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Hoy les dejo un texto de la escritora cubana Diana Rosa Pérez Castellanos, marcada por la situación en esa isla de la contrariedad, llamada Cuba. Entiendan. Acompañen:
¿Cuando hablamos
de Cuba- o mejor diría de “los cubanos”, porque Cuba es un pedazo de tierra que
flota en el mar Caribe, lo mismo podría ser en el medio del Atlántico-, a cuál
nos estamos refiriendo?
Hay cubanos que viven
en condiciones materiales paupérrimas- como siempre aclaro, principalmente a
esos turistas que viajan a la Cuba “made in capitalism”, Cuba no es la Habana
ni sus sectores turísticos, Cuba es ese país que se le está cayendo encima a
casi doce millones de habitantes los cuales despiertan todas las mañanas
pensando qué cocinarán en la noche. Cubanos que hace siglos perdieron la capacidad de
soñar, de crear, de actuar, y que por lo tanto viven en lo que yo llamaría “el
limbo de la tristeza”- ese estado que me recuerda constantemente por qué la
libertad individual es el principio del progreso humano. Cubanos que son
acosados, perseguidos, torturados, encarcelados, asesinados- porque sí,
compañeros socialistas que adornan sus torsos con camisetas de Ernesto Guevara,
en Cuba no solo se matan las mentes y las voluntades de los seres humanos,
también sus cuerpos. Cubanos que gracias a su ingenio- digo “ingenio” y no
“talento” porque no bastan las aptitudes para salir adelante en un terreno
(sociopolítico) tan adverso, hacen falta algunos ingredientes extras que a mi
criterio están incluidos en la etimología de la palabra “ingenio"-, o al azar-
digo “azar” y no “suerte” porque se me antoja más certera la primera palabra
para designar la experiencia casi divina que puede vivir un ciudadano de hoy al
encontrar pocos o casi ningún tropiezo en su escalada a la supervivencia-, han
logrado posicionarse en un escaloncito por encima de la base de la pirámide social
y sobreviven, yo diría que hasta felices, en un país donde si por ingenio o por
azar te agencias una ciudadanía extranjera, puedes desahogar las penas del castrismo en
dos viajecitos anuales a otro país, y el resto del año vivir en la isla con
cierta holgura. Cubanos que tienen la
dicha de las remesas familiares- todos los cubanos conocemos la nueva acepción
de la palabra “fe”: familia en el extranjero (que te salva más que la fe de
antaño).
Existen también,
los no tan buenos ni inocentes ciudadanos cubanos (y digo “ciudadanos” con toda
la intención de la palabra, porque si las actitudes y conductas negativas de
los “seres humanos” muchas veces no conllevan consecuencias negativas para
nadie, pues sí las de los “ciudadanos”, las cuales la mayoría de las veces
tienen consecuencias nefastas para el sano desarrollo de la sociedad civil),
que han elegido como estilo de vida: 1. La doble
moral- esa práctica tan extendida y por lo tanto legitimada que ha
convertido a Cuba en el campeón de la “unanimidad”, y no digo que no hayan
existidos ni que existan aún dictaduras en este planeta, solo digo que pocas se
han instaurado por unanimidad-; 2. El oportunismo- la causa de la aversión
política en Cuba ha recorrido un complicado trayecto, comenzando en el miedo,
el estigma, pasando por la apatía y la desilusión y terminando en la comodidad que, en efecto, hoy
se puede aspirar a ganar en la isla si no te declaras “antisistema”-; 3. El arribismo- esa tendencia tan marcada
que tienen algunos cubanos que los convierte en “delatores profesionales”, y
muchas veces, en “delatores sin oficio ni beneficio”. Sobre esos tres pilares
se construye la Cuba de hoy, una sociedad tan maltrecha que la inconsecuencia y
la ausencia de principios éticos son el pan nuestro de cada día. En Cuba todo
vale… menos cuestionar la Santísima Trinidad: Sistema, Gobierno y Partido Comunista (y el Dios aquí es, por
supuesto, Fidel Castro, nuestro líder histórico).
