Y bueno, que continúo con el tema de la semana pasada.
Así que si quieren entender esto, lean el otro post.
C’est fini.
Luego de siete días más de reflexión, sigo igual de
perturbada por los emoticons. Es una ligera obsesión que tengo de la cual no me
libro. Es una desgracia tener una mente como la mía. Es que pienso mucho. Y
pensar es malo. Te puedes morir. O no, no sé, miren a Bauman, que tiene noventa
años, piensa mucho y sigue vivo. O a Eco, que se murió con ochenta y cuatro
años (en serio, qué fuerte, se murió Eco, mi archienemigo).
También he pensado en el catorce de febrero, el día de
San Valentín. Mis “días del amor” siempre han sido traumáticos. Recuerdo que
cuando tenía once años andaba de novia con un niñito que era un poco loco, la
verdad. Y loco con loco, trae consigo locura. Eso sí es obvio, no como cuando
te mandan un emoticons de un tigre y tienes que interpretarlo. Entonces
recuerdo que ese niño me gritó desde los bajos de mi edificio y me dijo que
bajara. Yo bajé. Y ahí estaba él, esperándome con un ramo de flores y una carta.
Pero como siempre he sido una chica dura (aparentemente), tomé el ramo de
flores y le dije, “¿qué cosa es esto?” Y lo boté. Ese niño me dijo algo así
como: “eres una perra mala y nunca recibirás amor, sobre todo en este día”. Yo
creo que fue una especie de maldición. Porque al año siguiente, comenzaba yo en
la secundaria. Andaba muy enamorada (amor, dolor, pasión) de un chico.
Obviamente éramos novios y obviamente teníamos una relación muy convulsa.
Entonces, llegó el catorce de febrero, “día del amor” y todos me convencieron
de que le comprara un obsequio. Y lo hice. Fue un perfume barato de esos que
vendían en un súper cerca de mi casa. Entonces pasé por su clase, lo llamé y le
dije “ten, felicidades”. Y me fui. A la hora del recreo lo vi, pero casi no
interactuamos. O sí, no lo tengo muy claro. Creo que nos dimos un par de besos
y ya. Lo horrible pasó a la salida del colegio. Él se había ido y yo me quedé
con unas amigas sentada en un parque, tomando helado. Entonces apareció un
amigo de mi novio. Y nos pusimos a conversar un rato. En eso, la madre de mi
chico me vio, me miró con mala cara y siguió. En la noche nos íbamos a una
fiesta. Y claro, yo iba con mi chico pues tendríamos una fiesta romántica y
luego, noche romántica. Aproximadamente a las ocho de la noche, lo llamé para
preguntarle a qué hora nos veríamos. Y él, con voz de drama y muerte me dijo
que ¡¡¡ TENÍAMOS QUE TERMINAR!!! La justificación fue que su mamá me había
visto ZORREANDO con su amigo. O sea… Yo me molesté mucho y como siempre he sido
tajante, le dije, “ok, pues ¡ADIÓS!” Y aunque estaba sufriendo mucho (porque yo
sufro mucho, aunque no lo parezca), me fui a la fiesta con mi amiga. Allí lo
encontré. Y mi corazón, corazón apasionado romántico, Shakira letal, pensó en
la reconciliación y en hablar con él. Pero el chico no quería ni mirarme. Sus
ojos expresaban furia y odio (ya ven que sí soy romántica), y así sin más, se
me acercó, me dijo que yo era mala y ¡se fue a besar a otra chica! Como era de
esperar, mi corazón colapsó. Pero continué fuerte, impúdica, de hielo. Cero
Shakira. Y la pasé muy bien. Al llegar a casa, está de más decir que me tumbé
en la cama, maldije a la bendita madre de mi chico, toda chismosa y hablando
mentiras. Puse un cd de Shakira, luego de Maná y luego de Linkin Park y luego The
Cranberries, y me eché a llorar toda la noche. ¡Oh, oh, oh, qué vida cruel!-
repetía sin parar. Al otro día, mis ojos estaban hinchados. Era sábado. Comencé
a leer algún libro de esos deprimentes para adultos que solía devorar, y llegué a una
conclusión muy obvia: la vida no tenía sentido, había perdido al amor de mi
vida, nunca más iba a sentir amor por nadie, rasurar al espejo ya no sería un
placer (porque yo de niña, rasuraba el espejo, ni pregunten por qué). Acto
seguido, tomé mi diario, hice un texto deprimente sobre el poco sentido de la
existencia sin amor.
Y decidí suicidarme.
Fui al salón de mi casa: miré a mi padre, a mi madre,
a mi abuela, con ojos de despedida, pasé a la cocina y tomé un cuchillo. Me fui
al baño. Sentada en la bañera, llorando a mares, le dije adiós a la vida, a mi
espejo e intenté cortarme las venas. Pero la verdad, eso dolía mucho. Y preferí
buscar algo menos doloroso. Así que volví a ir al salón, volví a mirar con ojos
de despedida, a mi madre, a mi padre y a mi abuela, fui a la cocina y agarré UN
TENEDOR. Entonces retorné al baño, comencé a llorar a mares nuevamente e
intenté clavarme el tenedor, pero por más que intentaba, ¡qué va!, eso no
cortaba. Y bueno, al final, se me acabaron las lágrimas, me aburrí y decidí
dejarlo para otro día. Creo que en algún post hablé sobe este, mi súper intento
de suicidio, pero nunca expliqué el por
qué… es que estaba esperando a un San Valentín.
