Esta mañana he hecho una de las cosas que más me
producen placer. Me levanté temprano, cosa extremadamente rara. Y así, en
pijama, he bajado a comprar algo para desayunar. Caminar con mi pantalón de
dormir y mi playera de Lady Gaga sin sostén, sin lavarme ni el rostro, con
calcetines prestados es algo delicioso. Compré un jugo de Manzana. Luego unos
pasteles en la panadería de mala muerte que queda a dos casas de mi
departamento. Luego, como me levanté con manzanas en la cabeza, compré un
pastel de manzana, para que mi día continuara así, manzanoso. Encontré a la
encargada del edificio, pagué mi renta. Pagué el internet. La señora encargada
me dijo que me quedaba muy bien mi flequillo; cosa rara pues casi todos dicen
que parezco una niña loca. Vi a una señora que llevaba a su hija amarrada a una
correa de perro y le gritaba “Romina, romina, no corras tanto Romina”. Saludé
al viejito que cuida los autos. Escuché el ruido de un taladro.
Mientras hacía todo ese recorrido pensaba en lo
maravillosas que pueden ser las mañanas. Y lo maravillosa que puede ser la
vida. Me prometí a mí misma y a mi amigo Dios, que no volvería a ponerme un
cigarro en los labios. También me prometí a mí misma y a mi amigo Dios, no
untarme más esa crema antiarrugas que he comprado para escapar a una vejez que
aún no me toca. Igual juré no ofuscarme más, ni dejar que se me volviese a
acelerar el ritmo cardiaco. Y también prometí no leer sobre el suicidio y
centrarme en la piedad, que es sobre lo cual debo pensar ahora. Disfruté el
sol, el bonito sol, el sol que no quema, que sólo acaricia. Pensé en lo triste
de los que viven en los círculos del infierno, porque ellos no tienen un sol
buena persona, sino sólo calor y lluvia torrencial. Pensé en que quizás a los
de los círculos les gustaría comer pastel de manzana. Y luego pensé que, en
todo caso, les brindaría de los pasteles malos, los primeros que compré, porque
son los más baratos y aunque me haya levantado de muy buen humor, tampoco la
alegría me inunda tanto como para regalar pastel de manzana.
Regresé a casa.
Mas sólo con meter la llave en la cerradura, sólo con
sentir el giro de la llave, empecé a sentir las primeras palpitaciones. Y justo
al abrir la puerta mi pastel de manzana cayó al piso. Ayer pasé horas limpiando,
así que eso no me hizo mucha gracia. Sentí (y siento) un olor a basura por
todas partes que no sé de dónde sale. Comenzaron a dolerme los ovarios. Y,
obviamente prendí un cigarro. Me sentí mal porque sentí cómo Dios me susurraba
bajito: “te lo dije, yo sabía”. Entonces comencé a escribir, para escapar al
cigarro, pero en lo que llevo escrito he fumado tres.
Hay algo dentro de
mi casa que no me gusta. No estoy clara, pero hay algo que no me gusta. Algo
que no tiene una materia fija, más bien se transforma todo el tiempo. Ese algo,
siento que tiene una correa como la señora y me la amarra al cuello. Entonces
me convierto en Romina. Romina que no puede correr. Es difícil que logre
agarrar ese algo que no me gusta. Que me inquieta, que cambia de forma. Si lo
lograse no lo invitaría ni a pastel ni a jugo de manzana. Más bien fuera
directo al grano y le preguntaría, ¿por qué, por qué no quieres que corra? ¿Por
qué te gusta que me den palpitaciones? ¿Me quieres provocar un infarto? Yo no
quiero morirme de un infarto.
A veces creo que esa cosa se mete hasta en mis libros,
o hace que seleccione los libros incorrectos. O hace que elija todo lo incorrecto.
Porque cada lectura, cada pensamiento, cada acción que acometo cada día aquí
dentro, me lleva a los mismo pensamientos. A los pensamientos donde el pastel
siempre cae en el suelo, se revienta, explota ¡plaf! Ideas que generan dolor en
mi ojo izquierdo.
Antes pensaba que era yo la del problema. Pensaba que
era una cuestión de actitud (como dice mi mamá). Pero ahora estoy convencida de
que es esa cosa que no me gusta, ese algo que cambia de forma y mete su lengua
en mi oído hasta envenenarme. Esa cosa que no puedo atrapar es la culpable. Y
como no lo puedo solucionar hasta atraparla, pues entonces creo que seguiré
así, intentando disfrutar los momentos en los que a Romina se le afloja la
correa y puede desbocarse como caballo. Según mi amigo Dios esas son sólo
excusas para no asumir que soy yo y mi cabeza danzarina. Pero Dios es un
neófito en esos temas. Dios se ha acostumbrado a vivir en su casa con miles de
cosas que no le gustan. Entonces ya no puede discernir entre lo que le ocurre a
él, en la soledad de sus pensamientos y lo que le ocurre como efecto de la presencia
de los otros. Por lo tanto su criterio aquí no es válido. Él sí no tiene ningún
problema en comprar pasteles de manzana y repartirlos entre todos. Él es más
caritativo por ese lado. Yo no. Yo prefiero comerme sola el pastel, o por lo
menos comerlo con alguien a quien pueda verle el rostro. Con alguien que no
haga tan evidente que está lleno de máscaras.
En fin, gracias por leerme.
Es que piensas demasiado, Romina. No pienses. No te esfuerces en disfrutar. Sólo vive y ya.
Unos cuantos domingos sin escribir... eres muy mala, gatita.
Ya te extrañaba!!!!!!
tus reflexiones son geniales. tienes un talento extraordinario. Felicidades.