Llevo
casi un mes sin escribir debido a que es la primera vez que paso las
festividades navideñas lejos de mi casa. Entonces, yo quería ver si las cosas
eran diferente fuera de la isla. Quería vivir la emoción de la nieve navideña,
del frío navideño, de la decoración navideña en las calles, del Capitalismo
navideño que me vendieron durante casi 26 años. Y bueno, por ese hecho, me
desconecté y dije, a disfrutar sin caer en la tentación de estar redactando
todo lo que veo. Porque cuando uno redacta, uno comienza tergiversar. Las
palabras se hacen dueñas. Como ahora, que ya hacen de las suyas mas ya da
igual. La Navidad se acabó. Incluso hasta los Reyes se fueron. Así que ya es
hora.
Debo
reconocer que casi nada de estas festividades me llamó la atención. O sea, no
vi las cosas muy diferentes a como las viví toda mi vida: gente divertida, ente
bonita, gente amable, servicial y cariñosa a mi alrededor. Comida deliciosa. Ya. Eso sí, me faltó cantar
el Himno Nacional a las doce de la noche. Y también tirar una cubeta de agua
por el balcón. Y dar la vuelta a la manzana con una maleta vacía (esto último
yo no lo hacía pero tenía unos vecinos que sí, y mira que después de hacerlo
casi la vida entera se fueron todos toditos de la Habana). Pero la verdad no
esperaba otra cosa en estos aspectos, menos teniendo en cuenta en dónde vivo y
conociendo a las personas que me rodean: maravillosas. Ahora así, mi expectativa
navideña a lo película gringa, pues la verdad que no. Aquí no nevó. Creo que ni
el volcán soltó algún copito. Frío, esa palabra este año no ha existido. Calor
como si estuviera en el maldito malecón a las dos de la tarde. Decoración, un
montón de lucecitas y árboles gigantes bastante molestos. Nada, que mi
espectacular entusiasmo por las cosas no varió este año. Fue igual. Casi nada
me llamó la atención.
Casi…
Y digo
casi porque sí hubo algo que llamó tanto mi atención que puedo asegurar,
quedaron suplidos todas mis demás intereses navideños. Y fue lo que se derivó
del “gasonilazo”. Yo de gasolina, lo único que sé es que “a ella le gusta la
gasolina y que quieren que le den más gasolina”, y de eso me enteré cuando tenía
como 13 años. Luego, no he sabido más nada relevante con respecto al tema. Sobre Peña Nieto, me he enterado que está “bien
pendejo”, que es un incompetente, que es un idiota y hace un par de días, leí
por parte de estos feministas - homosexuales – radicales - ridículos (no
feministas, sí homosexuales, no radicales y sí ridículos) que uno de los
defectos de éste, el Peña Nieto, era ser heterosexual (porque en el mundo de
los feministas – homosexuales - radicales ridículos, ser heterosexual es un
defecto). Algún que otro dato extra: se expresa no muy bien, ridiculizó al país
entero invitando a Trump a México y para rematar, en medio de toda esta locura
del gasolinazo, su respuesta a las quejas fue “¿y ustedes qué harían?”, frase
maravillosa si la pronuncia un presidente. Seguro llamó hasta al mismísimo Trump
para preguntarle qué haría. Y bueno, ese, el americano del peluquín rubio sí
siempre sabe qué hacer. Mierda, pero bueno, sabe qué hacer. Del pueblo
mexicano, sé que es muy amable, sé que es cálido, sé que de cualquier cosa se
mofa porque así se disimulan más las penas y también sé que está desunido. Más
que cualquier otra cosa, desunido.
Todo esto
confluyó para que entre el primero de enero del 2017 y ayer sábado siete de
enero, la paranoia, el terror, la psicosis y la desesperación reinara sobre
unas cuantas regiones del país, o por lo menos, reinara en donde vivo. Como
extranjera, he mirado esto desde afuera, como viajera que en parte se
identifica y le afecta lo que pasa pero que por otro lado no se siente capacitada
para dar una opinión certera, pensada y bien estructurada. Pero como hoy es
domingo, las manos se abalanzaron y las palabras comenzaron a hacer de las
suyas.
