Artwork: Goremez
Una tarde en Beijing, a la hora del té, me senté en una mesa con un chino viejo que ya tenía delante su termo con agua caliente y su mezcla de cebada y de jazmín lista para saborear su infusión. El chino no hablaba español. Yo no hablo mandarín. Aún así , conversamos de esa manera en que se conversa con el cuerpo y con el alma.
El chino me contó toda su vida. Me contó su infancia. Me contó su adolescencia. Me contó su casamiento. Me contó sobre su esposa. Me contó sobre su único hijo. Me contó cómo decidieron tener otro hijo, a pesar de que estaba prohibido. Me contó cómo pensaban no registrarlo y cuando fuera lo suficientemente grande, sacarlo del país primero a Rusia, intentando atravesar el río Pinyín. Me contó que se les murió a los tres meses, mientras viajaban en tren. Me contó que tuvieron que llevarlo muerto todo el trayecto. Me contó que nadie se enteró.Me contó que el hijo que sí vivió, hoy trabaja en una tiendita turística cerca de la Ciudad Prohibida. Me contó que tenía una nieta con un nombre que no puedo pronunciar. Me contó que era muy muy feliz. Nunca me dijo su edad. Ni la de su mujer. Ni la de su hijo. Ni la de su nieta.
A todas estas, ya casi terminaba el té. Yo, como concluyendo la plática, le expresé lo bien y contento que había él llegado a esa edad, lo bien que había llevado su adultez. Igual concluyendo, entre señas y sonidos raros, me explicó algo: que la adultez sólo funciona si pretendes ser feliz, si finges ser feliz, si sonríes para ser feliz. Y me explicó que hay dos opciones ante esto: o terminas creyendo fielmente que eres feliz, o tomas mucho té de cebada y de jazmín, para que la rabia acumulada no afecte tu salud.
Al final, le enseñé a decir Adiós en español y él me enseñó a decir Adiós en mandarín. Sonreímos ambos, felizmente.
En fin, gracias por leerme.
Una tarde en Beijing, a la hora del té, me senté en una mesa con un chino viejo que ya tenía delante su termo con agua caliente y su mezcla de cebada y de jazmín lista para saborear su infusión. El chino no hablaba español. Yo no hablo mandarín. Aún así , conversamos de esa manera en que se conversa con el cuerpo y con el alma.
El chino me contó toda su vida. Me contó su infancia. Me contó su adolescencia. Me contó su casamiento. Me contó sobre su esposa. Me contó sobre su único hijo. Me contó cómo decidieron tener otro hijo, a pesar de que estaba prohibido. Me contó cómo pensaban no registrarlo y cuando fuera lo suficientemente grande, sacarlo del país primero a Rusia, intentando atravesar el río Pinyín. Me contó que se les murió a los tres meses, mientras viajaban en tren. Me contó que tuvieron que llevarlo muerto todo el trayecto. Me contó que nadie se enteró.Me contó que el hijo que sí vivió, hoy trabaja en una tiendita turística cerca de la Ciudad Prohibida. Me contó que tenía una nieta con un nombre que no puedo pronunciar. Me contó que era muy muy feliz. Nunca me dijo su edad. Ni la de su mujer. Ni la de su hijo. Ni la de su nieta.
A todas estas, ya casi terminaba el té. Yo, como concluyendo la plática, le expresé lo bien y contento que había él llegado a esa edad, lo bien que había llevado su adultez. Igual concluyendo, entre señas y sonidos raros, me explicó algo: que la adultez sólo funciona si pretendes ser feliz, si finges ser feliz, si sonríes para ser feliz. Y me explicó que hay dos opciones ante esto: o terminas creyendo fielmente que eres feliz, o tomas mucho té de cebada y de jazmín, para que la rabia acumulada no afecte tu salud.
Al final, le enseñé a decir Adiós en español y él me enseñó a decir Adiós en mandarín. Sonreímos ambos, felizmente.
En fin, gracias por leerme.
Me acuerdo, cómo en Dunedin también hablabas así con la gente. Y si no, en tu cabeza sí hablabas y hablabas y te hablaban y te hablaban. Saludos. Buena foto de tus brazos.
Jaaa. qué historias siempre tienes! La foto muy buena!
Buena idea la de poner fotos de artistas o amantes de la plástica o la fotografía. Tienes buena mano para escribir y buen ojo para seleccionar ilustraciones.