, salimos para allá, mi grupo de amigos y yo. Íbamos
caminando, conversando acerca de lo mal q cantan algunos grupitos de aquí. Y es
que estábamos lejos, bien lejos, muyyyyy lejos de casa de A. Al menos para mi
gusto. En fin, hicimos todo el camino entre risas, algún que otro tropezón y
los refrescos nuevos esos que están vendiendo aquí, los que son importados de
casa del carajo. Y llegamos a la casa de la compañera prosti A, donde estaban la prosti
Susy, la prosti Silvia y la compañera
A, que en ese momento no se llamaba Monique y no andaba cargando con ningún
gato. Entonces ésta última bajó de su edificio a saludarme y con una sonrisa de
oreja a oreja me preguntó: ¿Sabes que en Haití, los españoles llevaron mangostas para que
se comieran a las serpientes, y cuando se comieron -esta frase me encanta- la última
serpiente, empezaron a comerse los huevos de los pájaros y debido a eso se empezó
a alterar el ecosistema de la zona?
No sé ustedes, pero yo, después de caminar, veintiséis jodidas cuadras del Vedado,
que no son para nada cortas, a las dos y media de la mañana, sabiendo que tenía
que coger un carro de diez pesos después, para ir para mi Marianao querido,
sabiendo que me encontraría con un chofer que, con mala cara, me diría: chama, hasta allá son veinte pesos a esta hora, y con el calor que
hacía, ¿que esa mujer me hiciera ir, desde tan lejos, para hablarme de
mangostas, serpientes, pájaros y el ecosistema en Haití? Me dieron ganas de
rodearle la casa de todos esos bichos, para que ella supiera de verdad cómo
funcionaba el ecosistema haitiano. ¡Qué encabronamiento! ¿Esta palabra se puede
decir aquí, A?
Recuerdo también que ese día, vimos a cierto individuo, tratando de brincar una
cerca. Qué pensé yo, ¿a esta hora, delante de todo el mundo? Eso no puede ser
un robo. ¡No qué va, es por gusto, no puede estar tan quemao como para hacerlo! Pues resulta ser que sí, según me
informaron las prostis al otro día, ¡Mira
pa eso, tú! Este mundo cada vez está más loco. Y dicho esto, se quedaron
reflexionando Pinocho y los demás personajes de los cuentos infantiles… No
entiendo cómo no le pudo creer Aladino, a una niña, que su hermano pequeño había
sido raptado por el monstruo de la inconciencia. ¿Ustedes lo creerían? Yo no
sé. Pero la que sí lo creyó fue la prosti Silvia, que cuando era adolescente,
se dedicaba a escribir ese tipo de historias, donde los personajes de nuestra
infancia, reflexionaban mucho acerca de otros monstruos y eso no se queda ahí,
sino que, para colmo, en uno de sus cuentos, Cenicienta era una zorra, no
sabemos por qué, porque luego se aburrió de escribir sobre eso y comenzó a
hacer cartas de (des) amor. Pero bueno, esa son las locuras de la prosti
Silvia, que también estaba muerta de la risa con la guanajá del ecosistema haitiano.
En fin, me dijeron q no me
extendiera tanto. Que esto era un texto para leer durante una fumada (¡qué mal
me cae la fumadera!) Además, no sé qué más poner. Ya lo aclaré. Lo mío son los
números, los cálculos y de vez en cuando, la cocina.
Terminaré con conclusiones muy personales,
como suele hacer Monique, la del gato:
- Me he dado cuenta de que Forrest Gump es mi película favorita.
- De que me encanta el batido de fresa y
el pan de Sylvain, con mantequilla de maní
- De que más nunca en la vida, en casa de la prosti Silvia, vuelvo a levantar las manos (porque el ventilador de
techo me destroza los dedos), ni tuesto un pan con una espumadera negra (porque
termino partiéndola) ni le trato de destupir la ducha (porque está tan buena
esa ducha, que se desbarata en las manos)
- De que, gracias a Dios, sigue sin gustarme el reggaetón y menos el “Guachineo”
ese.
- De que no sé nada sobre el ecosistema en Cuba.
