Ayer hablaba con alguien muy querido de mi tierra. En
algún momento de nuestras extensas divagaciones telefónicas, le dije, - Oye, ¿ya
felicitaste a tu papá por su cumpleaños? Ella me respondió – Yo no tengo papá.
Mi papá está muerto. – ¡ Pero cómo dices eso!- exclamé. ¡Todos, absolutamente
todos los cubanos tenemos mínimo dos padres! Uno, nuestro papá biológico. Y el
otro, obviamente, es nuestro querido comandante. Quien nos dio la libertad. Quien
nos dio escuela. Quien nos dio trabajo. Quien nos enseñó a pensar. – Pero el
que nos enseñó a pensar fue José Martí ,
Monique. Te has equivocado de fecha. – A ver, a ver, le dije, Martí sí, cierto.
Pero Martí, quien nos enseñó a pensar, más bien es como un tío cercano que nos inculca un par de ideas interesantes que
nos definen a lo largo de nuestra vida. Pero nuestro papá, el papá en común que
tenemos todos, no es él. Tú sabes muy bien a quién me refiero es. – ¡Ay niña,
por Dios! Pero ese no es mi progenitor. –
Mmmmmm – refunfuñé. ¿Cómo reniegas así
de tu padre? ¡Ese es el hombre más importante de nuestras vidas! Es decir, mi
papá, el que puso los espermatozoides es importante, pero es que el papá de mi
papá, y el de mi abuelo, es mi papá también. Y si mi padre, el del
espermatozoide pudo contribuir a mi nacimiento, fue porque ese otro papá, el
más importante lo permitió. Además, él hizo que todos nosotros fuéramos
personas. Antes, antes no éramos nada. O sí. Éramos como perritos hambrientos,
o como monitos irracionales. Luego, gracias a sus conocimientos y su ayuda, pues evolucionamos
y nos convertimos en seres humanos, y no sólo seres humanos, ¡también en hombres de bien! Tenemos que
agradecerle no ser monos de feria, al servicio del Capitalismo brutal, del
Capitalismo feo. Del Capitalismo con ropa bonita pero sin virtudes, sin
respeto. O sea yo no puedo respetar a un señor presidente que se vaya a nuestro
país a participar en un show humorístico televisivo y que luego salga dando un
discurso sobre limar asperezas y ser amiguitos. Yo no quiero ser amiguita de
una persona así. Yo quiero ser amiga de alguien con templanza, de alguien
excepcional. Y sobre todo, yo quiero ser la best friend de alguien a quien le
dediquen canciones de la mejor calidad en cada uno de sus cumpleaños. Canciones
que salen del corazón, canciones del alma. Es más chic tener un amigo así. Un
hombre que inspira, que hace aflorar las dotes artísticas de un país entero. Y
eso, que recuerde, en los últimos setenta años, sólo lo han logrado con ese nivel
de devoción, dos presidentes: Hitler y nuestro papá. Eso es admirable. Y aún
así, nuestro papá tenía una ventaja. – ¿Cuál?- me dice mi amiga. Pues que era
bien guapo. Y ya Nietzsche lo dijo: la gente fea no logra nada en la vida.
Hitler estaba feo, pero Dios lo ayudó un poco precisamente porque vio que era
tan feo y chiquito que le dio la oportunidad de experimentar qué era la
grandeza. Pero a nuestro papá, Dios sí no lo ayudó. ¡A él no lo ayudó nadie!
No sé por qué razón, continué hablando como papagayo
sobre las proezas de mi padre el comandante. Y es que yo siento una incontrolable
devoción por ese hombre. Gracias a él no sólo me convertí en persona, sino que
he aprendido muchas lecciones de vida. Lecciones que muchos malagradecidos
pasan por alto. Gente que debería eliminarse por no tener la capacidad de
entender lo bueno que es y ha sido siempre. Un poco duro, la verdad, pero como
mismo se comportaba ese, mi amigo Dios, en el Viejo Testamento, así mismo se
comporta mi papá. Nos aprieta un poquito, pero todo por nuestro bien. Así que,
continuando con mi monólogo, comencé a enumerar algunas de las cosas que él me
ayudó a enfrentar y entender.
Primeramente – le dije a mi amiga - él me enseñó a que
uno debe vivir en un país donde la medicina debe ser gratis. Imagínate vivir
sin eso. Y más en nuestra isla. Imagina vivir sin calmantes o sin medicamentos
para controlar el hambre o controlar la ansiedad. Si no hubiese aprendido con
él la importancia de una pastilla para soportar ciertas cosas, ciertas
carencias, ciertas insatisfacciones, pues ahora no podría vivir donde vivo,
donde hay que calmarse sí o sí. También me enseñó a que en un país, el ron debe
ser barato. Digo, por si faltan las pastillas, poder controlar la ansiedad con
el alcohol, ese que hace que todo se vea más bonito. Por esa razón es que
nuestro país y nuestro sistema es una maravilla, es muy lindo, es perfecto, el
paraíso y estos lugares capitalistas son feos. Y es que aquí las bebidas
alcohólicas y los medicamentos son muy caros, entonces no tenemos la bendita
oportunidad de apreciar la belleza tal y como es. Me enseñó también a vivir
separada de las personas que más quiero. Y a entender que no es necesario
convivir con ellos, que no es necesario atenderlos. Me forzó a mí y a muchos a
buscar nuevos horizontes y no mirar atrás, a no ser que mi mirada se volcara
hacia al pasado tras unos cuantas copitas de vino. ¡Eso no lo enseña ningún
presidente! Pues uno se separa de la familia por razones muy banales, muy poco
filosóficas. Pero en nuestro país, nos separamos por temas abstractos: porque
hay que hacerlo, porque sí.. Porque es la única salida. También por una cuestión
de solidaridad. O sea, somos una isla bloqueada por el horrendo Estados Unidos.
