Desconfío
de las cosas pequeñas. Porque nunca lo son. Jamás. Es todo una apariencia.
Desde que choqué por primera vez, con la paradoja del montón, hace ya un montón
de años, desconfío de esa modalidad. Hoy, entre pequeños paseítos, terminé en
la pequeña Scribes Books, en la
esquina de St David and Great Kings Street, comprando un pequeño libro, con
pequeños cuentos neozelandeses. Luego, mi esposo me hizo una pequeña
dedicatoria. Al rato, tomé una pequeña siesta nocturna, que a su vez era aún
más pequeña, pues despertaba cada pocos minutos. Al rato, me puse a responder,
brevemente, pequeños e-mails. Ahora, intento escribir el post, pero solo me
salen frases a medias. Esto es un problema. Me genera cierta ansiedad, pues
recuerdo la paradoja del montón y desconfío. Asumo que algo grande hay dentro
de estas líneas. O dentro del libro. O dentro de la dedicatoria. O dentro de Scribes Books. O dentro de la siesta. O dentro
de los mails. Pero hasta ahora, no hay nada más que pequeñez. Igual, continúo
sintiendo que, en algún momento, todo se tornará grande. Grandísimo. Napoleón
en tacones. Mas no acaba de ocurrir. Es
como el trompo que está a punto de terminar de bailar, o la moneda a punto de
dejar girar, o el hombre que está a punto de caerse. Todo a punto. Y uno
deseando que ocurra, ahí, con la boca hecha agua, más por la necesidad de que
todo tenga un fin, que por otra cosa. Pero no acaba de pasar.
Tengo
hasta taquicardia.
Qué
molestia.
De las pequeñeces surgen las mas grandes creaciones, pero no en suma mecanica, sino amparadas por la totalidad hegeliana.