Varadero, el rock y la "niña" que
debo dentro
Emilia Morales
Por lo que pude leer, veo que estos muchachos se centraron en contar el
tenebroso incidente del robo en casa de nuestra querida vecina. Pero yo
recordaré esos días que pasamos en Varadero.
Fue
un día muy especial para mí. Digo especial, porque estaba con el ser que
más amo, mi vida y es mi hija, esa que
en el blog tiene gatos y se cambió el nombre, y también con otro ser que quiero
mucho y es muy especial también, su sobrina Silvia (que no sé si tiene blog
y si también se cambia el nombre).
Ese día la “niña” Emilia, que hacía un tiempo no salía, pues resucitó, y
se lo agradezca a mi hija y a su sobrina , que son dos seres que te van
envolviendo hasta caer en la red que ellas tejen. Es que, sin saberlo, te
atrapan.
Volví a montarme en la montaña rusa. ¡Fue un acontecimiento, una
experiencia única! En ese momento no canté (porque soy cantante) sino que
gritaba, y mis gritos se oían en el Universo. Me desconecté de todo. No había
pensamiento en mí de nada. Creo que es una buena terapia para no pensar y
estar concentrada solamente en uno mismo. Después, me arrastraron hasta
los carros locos, y éramos tres locas, que nos chocaban y no salíamos del
lugar, principalmente mi hija A, ella que ya tiene licencia de automovilismo y al
parecer, que los carros la volvieron loca, porque no salía del lugar. Si hubiesen
venido a calificarla, ¡le quitaban la licencia! Después, pasamos a jugar a los
bolos. Allí fue ridículo todo lo que hicimos , pero lo logramos, con ayuda de dos
chicos (que se compadecieron de nosotras y nos enseñaron cómo hacerlo).
Confieso que aprendí algo nuevo. Silvia, sacó la cara por nosotras ,cogiendo el
primer lugar , yo el segundo (no sé cómo) y mi hija que era la que pensábamos
que iba a ganar , quedó en último. A pesar del desánimo de A, la pasamos genial. Pero la
“niña” Emilia quería seguir. Y así fue. Esas dos, me enredaron de nuevo y
me llevaron a bailar, en la noche, a “The Beatles”. Desde que llegamos, ellas
estaban saltando, digo, mi hija y su sobrina, pero también las demás
personas. Desde el más joven hasta el más viejo no paraban de bailar. Yo, una
mujer seria, rescatada, que de inmediato se sentó para cuidar a las niñas, no me daba cuenta de que la “niña” Emilia quería
seguir. Y de pronto, me puse de pie, y también comencé a brincar, con
aquel grupo fantástico de rock (muy buenos músicos y cantantes). ¡No saben
cómo liberé las cargas energéticas, que pesaban en mí! Luego vino el regreso a
la Habana, pero igual movido, feliz, enrevesado, como esas dos.
Lo
que puedo concluir de esto es que:
Adoro
el mar.
No
soy tan mala jugando a los bolos.
Y
que debo agradecer a mi hija querida y a Silvia. Gracias a ellas, la “niña”
Emilia sigue viva.
Que al gato le quiten
lo baila’o
Jose R. Pérez
A (o el terromoto azul, como le dicen sus hermanas y su sobrina)
llegó a Cuba procedente de Nueva Zelanda, a principios de julio. Disponía de un
mes para sus trámites burocráticos, con vistas a ingresar en la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, en México para hacer su maestría en filosofía.
Su cofradía la esperaba ansiosa, compuesta de más de diez lunáticos, todos
universitarios y trabajadores, grupo heterogéneo: actrices, cineastas,
profesoras, informáticos, estudiantes de periodismo y hasta una niña de once
años. Durante un mes su horario de sueño fue de nueve de la mañana a dos de la
tarde - si acaso. El resto del tiempo, haciendo honor a la canción de Wil Campa:
“que me quiten lo baila’o”. Discotecas, salones de belleza, cines, exposiciones,
bares y cantinas, cafeterías, restaurantes, Malecón habanero, y por supuesto,
no podía faltar, el mejor balneario del Caribe: Varadero. Partió de Cuba
exhausta, el dos de agosto. Tenía casi cuarenta horas sin dormir. Parte de su
conciliábulo la despidió en el torreón del lujoso restaurante “1830”, del
Vedado habanero. Ya envió un e-mail,
diciendo que había hecho su matrícula en la universidad y que viajaría
en diciembre, para seguir las pachangas cubanas. Y de paso, en las noches,
conversará con su padre sobre sus contratiempos, sus vueltas por el mundo y de
vez en vez, crear ahí, en solo un rato, una de sus historias. Siempre historias
loquitas, pero eso está demás decirlo.