Entonces
llegó el primero de enero del 2017 y si bien antes la reunión se diluía en
conversaciones sin importancia, a la 1 y 20 de la mañana ya dos comenzaron a
hablar del tema. La gasolina había subido. Y con la gasolina el gas. Y con el
gas el agua. Y con el agua la electricidad… Y así la serpiente se fue alargando
hasta volverse ouroboros. Y como
serpiente que se muerde la cola, fluctuaba el ánimo de los demás. Luego me enteré
por las redes que se convocaba (en algún momento) al saqueo extremo de algunas
de las instalaciones comerciales más importantes del país, para entonces dar
paso después a una marcha en cada Zócalo. Ya no supe más nada, pero sí el tema
del #gasolinazo sonaba por todos lados. A toda hora. El pueblo entero hablando
del gasolinazo. Las redes, las emisoras, le televisión. Todo. Y así estuvo.
Hasta el cinco de enero. La cuestión se reduce a: haber salido a cenar.
Comenzar a ver los locales comerciales totalmente cerrados. Escuchar a alguien
gritando “ya vienen ya vienen”. Esperar a que una señora nos explicara qué
ocurría. Obedecer a una vecina diciéndome que no saliera de casa, que las cosas
se pondrían feas. Encerrarme en casa.
Y
comenzó.
¿Qué
comenzó?
No se
sabe muy bien pero algo.
Empezaron
a subir los videos de todos los centros comerciales que fueron atracados. Las
barricadas en algunos mercados impidiendo que los atracadores entraran. La confirmación
de que aun amigo lo habían asaltado justo frente a mi casa, quitándole todos
los regalos de reyes que tenía. Sonidos de patrullas sin parar. Estruendos hasta las doce de la noche. Miedo
por todos lados. Personas en las redes alegrándose de que fuesen atracados los
lugares. Otras totalmente en contra de que se utilizara un acontecimiento como
fue el alza de la gasolina, para dar paso libre a todos los delincuentes de la cuidad.
Y otras como yo que no tenían nada claro, tanto así que ni entendía qué se
ganaba provocando todo lo que estaba ocurriendo. Y así transcurrió el cinco. El seis, día de reyes las calles estaban
desiertas. Muchos lugares continuaban cerrado por miedo. ¿Miedo a qué, pregunté
yo? ¿Acaso la revuelta no fue ayer? Miedo a lo que pueda pasar hoy. ¿Y qué va a
pasar hoy? Pues algo va a pasar, dicen eso, que algo va a pasar. Luego a mí y a
otra amiga nos llegó información por
parte del gobierno de la ciudad donde estoy, de que nos cuidáramos pues algo
iba a suceder. Y que iba a estar feo todo. Y así fue avanzando el día. Pesado.
Cargado. Con todos mirando de reojo, caminando rápido. Apretando las manos. No
había un solo niño en las calles. Los comentarios continuaron agudizándose. Que
iban a venir, que iban a venir. Y se empezó a filtrar que algunos barrios ya
estaban tomados. Que estaban entrando a las casas, atracando y dañando a los
civiles. ¿Quienes? No se sabe quiénes. Un grupo, vestidos de blanco, vestidos
de negro, con palos, sin palos, con camionetas, en motos. No se sabe, pero
vienen. Y entonces, en ese punto el hombre se bestializó. Rompió su camisa,
sacó sus garras, se afiló los colmillos y salió a defender lo que era suyo. Con
palos, con machetes, uniéndose a los otros hombres que lentamente se iban convirtiendo
en animales y en manada marcharon, patrullando contra no se sabe qué. Otros
igual sacaron a flote los temores más grandes. Histéricos no sabían qué hacer, cómo
reaccionar. Pensaron en atrincherarse en casa pues no había manera de salir.
