Hace dos días hablaba
con mi sobrina sobre una nueva noticia que está circulando por las redes (o al
menos nueva para mí). Me dijo, muy preocupada: A, mira, tú que tienes tantos
seguidores, te aconsejo que, a no ser que estés utilizando el Skype, le pongas
un pedazo de papel a la cámara de tu computadora, y también si puedes a la de
tu móvil. Porque ahora hay un nuevo tipo de hacker, que a partir de un mail, tiene
acceso a tu cámara, aunque tengas todo apagado. Mi primera reacción fue: risa.
¿Seguidores? ¿Tantos? Y me llenó de amor, el bello y serio sentido que mi
sobrina puede, por momento, darle a las cosas chiquititas chiquititas, como son
los gatos. La segunda reacción fue de vergüenza.
Pensé, por un minuto, en lo que implicaría que alguien estuviera viendo todo el
tiempo, lo que a diario hago yo, sola. Y la tercera reacción fue recordar un
video de The Knife que vi cuando vivía en Nueva Zelanda.
Luego fumé, me desvelé
pensé en pingüinos y dormí.
Pero ayer, ayer me
levanté diferente, con la idea de que alguien me estaba observando. Si no era
por la laptop, era por el tablet y si no, por el móvil que duerme a mi lado. Lo
curioso es que no se me ocurrió tapar las cámaras, no recordé eso. Más bien,
sentí aquello que se experimenta cuando vienen
a visitarte y quieres que todo esté organizado. Perfecto. Y que las
personas digan ¡¡¡¡Ohhh!!!! y que las personas digan ¡¡¡¡Ahhh!!!!, como si tuvieras un Brueghel o un Monet en el medio
de tu salón. Entonces, con mucha delicadeza, volteé el rostro hacia el lado
opuesto a todas mis cámaras (todas están a la derecha… si duermo boca arriba;
boca abajo sería a la izquierda, pero bueno) y me organicé un poco el cabello,
me enderecé el septum y me limpié los ojos. Y con el rostro un poco más decente,
hice como que despertaba. Así, muy bonita. ¡Tilín, tilín!
Mientras me lavaba los
dientes (en ese momento sí tenía intimidad, pues las cámaras no llegan), me
puse a pensar en todas las cosas que había hecho por estos últimos días, con
cámaras cerca: utilicé una piedra y un cuchillo de matar vacas, para abrir una
lata de sardinas. Grité como loca porque no lograba abrirla. Simulé que enviaba
mensajes por whatsapp porque tenía deseos de hablar sola. Metí la mano dentro
del tragante de la bañera y saqué una bola de pelos asquerosa. Lloré porque no
lograba abrir una ventana. Me pinté todos los dedos de los pies y luego fui
quitando todo el barniz con quita esmaltes. Estuve con los ojos bizcos durante
tres minutos porque ya me tenían loca dos filósofos y luego me reí y luego me
filmé un video y luego me volví a reír. Hice otro video cómico con un pedazo de
pollo que compré. Estuve riendo todo el día por eso. Estuve mucho tiempo
intentando abrir la llave del gas para el lado que no era… y así otras cosas,
todas vergonzosas, la verdad, o que al menos uno no hace si tiene a un invitado
en la casa, como ahora lo tenía yo, en mis cámaras. Entonces salí del baño y tendí mi cama (por primera
vez) y dejé todas las cámaras en la habitación para poder leer tranquila, en la
sala.
Pero luego me traje la
laptop conmigo. Y el móvil. Y fue, digamos, interesante, pensar en que alguien
está siguiendo todo lo que haces. Que esté observando esas cosas de casa, de la
puerta para adentro. Entonces continué leyendo y ya de vez en cuando hacía
comentarios en alta voz. Cuando reía por algo, al momento explicaba por qué
reía. Preparé un té y fumé un cigarro mirando fijamente a la computadora. Y por
momentos me encontré sonriendo. Sonriendo no sé a quién. Luego siguió mi día. Tranquilo.
Y ya dejé de estar tensa por verme bien, por tener todo organizado, para el
visitante hacker de la cámara. Hice las mismas estupideces de siempre. Hoy, por
ejemplo, abrí una lata de champiñones de la misma manera que abrí la de
sardinas. Y cociné. Y hablé mientras cocinaba. Y comí, todavía observando a la
cámara. Y luego me tumbé en el sofá, a leer nuevamente, subiendo y bajando los
pies. Y me moví sola en una silla, como si fuera una mecedora. Y escuché la
misma canción como nueve veces. Me dormí. Volví a despertar al rato. Y volví a
mirar la cámara. Pensé en cuántas personas podrían estar mirando del otro lado.
Pensé en cómo serían. Pensé incluso, en lo que pensarían de mí, de mis cosas. Pero
luego todo eso me dio igual. No me enderecé el septum. No me acomodé el
cabello. No me limpié los ojos. Me atreví a decir hola. Sonreí. Continué
tumbada en el sofá.
A veces es importante
compartir esas cosas que ocurren a puertas cerradas. A veces es importante.
Aunque sea con un extraño. A veces es importante.
En fin, gracias por
leerme.
M, BB is watching you ;-)...
yo soy ese extraño...
yo te he mirado
ahhhhhhhhhh y quiero seguirte mirando hasta que mis ojos se cansen de tenerte frente lástima que en ese momento no podré decirte puly te amo porque no me escucharás jajajajja, me encanta tu post como siempre, pero más me gustas tu.
Hola Amanda, quería decirte que te he nominado al premio Best blog en mi blog. Pásate :) http://eldiariodeazarie.blogspot.com.es/2016/01/premio-best-blog.html
Pues resulta que leo tu blog y de pronto, por algún dedo mal metido, supongo, me voy a mi perfil de Google +, que dicho sea de paso, no es para nada interesante, ni siquiera una foto tiene; pero me percato por primera vez en las casi... cuatro veces que he abierto ese sitio tan poco interesante, que tiene 3.086 vistas. Como soy una cuasi ignorante en todo esto de internet, redes sociales, etc., etc., no entiendo bien que quiere decir eso: que 3 086 veces se ha abierto mi perfil, que 3 086 personas han querido escudriñar en mi vida virtual- repito, tan pobre. O serán 3, 086 personas, entonces no fuese algo preocupante, pero sí inverosímil, porque las personas no se pueden contar en números decimales, o sea, o son enteras, o no son personas. Ahhhhhhh... paranoia, paranoia!!!!!!!!!
este post ha sido muy lindo, pero también muy triste. Escribes maravillosamente. Muchas felicidades.