Y
no hay reflexiones hoy, ¡que ya está colando el café!
Sobre las delicias de
ser asistente de un terremoto azul
Silvia Oramas
El día se acercaba y yo estaba nerviosa. Es
que todo el mundo tiene algo o alguien que lo pervierte en la vida, que saca lo
peor (que puede ser lo mejor también, depende de cómo se mire) de uno, que
libera al diablo que todos llevamos dentro, un diablo que si hace tun tun es
peor. Y el mío estaba a punto de arribar a la Habana. Y es que la última vez
que ese ánima estuvo a mi alrededor terminé con más de una marca en mi cuerpo.
Pero como al final a todos nos gusta perdernos, y es por eso que nos hemos ganado
el calificativo de prostis, allí
estaba yo, con una cajetilla de cigarros en la mano y la certeza de que cuando
las compuertas se abrieran no habría marcha atrás. Y se abrieron…¡y de qué
manera! No voy a hablar de las donuts, que es lo más delicioso que he probado
en la vida, ni de la nutella, ni de la poca mantequilla de maní que me dejaron.
Ni de Lechón Pío y sus hamburguesas, sus sueros de helado a las tres de la
mañana, y sus desayunos. Porque si hablo de ello, entonces todos pensarían “ahí
está el pez globo de nuevo, pensando en comida”. Tampoco hablaré sobre la playa
que no le gusta a A... Porque a pesar de que lo repitió muchas veces, sé que
disfrutaba chapoletear conmigo en las aguas convulsas y ahorita privadas de
Varadero. O de la montaña rusa, donde la mamá de A, dejó salir la “niña” que
llevaba dentro, ni de los carros locos que A no supo manejar, ni del épico
juego de bolos que gané. Ni del viaje en la lanchita, que aunque va para
Casablanca, se sigue llamando “Lanchita de regla”, y ya para qué hablar de las
mangostas, si ustedes saben qué fue lo que pasó con el ecosistema haitiano, con
las serpientes y los huevos de aves. O del novio/ladrón de limones. Y no vale
la pena mencionar mis trastornos bipolares de adolescente, que salieron a
relucir en la lectura de un diario perdido, ni los avateres que provocó mi cara
de niña de quince años en la entrada del” King Bar”. Y no es porque no quiera
hablar de ello, es que pensar en este julio letalísimo me entristece un poco.
Porque ya todo vuelve a la realidad, que no es tan letalísima. Ya el batido de
fresa se acabó, los días de descanso del prosti
Ulises, en el Joven Club, también. Forrest Gump ya no es tan divertida y la
prosti Susy continúa como profesora de español, sonriendo y aguantándole malos
olores a los chinos, que le proporcionan el dinero del Submarino Amarillo. Y
yo, yo me quedé sin trabajo. Y vuelvo a la rutina del Facebook rústico, de las
noches hablando sola y el diablo vuelve a reprimirse. Solo nos quedarán las
fotos y el recuerdo de este mes tan caluroso, sofocante y perdido. Y aprovecho
la plataforma para revelar lo que los personajes de Disney reflexionaron aquel
día en que Aladino contó su historia:
El
oso no se quería suicidar por culpa del ecosistema haitiano, estaba ahogado de
tanto humo. Las rositas de maíz no se pueden
hacer en calderos hondo
Si el prosti Ulises no se cuida
y no va a un brujero, morirá antes de los treinta, aplastado por una mangosta
gigante.
Y yo estoy condenada a amar hasta la
eternidad al terremoto azul, que me pervierte y que se empeña en abandonarme
siempre.
En fin, gracias por leerles. Y sobre todo, gracias a ellos, por hacerme leer a mí.