Hace un rato conversaba con mi amiguita mexicana. Luego
de irnos a comer una orden de tacos al pastor, compartir una cemita y tomarnos
una sangría, continuamos con una plática que ya llevábamos desde ayer. Una
conversación de esas enrevesadas, mezcla de depresión, decepción, desajuste,
delirio, desasosiego y otras D, no tan positivas a las tres de la mañana.
Hablamos del por qué. Del por qué constante que tiene en la cabeza todo aquel
que estudia filosofía y que para colmo es (o se cree) medio artista y que para colmo plus es mujer (y trágica). La
pregunta inicial fue, ¿qué es el ser? ¡Jaja, no es cierto! Para nada nos
preguntamos por el ser. O al menos no por el ser sobre el cual nos hacen
reflexionar en una academia donde el súper hombre es el aburrido de Heidegger. Más
bien, andábamos en temas muy “banales”. Nos cuestionábamos sobre los humanos,
sobre la sociedad de los humanos, sobre nosotras en la sociedad de los humanos
y sobre los humanos penetrando en nuestra sociedad particular: la sociedad que
creamos con los libros, con las ideas, con la música enajenante. Nuestra
sociedad individual. Luego comenzamos a hablar sobre los hombres ( machos – varones
- masculinos) y de las actitudes de los hombres (machos - varones -masculinos).
Los hombres y sus actitudes “culeras”. De las actitudes de las mujeres
“culeras” con los hombres “culeros”. Y nos preguntamos por qué es necesario
todo eso. Por qué es importante. Por qué no podemos evitarlo. Lo más jodido –
le decía hoy o ayer, no recuerdo – es
que, aunque uno quiera, el cuerpo lo busca. El cuerpo y solo el cuerpo, el
cuerpo que se traduce en instinto. Porque todo esto es instintivo. Y lo otro
más jodido es que las cosas se complican cuando entra la mente. Nuestra morbosa
mente, que le gusta la autoflagelación, que le gusta el sacrificio, que le
encanta posicionarse en esa actitud sumamente hipócrita de mártir, que busca y
busca el conflicto en pos de disfrutar el instante. Y se esconden bajo la
suposición de que lo importante es el instante. El instante es la felicidad.
Pero luego, viene la desesperación. Viene el dolor, viene la paranoia, viene el
pensar y el pensar. Es como aquello de que perdiendo se gana, en este caso, el
instante excitante de la felicidad, algo así a lo Bataille (y es que mi amiguita mexicana
investiga sobre este filósofo y ya yo la sigo en sus avatares conceptuales).
Luego me contó algo que le sucedió a una amiga y yo le
conté algo que le sucedió a otra amiga y luego contamos lo que nos sucedió (y
nos sucede) a nosotras. Y a partir de esas historias “banales”, comenzamos a
hacer análisis supuestamente no “banales”. Empezamos a traducir todo eso en
cuestiones abstractas, cuestiones existenciales. A reunir a Dostoievski y a
Schopenhauer en situaciones dignas de Laura Pausini. Y lejos de darnos risa
(aunque reímos), lejos de avergonzarnos (aunque nos avergonzamos), continuamos
con el tema. Y el salón cada vez se ponía más denso y más lleno de humo de
tanto cigarro y cigarro. Lo que no se
debe hacer es tratar de explicarnos las cosas “banales”, con presupuestos tan
intelectuales. Y lo otro que no deberíamos hacer es descubrir el origen de toda
nuestra crisis. Porque lejos de ayudar, lejos de dar una pista para encontrar
la solución, lo que hace es que uno se desespere más. Porque sabes la causa y
sabes también que no tiene solución. Ese es el producto de tanta novela leída, de tanto pensar en Nietzsche, de tanta
película de Bergman y de Dolan. Y producto también de la juventud. De la
juventud, que en algunas personas jamás se larga.
