Artwork: STR
Digan lo que digan, Hume tenía razón. El hábito es el hábito. Y parece que mis ojos se habituaron a ver a un montón de gente grande, gente rubia, gente con ojos color cielo, gente abrigada, gente sin sudor, gente sonriente y de paso, poca gente. Porque si algo le faltaba a Dunedin, era, precisamente, gente.
Entonces, después de tres días de viaje, cruzar el Pacífico y el Atlántico, montarme en cinco aviones, no bañarme, pagar quinientos dólares por una maleta extra, que no tenía por qué ser extra, quedarme sin un peso, casi perder todo mi equipaje y comer media caja de donuts, llegué a la Habana. Y mis ojos, habituados ahora a la gente metida en "cloro", pasaron a ver un montón de gente, ahora pequeña, gente trigueña, gente con ojos color noche negrísima, gente en camisetas, gente sin camisetas, gente con deseos de no tener ropa, aunque a la vez con deseos de tenerla, al menos para guardarla en el armario... ¡Ay, Cuba, la gente y la dualidad de la vestimenta! Por un lado: todo el mundo quiere tener "pacotilla", pero al final, ¿para qué? Aquí deberíamos andar a lo Adán y Eva.
O por lo menos eso quisiera yo...
Lo curioso con mis ojos es que, a pesar de que veo a todos negros negrísimos (lo sean o no), la gente (la gente negrisima de la Habana) ahora se la pasa diciéndome: "¡Niña qué blanca tu estás!". Pero la verdad, yo me miro el brazo y me veo igual de negra que ellos. Intento explicar lo que me ocurre, lo de que veo a todos negrisimos. Sentimiento que, me parece, no puede controlarse con la típica respuesta de: "¡es que hay tremendo calor!" No. Las cosas no son tan simples. Al menos conmigo.
El momento en que la gente se ponen más negra, es luego de las ocho, cuando comienza a oscurecer y salen, a los bares. En mi caso, me fui a FAC, un lugar de moda y que se llena como pocos centros, a ver si mis ojos se acostumbraban de nuevo a la variedad del color, pero fue lo mismo. Para mí, todo seguía igual. Oscuro. Y lo mismo ocurrió en otro bar y en otro y en otro. Luego las cosas han empeorado. Ya no solo pasa que los veo oscuros y brillantes por el sudor, sino que los veo similares. Siento que todo el mundo se parece: lo visualizo como una gran bola negra y encantadora (porque eso sí, los cubanos somos encantadores) y que da vueltas y vueltas, como un poco perdida, que se mueve por inercia, que pasa de bar en bar, o de día en día, o de tienda vacía en tienda vacía, sin explicación. Sin mucho sentido.
Quizás la explicación a mi "oscuridad" es la idea de Hume y el hábito, esa ilusión que nos hace entender las cosas de una manera que realmente no lo son. Debe ser eso. Pues antes no me sentía así. ¿O es que también yo era parte de la bola oscura? ¿O quizás lo sigo siendo, pero no me doy cuenta, a pesar de que me encuentro negrísima igual? Por algo la gente debe decir que estoy "blanquísima". Debe haber algo ahí, más allá de la falta de sol. Repito, las cosas no son tan simples. Al menos en mi cabeza.
El punto es que he sentido eso desde que llegué, hace seis días. Sentimiento raro, la verdad.
Supongo que con las horas, comenzará a pasar. Y todo volverá a la normalidad (porque es así: o se acostumbra la ciudad, o me acostumbro yo, ¿no es cierto,Hume?). Tengo hasta agosto para definir qué es lo que me tiene con la vista nublada y un poco aturdida, por ver que las cosas, en muy poco tiempo, aparentemente no han cambiado, tanto de este lado ni del mío, pero sí lo han hecho. Y mucho.
No obstante, hay cosas que sí siguen igualitas.
Continúo adorando:
los cigarros Hollywood Ice
la yuca con mojo
y las camisetas bien escotadas, para entrarle de frente al calor.
Bueno, amigos, esperemos que sea el jet lag, el que me tiene viendo gatos negros y escribiendo incoherencias.
Ya veremos qué ocurre el domingo próximo. Si la conexión en Cuba, permite que pase algo, fuera de la isla, claro.Es que la bola es negra, dura, compacta y solo rueda en territorio nacional.
En fin, gracias por leerme.
La Habana es una ciudad en penumbras, ni siquiera el sol alumbra- calienta mucho, eso si- pero la intensidad de su luz es tanta que cerramos los ojos para que no nos lastime el resplandor; y nos quedamos a oscuras, adentro y afuera.