Los
reproches que siempre quise hacerle a mi madre (o que le hice) y ella olvidó
La verdad es la
siguiente: no hay nada que deteste más que los mensajes por el día de las
madres. Bueno, detesto aún más los manuales de filosofía. Y el pescado. No el
salmón ahumado, pero sí el pescado en general. Tampoco el atún, si está en
conserva. En fin, que me diluyo. Detesto mucho algunas cositas y ésta del día
de las madres, es una de ellas. Peor aún
son las postales (similares a esta horrible que he puesto hoy) y peor doble, los
textos dedicados a las madres. Todo el mundo y su tía, escribirá hoy sobre este
día. Y todo estará lleno de amor, o de tristeza, o de ambas cosas. Me parece en
extremo molesto y desagradable. No tengo justificación alguna para mi aversión hacia
ese tipo de festejos. Simplemente soy así. Pero este año haré una excepción.
Porque tengo un blog. Y al parecer, hay como una especie de cofradía oculta,
cofradía rosacruz siglo XXI, entre todos los blogs que me llegan, con respecto
a hablar de tópicos comunes en días comunes. Y yo, que no me gusta ir contra la
corriente (observen cómo terminó Marx), escribiré sobre lo que escribe todo
blog, insertado en la cofradía rosacruz de lo cliché. Igual tiene sus ventajas, esto de tener un
día para escribir sobre las madres, pues yo, que adoro a la mía, aprovecharé
para redactar, plasmar e inmortalizar, algunos de los reproches que siempre le
he hecho, o he querido hacerle y no le he dicho, o que sí le he dicho y ella
ha olvidado y luego yo he olvidado y todo olvidado y ¡que viva el olvido! En
fin, esto es para ella.
Mamá: No te justifiques
más. No cocinas bien. Lo más aceptable era el arroz frito, y eso, cuando no te
pasabas con la salsa soja. No sé en qué pasado fue tu comida deliciosa, pues
abuela tampoco recuerda esa época.
Mamá: Yo no comprendo
tus criterios. Me dices princesa. Luego, las princesas siempre son bellas.
Luego tú dices a priori, que cada
corte de cabello que me haré, no es el adecuado para mí. Luego no soy bella. Ergo sum, mas no, ergo princesa. Pero tú sigues llamándome igual. Gran parte de mis
problemas de personalidad comienzan por ahí. Estoy segura.
Mamá: Ni en sueños me
tomaré una foto contigo para que hagas una gigantografía y la pongas en el
salón. En serio, no. Jamás.
Mamá: Nunca voy a
olvidar el día en que dijiste, en televisión nacional, que tu hija (¡ay mi
hija, mi princesa!) recién había publicado una novela en ESTADOS UNIDOS (cuando
aún no éramos amiguitos de ese país… bueno, no estoy clara si ya lo somos). Y
luego acotaste, que daba clases privadas de francés en casa, cuando YO NO TENÍA
LICENCIA DE TRABAJO PARA ELLO. Recuerdo mi rostro. Recuerdo el de mi amiga
Susana. Incluso, recuerdo el de abuela. Y luego llegaste tú, feliz, preguntando
qué tan bien había quedado el programa televisivo. En serio, no las piensas…
Mamá: Ustedes, todos,
tú, mi padre, mi hermana, me arruinaron la vida. ¿Por qué no me alentaron a
estudiar ciencias o algo realmente productivo? ¿Cómo se les ocurre permitir que
estudie filosofía y para colmo, me dedique luego, a escribir? Estas cosas y la
palabra trabajo son casi incompatibles.
Tendrían que haber hecho que leyera menos libros y que aprendiera a
hacer cosas prácticas, como por ejemplo, cocinar, talento que definitivamente,
heredé de ti.
Mamá: Mis trastornos de
sueño no se van a arreglar con un vaso de agua espiritual debajo de la cama, ni
con rezar un Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum… Ya yo he llamado a
Dios. Recito la mitad de Números y
para colmo, escribo un libro sobre temas bíblicos. Dios no me entiende, o no me
escucha. Al parecer, él es Pop y yo soy Hard Rock.
Mamá: Tampoco voy dejar
de tener miedo a dormir sola y a las muñecas de porcelana. Voy a continuar
necesitando a alguien, o continuaré durmiendo con la luz y el radio encendidos.
Mamá: El matrimonio no
significa nada. Es un contrato, algo útil por momentos. Pero es un contrato.