A partir de ahí, todos los demás fueron similares, no
de suicidio, mas sí de completa decepción. Porque la maldición de aquel novio
mío se hizo realidad y con los años me fui volviendo más incrédula, y más
“perra”. Hubo uno que pudo haber sido bueno. Fue con mi mejor amigo de aquella
época; amigo al que amaba y me amaba pero éramos amigos. Y ese día pues tuvimos
una salida maravillosa, no romántica ya que
nos fuimos a una disco con música muy progresiva, pero fue bonito en
general. Lo trágico fue a la hora de regresarnos, pues él se quedaría en mi
casan a dormir y andábamos tan borrachos que la noche se convirtió en un
infierno de ganas de vomitar y no lograrlo. Speed
of sound, de Coldplay, quedó arruinada desde ese día pues no teníamos
fuerzas para apagar la computadora y la rola se repetía y se repetía hasta el
infinito.
Con otro, que me colmó de regalos ultra cursis, decidí
acostarme ese día. Y fue tan pero tan pero tan pero TANNNN horrible que del
tiro le dije: “mira, lo haces muy mal, así que es mejor terminar. Adiós.” Y
bueno, otro catorce arruinado. Así hubo muchos más o simplemente no hubo, o sí
hubo pero dejaron de significar para mí. No porque sea una estrategia mercantil
para vender a lo Black Friday, no
porque no sea cool ver a una
escritora filósofa en todas esas boberías. No. Mis San Valentines se truncaron
desde el día en que ese chico me echó la maldición. Lo cómico del asunto es que
yo lo amaba también a él. Pero es que no sabía (ni sé) cómo expresar mis sentimientos.
Este año, pensé
que, como el Papa estaba en mi tierra y que exactamente, el catorce, iba a
estar aquí en México, las cosas iban a ser diferente. Porque, aunque nadie me
haga caso, yo sé que el Papa Francisco fue a Cuba intencionalmente el doce de
febrero porque en esas fechas de enamorados, son en las únicas que un Papa
católico y uno ortodoxo con el respaldo atrás de un presidente comunista, pueden darse un besito y ser amiguitos. Ya yo
imaginaba al Papa, con su papa- Iphone,
enviándole un whatsapp a al Papa ortodoxo, diciéndole:
Papa
Francisco: Oye, llego a
Cuba el doce, ¿qué crees? (diablito rojo, carita con ojos de corazones y un
tigre).
Papa
Ortodoxo: (que andaba en
medio de una misa) responde: Ok (diablito morado, carita pícara con la mitad de
la lengua afuera, un gorrito de cumpleaños, copas de vino y una iglesia) –
Luego le manda otro whatsapp preguntando - Oye Francisco, ¿qué cosa es el tigre
ese? (Ya les digo, lo del tigre me ha dejado más loca aún).
Papa
Francisco: Ya te explico
cuando llegue a la Habana. Por cierto, vamos a agregar a Raúl, para que sepa a
qué hora llego y lo que haremos.
Papa
Francisco a Raúl: Raúl,
llego en la mañana (de nuevo diablito rojo, carita con ojos de corazones y un
tigre).
Raúl: Dale, riquísimo. Ven pa’ acá. (Carita de diablito,
una bandera cubana y otra del Vaticano). -Luego otro whatsapp – Oye Paquito, ¿por
qué el tigre? (¡y es que nadie entiende el emoticons del tigre!)
Como yo imaginé esa conversación tan súper buena onda
( que estoy segurísima de que así fue), y
luego supe que ya andaba en México, pues pensé que quizás, con tanta divinidad
en el ambiente (carita sonriente de angelito), pues iba a tener un día de San
Valentín no amoroso, pero sí amoroso en el sentido de creer un poco más en las
cosas bonitas de la vida, en recibir amor, en creer que las personas son
buenas. Pero nada. Ni el Papa Francisco hizo que me librara de mi maldición.
Igual continué decepcionada de todos. Igual sólo vi acciones feas a mi
alrededor (al menos, acciones que no me gustan), y para colmo, tuve que dormir
en una casa llena de animales (y ya saben lo que a mí me gustan los animales…).
Luego, en mi departamento, reflexionando, llegué a la conclusión de que no es
la humanidad. La humanidad debe ser buena, con sus fallas pero buena. Soy yo y
mi maldición, que impide que aprecie las cosas bonitas de ese día, las cosas
consumistas y enajenantes de ese día que a todos, digan lo que digan, les saca
una sonrisa.
Conclusión:
Las maldiciones son malas. Malísimas. Son perras. Como
yo.
Tengo que hacerme un despojo, una limpieza espiritual.
Pero no encuentro un emoticons que me ayude a hacerme
esa purificación.
Quizás el del tigre, si lo sacrifico y lo ofrendo a
los dioses.
Todo por Whatsapp, obvio. O por Messenger.
En fin, gracias por leerme.
tú debes ser de estas chicas que lleva a los hombres a la perdición. sólo tres cosas: eres un problema para el género masculino, ay de quien te ame y excelente post.☺
ME PARECE UNA FALTA DE RESPETO TOMAR LA FIGURA DEL SANTO PADRE PARA TALES BURLAS. EL PAPA FRANCISCO DEBE SER RESPETADO.
Jajajajaja okey!!!