Cero autos, cero taxis. Todo estaba paralizado porque esos iban a llegar. La policía hizo sonar las alarmas en algunas
colonias. Alarmas que anuncian casi que un estado de guerra. Y así estuvo todo.
Esperando que llegaran. No se sabe con exactitud a qué casas entraron, a
quiénes agredieron, con qué agredieron, pero lo cierto es que todos estuvimos
aterrorizados. Penando que algo muy malo nos ocurriría. Las noticias
internacionales de igual forma reportaban los acontecimientos. Y mientras en la
televisión nacional mexicana pasaban un programa cobre los pechos de Niurka
Reyes y el pene de no sé quién, de la Habana me escribían, desesperados, preguntándome qué estaba pasando aquí. Las redes dejaron de hablar del alza de la gasolina.
Ahora el tema eran las agresiones. El #gasolinazo comenzó a amparar a los
memes, comentarios, videos y opiniones sobre los atracos. El presidente habló
algo sobre el tema, algo que seguro le sugirió Trump cuando le preguntó qué
haría él. Y así, entre miles de comentarios de que vienen de que vienen, nos
dormimos todos. Y amanecimos el sábado. Con una manifestación pacífica en el
Zócalo. Cientos de personas se unían en contra del presidente y gritaban “el
pueblo unido jamás será vencido”. El pueblo unido que, un día antes robaba a su
hermano, a su compañero, porque una cosa es asaltar un Wallmart, donde las
pérdidas no son reales, y otra atracar al vecino, al hermano, al compañero. Y
con esto no quiero generalizar, no todos fueron a asaltar a su semejante. Sino
que, antes de pensar en hacer manifestaciones, antes de decidir atracar centros
comerciales de gran envergadura pensando que así se resolverán los problemas,
se debería pensar en cómo organizar todas estas cosas pero unidos. Cuando hay
unidad verdadera se puede derrocar y cambiar lo que sea. Mas cuando la unidad
es falsa, entonces es fácil dividirse, es fácil fracturarse y por ende es fácil
dejarse socavar por la Institución. No sabemos si todo esto fue organizado por
el mismo gobierno. No sabemos si las alarmas y los “ya vienen” fueron todos
falsos. Lo único cierto de la noche del viernes 6 de enero es que el pueblo
salió a defenderse no del gobierno, no de la policía, sino del mismísimo
pueblo. La vuelta a la lucha de todos contra todos.
Supongo
que la noche del sábado estuvo tranquila. O no… no sé. No salí de casa.
Hoy
domingo, mientras daba mi paseo habitual, vi todo normal. Los comercios estaban
abiertos, las verdulerías ambulantes estaban a reventar. Los señores con los
muñecos que se mueven solos hacían su show en la calle Cinco de mayo. Ya todo
estaba igual.
Tengo que
revisar las redes. A ver cuántas opiniones recogió hoy el #gasolinazo. Seguro
que menos que ayer. Y así irá en picada, con el paso de los días. Todo se
olvidará. O no… hay que ver.
Mientras
tanto yo me siento en al concina de mi casa. Pienso en la Navidad. Pienso en el
Capitalismo, que finalmente no me defraudó en mi afán de unas fiestas
diferentes. Pienso en lo difícil que es
opinar sobre situaciones ajenas a tu país y a tu cultura (difícil al menos para
mí). Pero luego veo la bolsa de
mandarinas que tengo a mi lado. Y hundo la nariz en ella. Y me embriago en ese
delicioso olor. Y olvido todo lo demás. Así de fácil se me pasan las cosas. Así
de fácil se nos pasan a todos. Así de fáciles somos. Esto creo que lo debería
agregar al #gasolinazo.
En fin,
gracias por leerme.
Algo me decía que ibas a hablar sobre este tema... Excelente texto. Y un gusto que hayas escrito, muchacha inquietante.
Muy bueno, estos son de los que realmente me producen un placer inmenso leer.
Fantástico inicio de año en tu blog.