Lee a Rousseau, o mejor, lee a Hobbes, que es más pesimista. Uno es feliz
porque es feliz, no porque esté casado o no.
Mamá: No tienes por qué
repetirme que tengo problemas graves de orientación. ¡YO LO SE! Y lucho
diariamente contra eso.
Mamá: Si yo te escribo
de nuevo y tú no me respondes, porque te has quedado sin baterías, te juro, que
no envío más e-mails. Sé responsable. Tu hija está al otro lado del mundo, en
un país donde hay terremotos y tifones. Aún no ha ocurrido nada, pero puede
ocurrir…
Mamá: Nunca olvidaré,
cuando tenía trece y escuchaba aquel grupo ruso, y tú me dijiste que las chicas
cantaban como gatos a los que le tiraban de la cola. Y luego, a los catorce, me
dijiste que la versión de Lágrimas negras,
de Varela, no te gustaba. Nunca más pude escuchar de la misma manera aquel
grupo ruso. A Carlos Varela sí, pero igual la canción nunca fue la misma. Ni su
versión, ni la tuya, ni la del mismísimo Matamoros.
Mamá: Los mensajes de
autoayuda NO AYUDAN. Por lo menos, no a mí.
Mamá: Casi lo olvidaba,
otro momento, digamos, peculiar, de mi infancia, fue cuando llegué a casa y vi,
en el medio del salón, la pirámide de energía y dentro de ella a mi abuela. Esa
escena, mi padre sentado en el sillón, con un trago de whiskey en la mano y tú
desconectando los equipos eléctricos, para que la pirámide no se cargara, esa
escena no se olvida fácil.
Mamá: Yo sufría tanto
cuando te ibas de viaje…
Mamá: Yo, la verdad, no
lo niego totalmente, ni niego que ese amigo tuyo canadiense, los haya visto
y estudiado. Pero creo que los extraterrestres no existen. En todo caso, no
vayas más repitiéndolo por ahí…
Mamá: ¿Tú no encuentras
raro que leas todo, absolutamente todo, como si estuvieras leyendo poesía?
Incluso aquí, en Nueva Zelanda, continuamos riendo cada vez que pensamos en ti haciendo
eso.
Mamá: No puedo. Lo más
normal que lograré escribir, es lo que redacto en el blog. Lo siento.
Mamá: Me voy a poner un
Septum, en el medio de la nariz, quieras o no. Es un sueño adolescente que lo
cumpliré de adulta. No me importa como quede. No me importa mi alergia. No me
importa parecer una vaca. Y sé que ya lo sabes, que una tercera aristotélica te
contó…
Mamá: ¿Cómo me pides
que sea organizada, cuando tú no lo eres?
Mamá: Reconócelo. Eres hipocondriaca.
Tú, abuela, y todas las generaciones anteriores. Por los siglos de los siglos. Amén
Mamá: Los muebles
rojos. Horribles. Simplemente horribles.
Mamá: La rosa que te
regalé por el día del educador, era para que me regalaras la falda vintage. Por
suerte mi plan funcionó. Pero, en serio, no sé cómo no te habías percatado
antes de que la quería.
Mamá: Si enciendo un cigarro
en el balcón, es imposible que te estés ahogando en la habitación. Menos en
nuestro apartamento. No seas dramática.
Mamá: Y yo no soy
histérica, solo que hay cosas que me provocan histeria, pero es normal. No todo
el mundo puede flotar como flotas tú.
Mamá: No me interesa si
todo esto suena inmaduro, pues por aquí, me están reprochando eso. Para eso
están las madres, para soportar inmadureces.
Mamá: Si pensaste que
te iba a decir que te extrañaba, sobre todo los regalitos de las madrugadas del
miércoles, que añoro ir a cenar contigo
a Plan B, que tus e-mails me
hacen sonreír y que extraño mi casa, mi habitación, mis ventanas, mis cigarros
en mis ventanas, tú molesta, por los cigarros en mis ventanas, que extraño
darte consejos y poner mala cara y ser seria, extremadamente seria. Que extraño
preguntarte cómo te fue en el trabajo, escucharte ensayar y las clases de canto
y el piano, el viejo y el nuevo piano y tu positividad ante la vida y ante mi
desesperación… si pensaste que diría que extraño todo eso y que extraño tu
bello rostro y tu cabello genial, pues olvídalo. Yo no he cambiado. Yo continúo siendo seria. Yo no hablo de esas
cosas. Yo soy Hard Rock.
En fin, gracias por
leerme.