Luego hablamos sobre “coger”. Y sobre lo rico que es
“coger”. Y de lo divertido que es “coger”. De que te la metan (porque luego de
relacionar a Pausini con Dostoievski, ya se perdió el pudor, así que,
claramente, hablamos de “te la metan”). Y también de las implicaciones que trae
consigo eso. ¿La conclusión? Que es bueno, muy bueno, pero que, aunque sea
bueno, es malo. Porque luego del período instintivo y luego de que el instante
sagrado de felicidad de Bataille, te dice au
revoir, pues interviene la mente, la morbosa mente y ya. Comienza la
complicación, que es complicación porque somos morbosos. Por nada más. Porque,
complicado no es, y menos debería serlo para personas tan “instruidas” como
nosotras. Lo curioso es que, a cada rato decíamos: es que me vale verga, es que me vale verga, es que me vale verga.
Es que DEBERÍA valerme verga. Incluso pensamos en un cuaderno para anotar las
cosas que tienen ese valor para nosotros: ninguno, porque valer verga aquí, es que
algo no importe, que algo no tenga valor, o por lo menos es algo que no DEBERÍA
tener valor.
También hablamos de cómo la Habana está inundada. De
cómo el malecón está furioso furioso. Y creo que hablamos de eso porque esa
tempestad de la Habanita queridita, refleja de cierta forma, como están por
dentro las queriditas en México. (la insoportable manía de buscarle una
relación a todo). Y volvimos a hablar de los hombres y de cómo son crueles, o desaparecen si algo no les
gusta (en este pedazo creo que fumamos como cinco cigarros cada una). Y ahí,
de nuevo, dijimos que eso nos valía verga, nos valía verga, nos valía verga,
nos DEBERÍA valer verga. Y pensamos en que sería mejor olvidarnos de todos y de
todas, de la sociedad entera y volvernos ascetas. Pero luego vino la parte, de
nuevo la parte, de que es muy rico coger, follar, hacer el amor, que te la
metan. La penetración, la violación al cuerpo, el malecón y sus olas. Y
volvimos a pensar en Bataille. Y también pensamos en Bauman. Y también hablamos
del cabello. Y de mi laptop que está toda loca y tiene un virus. Y también de que este fin de semana había
estado demasiado sobrio, cargado de lecturas, reflexiones y de cosas que valían
verga. Y ya, sin cigarros, pues me fui a casa a escribir mi post.
De más está decir que la música de fondo para
redactar, más deprimente no ha podido estar: destroy everything you touch… la
la la. Supuestamente quería escribir algo coherente, interesante… no sé, hablar
del rizoma de Deleuze, de la contaminación ambiental, de cómo le va al Chapo en
la prisión, de cosas que no valgan “velga” (porque según los mexicanos,
nosotros los cubanos no pronunciamos la R). Pero tanto hablar de ella y de como
ella te penetra entera, te penetra duro, te atraviesa, te desborda, malecón,
olas, inundación, tanto hablar de la "velga", ha hecho que ahora, no pueda
sacármela de adentro.
Y bueno, lo único que queda después de escribir esto,
lo único que se puede acoplar a toda esta plática tan “profunda”, es ponerme a
ver Sex and the city…
En fin, gracias por leerme.
escribas como escribas sigues sonando bien rara y también interesante. eso es algo que no puedes evitar!cada post al menos para mí es una sorpresa porque no puedo imaginar de qué hablaras. pero algo que percibo siempre en tus cosas de domingo es que tú no tienes mucha fe en la humanidad. mi pregunta es:por que? Saludos de una admiradora.
Y es que la velga se dice de distintas manera, pero sólo es una; aquella que vale todo. Muy buena reflexión (por no decir bizarra). :)
A mí me gusta más "me vale madre", porque sustituir la verga por la madre es un gran paso de avance por uno de los senderos que nos propone Buda: "correcto hablar"... y nada, que la solución creo que es meternos todos al ascetismo.
te hemos leído y todas nos sentimos de la "velga".no sabemos si tú estás sufriendo pero a nosotras nos dejaste deprimidas. afectas mucho mujer.
la agonía del cuerpo y del pensar, esa complicada relación, la describes maravillosamente.