Y está la
diáspora cubana, ese carnaval de vanidades que lo único que tiene en común es
el agradecimiento a Dios, a algún santo, al universo, a las fuerzas cósmicas, a
un amigo, al negocio del matrimonio, a un familiar, a algún empleador benévolo,
etc. etc., por haberlos sacado de Cuba- algunos agradecen en silencio… que la doble
moral cabe en cualquier equipaje. Pues,
entre esos cubanos de la diáspora están
los que se fueron muy jóvenes y que gracias al tiempo y el ímpetu de la
juventud, lograron insertarse en los países de destino de tal manera que Cuba
quedó en el pasado como mismo queda la casa en donde nacimos, la escuela donde
aprendimos a leer, el primer amor. No existe en ellos un sentido de
pertenencia, puesto que los años fundamentales de sus vidas no han transcurrido
en Cuba, sino en el país de acogida. Están los cubanos que han perdido todo
contacto con la isla puesto que nunca más regresaron, ya sea porque no
pudieron, ya sea porque no dejaron atrás nada que ameritara volver. Están los
que independientemente del tiempo que lleven viviendo fuera de Cuba,
independientemente si estén o no insertados y felices en otros países, regresan
a ratos para visitar a sus familiares, para conservar sus propiedades, para
vigilar algún negocito que se han montado o para calcular las posibilidades de
“inversión” en la tierra de los ciegos- como dice el refrán, “a río revuelto,
ganancia del pescador”, y en ese mar revuelto que es hoy Cuba, los pescadores
de ultramar son los segundos que se llevarán la mejor pesca; los primeros serán,
por supuesto, los acólitos del Gobierno. Estos cubanos son los que nunca opinan
de política, los que ni siquiera se atreven a hacer un comentario en contra del
Gobierno de nuestro país en las redes sociales, por miedo a lo que podría
sucederles una vez viajen a Cuba, por no perjudicar a sus familiares que aún
viven en Cuba, y en algunos casos, por una autocensura incoherente, cobarde o
absurda- una de las tantas victorias de
Fidel Castro ha sido la de convertir a cada cubano en su propio censor, enseñarnos a desconfiar hasta de nuestra
sombra, “por si acaso”. Aunque no me identifico con este grupo, lo comprendo y
lo perdono, quizá Cuba no los perdone nunca (algún día quizás ni ellos mismos
se perdonen, cuando el mundo deje de decir “Revolución cubana” y solo utilice
el término correcto de “Dictadura cubana”) pero yo soy una simple mortal sin
ninguna atribución, además, parafraseando a Buda, “perdonar es bueno para la
salud”, por lo que intento perdonar todo, o casi todo, para que mi organismo se
mantenga lo más saludable posible. Aclaro que de mi compresión escapa el grupo
que, no por miedo, no por ignorancia, no por autocensura, sino por un evidente
y manifiesto oportunismo oculta su verdadero sentir con respecto al Gobierno de
Cuba y en ocasiones interpreta el triste papel de defensor o reformista de la
dictadura cubana en su cómodo teatro capitalista- vamos, que no somos aventureros
europeos, todo cubano sabe que el 99% de los cubanos que se han ido de Cuba,
por la vía que fuese, lo hicieron porque no soportaban más vivir en ese país
miserable y opresivo. Esos “pescadores en ríos revueltos”, esos que esperan con
las botas puestas que el “renacer cubano” los sorprenda bien posicionados en
sus negocios o en esa élite intelectual que regirá los designios políticos del
país con un totalitarismo semejante al actual Gobierno, esos que hoy pasan por
encima de la miseria material y espiritual de millones de cubanos, que pasan
por encima de los que sí han tenido un poco de dignidad y no han pactado con la
dictadura cubana, esos, escapan, no solo de mi compresión, sino del ideal de un
“ser humano moral y ético en una sociedad democrática y civilizada”.
Y por último,
existe en la diáspora un grupo que después de vivir años en la opresión, en la
mentira, con el miedo a cuestas, en la tristeza, el desencanto y la desidia, en
fin, que ha vivido para comprobar lo caro que pagan los ciudadanos la concesión
a la pérdida de “algunas libertades individuales” en nombre de un proyecto político que sólo satisfacía las necesidades ególatras de su líder - como si se pudiese ser un
poquito más o menos libre, o medio libre. Ese grupo, con el cual me
siento identificada, considera que lo
menos que debe hacer es denunciar, desde cualquier lugarcito accesible, la
verdadera naturaleza del régimen cubano.
No por Cuba- ese pedazo de tierra que flota en el medio del mar Caribe-
sino por los millones de cubanos que viven en esa tierra; por un futuro donde
nadie olvide que la libertad individual no se cambia por beneficios sociales,
que los ciudadanos necesitan gobiernos que administren los bienes y recursos
públicos y no líderes que les digan qué pensar y cómo actuar, que la sociedad
civil no puede estar condicionada por la ideología ni por los partidos
políticos, que la pobreza de un país no es una condición sino la consecuencia
de la ineptitud y la demagogia de su gobierno.
¿Entonces,
cuando hablamos del futuro de Cuba, a qué nos estamos refiriendo? Porque con tan marcado desencuentro, quién
puede apostar hoy por la reconstrucción de Cuba.