Debe
ser octubre. Y que casi viene noviembre. Y que luego viene diciembre. Y esos
tres meses para mí son caóticos. Son duros. Porque me recuerdan al octubre y al
noviembre y al diciembre de hace un año. Meses convulsos. Meses de cambios. O
de recuerdos de cambios del octubre, del noviembre y del diciembre anterior. Una
tríada complicada para mí. ¡Ay Pitágoras, qué has hecho conmigo! También el cambio de estación, por el cual esperé pasar ahora, se desvanece. Continúa el
sol afuera. Radiando. Quemando. Tanto que me tiene con manchas. Con manchas en
los brazos, que se extienden y se extienden y me manchan la mente. Por primera
vez le he encontrado sentido al no
manches mexicano, o al menos, un sentido para mí. Ese no manches ahora significa, no me manches más, sol, no me manches
más, octubre, no me manches más, noviembre, no me manches más, diciembre. Hasta me da risa mi reflexión. Es que ando
profunda por estos días. Y por ende, ando angustiada. Ando con sed. Con sed de
la Habana. Con sed de mar. Y andar así, manchada y con sed, hace que comience a
decepcionarme de todo y de todos. Es un efecto extremadamente patético y
superficial de gata mimada y con demasiado tiempo libre (tiempo físico, no
intelectual), del cual no puedo escapar por más que quiera. Entonces comienza
una picazón en la garganta que no se me
quita. Y comienzo a no pelear. Y eso es algo raro. Que yo no pelee. No peleo
porque no tengo fuerzas, a no ser que me quede sin luz, o sin gas, como ando
ahora. Ya les digo, que cuando las cosas dicen, ¡aquí vengo!, cargan con las
maletas y vienen todas juntas. Si a eso se les puede llamar cosas importantes.
Pero para mí, al menos esta semana, lo han sido.
Y
nada, que estos siete días transcurrieron así. Entre estar sin luz, estudiando,
leyendo sobre la necesidad que tiene el hombre de sacrificar para salvarse, de
comer por ahí, de tomar mucho café, de tomar muchas cervezas, de esperar el
huracán para al menos decirle, hola qué
tal, yo soy cubana, ¡no me mates!, de conversar con mi sobrina, con mis
hermanas, con mi madre, con mi esposo, con los chicos de casa, con mi amiga la
perdida, tan perdida como yo… de escribir en trance. Y de volver a escribir. Y
de nuevo a escribir: una reseña, unos cuentos, unas crónicas, un poema
malísimo. De no tener ropa limpia. De no entender las actitudes humanas, y (una
excelente noticia) de saber que recibiré veinte cajetillas de cigarrillos
directamente de Cuba y con ellas, vendrá al menos un pedacito de ese mar, que
me falta.
Yo
supongo que estos traumas aparecen cuando a uno le va muy bien en la vida. Ya
lo dijo Marx, no se puede pensar con el estómago vacío (para mí, que te vaya
bien en la vida es sinónimo de que tengas mucha comida). Y como yo como tanto,
me va muy bien y por ende, pienso mucho. La mayoría del tiempo, nada que valga
la pena.
Espero
realmente que la semana próxima sea mejor. O por lo menos, menos octubre, menos
noviembre y menos diciembre.
Y
así me despido, con un tra la la, que
les alegre el domingo y que relaje el mío.
En
fin, gracias por leerme.
Monique, tú eres una mujer enferma y estás muy desequilibrada.Pero aún así soy una admiradora tuyo. Ojalá algún día te conozca. Debes ser fascinante.
Querida M, tu tristeza me contagia un tilin, pero creo que es producto de reflexionar demasiado como bien dices :-)...
me provoca una sensación rarísima ver que ya ha pasado tanto tiempo y que te releo y te releo. aunque post de hace un año, sigue (y sigues)causandome el mismo efecto.la misma inquietud.