Ayer soñé
que salía a comprar un par de zapatos. Entraba yo a Palenta, la tienda de la
tres sur y encontraba las sandalias que quería. Pero entonces no hallaba mi
número. Luego de angustiarme ante el hecho de tener los pies demasiado
pequeños, encontraba otros, similares a los que quería y luego de otro rato de
agonía y discusión con una chica que los quería, finalmente los compraba. Al llegar
a casa, me percataba de que había llevado dos modelos diferentes. Intentaba
buscar una solución. Ponerme zapatos diferentes en cada pie, pintarlos del
mismo color para que al menos quedaran homogéneos, pero al final terminaba
gritando, angustiada. Y descalza.
Desperté.
Antier
soñé que me traicionaban. Yo podía verlo todo porque andaba flotando por el
aire. Era como la espuma yo. Era como pompas de jabón yo. Era como un ángel yo.
Un ángel que se angustiaba ante el hecho de la traición. Y como pasa con los
ángeles, o las pompas, o la espuma, o los entes que flotan, no podía hacer nada
para evitar el engaño; me quedaba ahí varada, observando todo. Y me
angustiaba. Me angustiaba ante la decepción absoluta. Ante el asco y la
desesperación.
Pero
antes de antier soñé que me iba a suicidar. Planificaba mi muerte con detalle y
en esa organización sentía plena felicidad. Entonces ahí, frente al mar, en una
playa rocosa y de arena espesa, sonreía al sentir que ya todo se iba a terminar.
Mi suicidio iba a ser cómodo, sin presión. No habría piedra que me lanzara
hasta el fondo. No habría resistencia. Sólo me lanzaría y sin más, con la misma
tranquilidad con que uno entra en la somnolencia, dejaba de respirar. Me volvía
espuma. Una espuma no incómoda como la que me tornaba ante la traición del otro
sueño.
Hoy
intenté soñar con todas estas cosas. Pero ni dormir logré. Entonces comencé
imaginar que soñaba. Un sueño feliz, un sueño verde, un sueño esperanzador,
como el del suicidio y de repente me encontré en un lugar oscuro. En un antro.
Con lucecitas rojas. Una mujer con cabeza de puerco bailaba. Movía sus pies al
compás de una música estridente. Entonces noté que andaba con zapatos
diferentes. Me concentré en cambiar ese detalle. Pero los zapatos continuaban
dispares. Luego una ola gigante inundaba el lugar y con ojos de pez pedía ella,
la ola, una copa de vino al mesero. Y el mesero nadaba hasta donde estaban los
ojos de pez de la ola, pero en el camino se ahogaba entre el vaivén aberrado
del agua. Aclamaba a Dios con todas sus fuerzas, para que mandara su
acostumbrada ayuda. Pero Dios no aparecía. Dios estaba observando a la bailarina
con cabeza de puerco y zapatos dispares, que continuaba moviéndose ahora,
dentro del mar. No sé por qué, yo lograba flotar, convertida en espuma, y sin
más lograba cegar a la ola, que primero quedaba como Polifemo ante Ulises y
luego expulsaba sus ojos convirtiéndose éstos en salmones.
Entonces
se secaba el lugar. Todo volvía a la normalidad. Las personas aplaudían por
haber derrotado a la ola ojos de pez y Dios me regalaba un cojín dorado,
agradecido por haber hecho yo su trabajo. Pero no sé por qué, continuaba
angustiada.
Luego
dejé de imaginar que soñaba y volví a la realidad de las dos de la tarde del
domingo.
Sólo esto
tengo para contar hoy. Y creyéndome psicoanalista, he intentado darle un orden
a los sueños y ensoñaciones que he tenido en los últimos días. Pero he fallado.
No hay manera de que pueda darle una explicación racional a todo lo soñado - ensoñado. Sólo me queda claro que soy capaz de derrocar a una ola. Soy capaz de
recibir regalos de Dios. Puedo incluso controlar mi muerte. Pero a la hora de
cambiar los hechos más banales, a la hora de moldear la facticidad, la
cotidianidad de los días, un par de zapatos disparejos, una traición dolorosa,
la angustia perenne, ante eso, doy la espalda y ahogo a un mesero.
Y
entonces vuelve la angustia, la angustia en la vigilia. Y mi acto heroico, el
logro de destruir algo, el orgullo ante los aplausos y el reconocimiento de los
demás, se vuelve diminuto. Se vuelve insignificante: salmón solitario nadando
contracorriente.
En fin,
gracias por leerme.
Wow! Eres tan....
eres como una mujer con colobríes en las rodillas. Me encantas.
talentosa mujer. tus metáforas...