Por esa razón, los medicamentos y el alcohol pueden faltar si somos demasiados.
¿Y cómo uno vive sin pastillas y sin alcohol allá? Entonces, los que podemos,
nos vamos para que esos, que siguen allá, puedan tener acceso a aquello que los
hará sobrevivir y ver bien bonita su realidad. Eso es tener un espíritu altruista,
que sólo ha logrado él que un pueblo entero tenga. Por eso todos nos queremos
ir. No por razones personales, sino porque así ayudamos al otro. Nos convirtió
en seres extremadamente solidarios. Me enseñó igual a tener una visión de la
vida totalmente proyectada a disfrutar cada momento y no pensar en el futuro.
Ese es el caso de mi papá, el del espermatozoide. Que toda su vida la dedicó a
ayudar a mi otro papá, el comandante, sin pensar en un futuro tranquilo y
plácido. Sin pensar en hacer del mundo un lugar mejor. No. Más bien lo preparó
para entregárselo todo y que luego en su vejez, éste mi papá biológico, se
contentara con recordar. Recordar y recordar. Lo enseñó a olvidarse de su
situación actual. Así, mi padre no conoce la depresión porque vive entre recuerdos
y cuando va a a pensar en la actualidad, pues ahí mi papá el comandante le proporciona
los calmantes o el alcohol y de nuevo la vida vuelve a ser bella. Me enseñó
igual a que incluso en sistemas socialistas, las personas tienen un momento de
caducidad. Y cuando no son factibles, no son útiles, pues se desechan: ya sea
que deban desaparecer, que los encarcelen, o que anulen sus vidas. Eso está
muy bien. En la República, Sócrates y sus amigos también querían hacer lo
mismo. ¡Qué inteligente y culto mi padre el comandante, que leyó a los clásicos
griegos! Otra cosa importante es que me hizo encontrar mi vocación. Tengo un
blog donde hablo sobre mí y las cosas que me ocurren. Eso es algo que se estila
muchísimo en todas partes. Mas, como crecí en esa isla donde no teníamos acceso
a las cosas banales de la vida, donde no habían ni Reallities, ni Kardashians,
ni nada de eso, pues yo aprendí a hablar sobre mí, a redactar sobre mí, gracias
a sus discursos de ocho horas y sus deliciosas reflexiones compiladas en
libros, lanzadas en los periódicos. Yo soy ególatra gracias a mi papá el
comandante, quien también lo es. ¿Comprendes? – Sí, sí, comprendo – respondió mi
amiga. Y supongo que lo otro que me enseñó, pero que aún no logro implementar,
es de cómo hacer que millones de personas me amen. Rectifico, que millones de
personas que no entienden mucho de redes sociales, me amen sin necesidad de dar
un like o seguirme en Twitter. Eso, eso, amiga mía, es algo sublime. Se relaciona igual con la bendición que es
tener medicina gratis y alcohol barato: porque si la cosas se ponen feas, si
siento que mis admiradores me detestan, pues les doy la pastilla o el trago y
vuelven a amarme. ¡Lindísimo! Las otras implicaciones positivas que tiene vivir
en un país con esas necesidades básicas cubiertas, pues no son necesarias
exponerlas, porque todos sabemos lo importante que es no tener que pagar operaciones,
o medicamentos. También sobra hablar de la educación, gratis igual. Nada se
compara con estudiar gratis, tener una carrera gratis. ¿Que tengamos que
pagarla cumpliendo un servicio social obligatorio durante tres años? ¿Que si no
lo hacemos nos invalidan nuestro título o certificado de estudios? ¿Que luego
no sirvan esos estudios para prácticamente nada en mi país porque pierdes el
derecho a ejercerlos? Eso es secundario. Lo importante es el estudio con dos
objetivos: para aprender y para ponerlos de manifiesto luego en nuestra isla... si nos dan permiso.
Mi amiga, que nunca había pensado en estas cosas desde
dicha perspectiva, se sintió culpable de haber rechazado al principio, la idea
de que nuestro comandante es la persona más importante de nuestras vidas,
nuestro papá. Recordó entonces lo imprescindibles que habían sido esas cosas
cuando vivía en Cuba. Entendió también, filosóficamente hablando por qué había
dejado a su hijo, a su madre, a sus hermanas, a su perra, su casa, su vida, su departamento,
en pos de emigrar a un país donde está sola y sus días pasan entre el súper y
su trabajo. Entendió de dónde provenía esa fuerza de carácter que hizo que
pudiese soportar todo eso. Entonces,
como donde vive ahora las pastillas no son baratas, pero en cierta formas, sí
el alcohol, la exhorté a que se comprara una botella de licor y brindara a la
salud del noventa cumpleaños de nuestro padre. Creo que lo hizo, pues no supe
de ella en el resto del día.
Por mi parte,
yo al principio no quería hacerlo, para ahorrar un poco y no malgastar. Pero
luego pensé en todas las enseñanzas de mi papá el comandante, en la vida que me
ha hecho llevar, en la vida de mi padre, el de los espermatozoides, en la de los
amigos que fueron inservibles y los desaparecieron para que no contagiaran al
resto, en los estudios, en el calor, en la separación… Entonces me fui directo
al mercado, compré una botella de añejo, me serví un trago, luego otro y otro y
otro. Y ya bien contenta, bien feliz, bien agradecida, me inspiré e intenté
componer una canción en su honor. Empezaba diciendo, Felicidades papá en tu
día.
En fin, gracias por leerme.