Me he levantado
escuchando a Silvio. La misma canción una y otra vez. La era está pariendo un corazón. Pero lo que más repito y repito es
la frase: debo dejar la casa y el sillón…
y aunque la intención en la canción es otra, yo la descontextualizo y pienso en
mi casa y pienso en mi sillón. Y pienso en cómo lo dejé y pienso en que ahora
he regresado, unos días pero he regresado. Y he vuelto a pasar la madrugada
entera, sentada, sola, en mi sillón, en el salón de mi casa, hasta las cuatro
de la mañana, meciéndome y meciéndome como loca, tratando de entender dos cosas:
los cambios de clima en la Habana y por qué, a pesar de que estoy ahora en el
mismo lugar donde estuve veinticuatro años, siento que todo es diferente. A
pesar de que vengo más seguido al Vedado, a pesar de que veo a los míos ahora
más a menudo, siento que todo cambia.
Incluso el sillón no se mueve igual. Han puesto - además – cortinas en mi habitación. Y han
cambiado la lámpara. Y el ordenador no es el mismo y ya mis cosas no están por
todos lados. Lo único que siento idéntico es mi cama. Como esa ninguna. Y es
que siempre sobre ella, he pensado mucho. Es una cama que te incita a pensar.
Debe ser porque es muy alta y me siento más cerca del techo, mi techo azul. Mi
cielo.
Aquí, en la Habana,
las personas siguen casi igual: al menos recibo el mismo amor, la misma
entrega, los mismos deseos de compartir, de hablar, de hacer almuerzos
lezamianos y diluirnos en sobremesas encantadoras. También la Habana, la Habana
como esencia, sigue igual de húmeda, de caliente, de apasionada y de arisca a
la vez. Por eso, cada vez que corre el aire, una brisita, uno se extasía, se
excita. Porque uno debe disfrutar al máximo las caricias de la Habana, que te
hacen transpirar. Este viaje, he sentido demasiadas caricias sobre mi cama,
mi cama que incita a pensar. Y sobre ella he sido feliz, muy feliz. He sentido
amor. Y brisa, mucha brisa.
Pero, a la misma
vez, todo cambia, y sigue cambiando. Y de veras no puedo dejar de pensar en el
sillón y que se mueve diferente. Significa que la casa entera es diferente y
que yo también lo soy. Eso no quiere decir que los cambios no sean buenos. Siempre cambiamos, nos transformamos. Ya lo
dijo Heráclito cuando habló del río y del hombre. Pero no porque sean positivos
los cambios, no por eso, uno puede amainar el miedo y el terror que provocan.
Pues, ¿hacia dónde vamos cuando estamos cambiando? O al menos eso me pregunto
yo, que como ando trepada en mi cama, no puedo dejar de pensar.
Supongo que este
ataque reflexivo que me ha dado – ataques y ataques, siempre me dan ataques –
es producto de que es domingo, los domingos , que para mí tienen mucho pelo de gato y eso, esté donde esté, me
persigue. También es que extraño a varias personas, personas que me esperan en
mi otra casa, personas que no veo hace mucho, y personas que estaban aquí,
conmigo, ahorita, y ya no están. Pero creo que lo fundamental es que la Habana
tiene un efecto en mí, que siempre me confunde, me atolondra - aún más. Y me pierde, entre caricias,
humedad e incertidumbre. Ya terminé un
post, alguna vez, con esta misma idea. Pero no puedo evitar decirlo. No me lo
puedo callar. La Habana, siempre, de alguna manera, me afecta.
En fin, gracias
por leerme.