Porque
yo, definitivamente, también tengo cincuenta sombras y una quemada, préndela préndela por golosa. En eso me
convertí, en una golosa, golosísima, golosisísima, de ese Christian Grey…
No
voy a mentir. Tenía en mente escribir sobre Fifty
Shades, incluso desde antes de tener el blog. Pero quizás, a una parte de mí, le apenaba un poco hablar
abiertamente sobre el tema. Además, el revuelo con el libro era tan grande, que
la verdad, prefería ver si pasaba el boom
y a la vez, el boom boom de mi corazón.
Pero no lo olvidé. Para colmo, recién, un conocido posteó una foto con un grupo
de libros, y pedía a sus amigos, que les recomendaran por cuál empezar. Y allí
estaban, las Cincuenta Sombras, a
modo de broma claro, alrededor de Kundera, de Víctor Hugo y de otros más. Y yo,
sin dudar, le recomendé, empezar por ese Best Seller “erótico y morboso”, a
modo de broma igual. Y nada, que las cincuenta sombras y la “golosería”, se
volvieron a activar en mí.
Creo
que soy de esas pocas personas que pueden decir (sin mentir, ni exagerar) que
el noventa y ocho por ciento de los libros que han leído, han sido libros
buenos. Y no porque lo diga yo, sino porque lo dice la historia de la
literatura, o la crítica, o el fulano ese que sabe de libros (bueno, y también
porque lo digo yo, qué rayos). Creo que solo he tenido cuatro baches literarios:
dos libros, cubanos, de Ciencia ficción (que, por respeto a los colegas
escritores, no diré los autores), uno (igual cubano) de poesía y uno, americano,
de terror.
Se
acabó.
Los
demás han sido oro molido. Y siempre me he vanagloriado de ello, de ser una
chica con un sistema de referencias ilustrado, muy al estilo añorado por D’Alembert.
(Pardon, Monsieur D’Alembert!)
Entonces,
tuve hepatitis.
Y
por culpa de mi hepatitis, se retrasó mi viaje.
Y
por culpa del viaje (de tener que estar sana para montar en el avión), tuve que
privarme del alcohol, las salidas, la comida grasienta y el cigarro (no
completamente del cigarro, pero tuve que disminuir la cuota diaria).
Todo
esto en diciembre.
Mis
primeros días de hepatitis, los pasé inundándome de esa paciencia aguda y
espiritual, que transmite El juego de
abalorios. Y me sentía bien, conforme (o aparentemente conforme) con mi
situación de enferma, sobre una cama. Y también me sentía, como siempre, una
muchacha culta y despojada de esas pasiones materiales.
Entonces
fui a casa de mi hermana, por unos días,
en busca de paz, para terminar de pasar mi convalecencia hepatitosa malosa.
Y
allí estaban los librillos. Los tres tomos.
Como
era de esperar, pasé algunas horas comentando sobre lo malísimo que eran, que
ni en sueños yo hojearía algo así. Y para demostrarlo, lo comencé a leer. Solo
para demostrarlo, y porque no había más nada interesante.
Y
empecé.
El
resultado fue caótico.
¡Qué
vergüenza!
No
quería levantarme de la cama. No quería comer. No quería hablar con nadie. Pasé
dos semanas leyendo los tres tomos. Para colmo, sumémosle a esto, que no sé de
qué manera, la historia se unió a ciertas cantantes, que encajaron perfectamente
con mi nuevo mundo: El perro del mar y Cat Power. ¿Qué relación guardan la
música Indie y Cincuenta Sombras? Yo no sé.
Lo
que sí sé es que mi estado, incluso después de terminar el libro, empeoró. Al
menos, mientras leía, intentaba disimular ante los demás, mi gusto secreto por
el libro. Por eso, cuando mi sobrina me llamaba a casa, preguntando qué hacía,
yo respondía cualquier otra cosa. Y si al principio ella me molestaba, pues sabía
en el pecadillo que andaba, luego, creo que por cierta vergüenza ajena, ya no
me molestó más, dejándome tranquila, en mi intimidad ensombrecida.
Pero
cuando terminaron las páginas, la trama, en mi cabeza loca, continuó. Y
entonces vino la parte en que igual, no quería saber de nadie, solo RECORDAR mi
sentir durante la lectura cincuentera. Es por ello que un día, me hallé sentada,
en el comedor de mi hermana, allí, donde había comenzado todo, totalmente
enajenada, escuchando la musiquita maldita, con los ojos cerrados, restregándome
el rostro contra una toalla, suspirando, imaginando, ¡yo no sé ni qué! En eso,
mi hermana (que llevaba rato hablándome) dijo algo y vergonzosamente, me sacó
de mi enajenación.
Sin
contar, que un día, durante el festival de cine latinoamericano, en la Habana,
yo no quería películas, yo no quería fiestas de post producción, yo no quería
nada, a no ser, estar acostada en mi cama, escuchando la musiquita y recordando.
Ya,
en ese punto, las burlas eran extremas. Yo, la “Shakespeare” de la familia,
toda muerta con un libro de porquería del cual YO misma, había despotricado
tanto… No es fácil.
Algunos
achacaron mi mal a que estaba muy aburrida. Otros, más atrevidos, decían que
era porque llevaba mucho tiempo con un esposo lejos de mi alcoba (en buen
español cubano –arrabalero: de que hace rato no “la veía pasar”). Los que más
me conocían, ni opinaban, la verdad. Solo se limitaban a dejarme hablar un
poquito sobre el tema y no reírse cuando me sonrojaba. Mi esposo, el caballero
alejado de la alcoba, ese me dio por loca y perdida.
Repito,
¡qué vergüenza!
Pero
ahí no termina mi historia.
Subí
al avión. Llegué a Santiago de Chile, y no pude evitar tomarme una foto con un
post gigante que había, promocionando la película. Y no fui al estreno, porque
está claro que entradas no quedaban. Pero entonces tomé otro avión y llegué a
este fin donde estoy. ¿Y cuál fue mi recibimiento? Realmente fue un video con
Gandalf y Frodo, indicándome cómo usar el cinturón de seguridad (es en serio,
lo juro, así es el video de seguridad de Air New Zealand). Y lo segundo, fue mi
esposo. Y lo tercero, fue que me habían perdido una de mis maletas. Pero
obviando esas tres cosas (que no fueron tan importantes como la cuarta) ¿qué me
esperaba, a pocas calles de mi nueva casa, en el cine Rialto? ¡La película de Cincuenta Sombras! A mí, el corazón me
palpitó fuerte, pero fuerte. Y enseguida compré el ticket (uno solo, porque mi
esposo ni en sueños iría a ver esa película “flojita”, y mejor, la verdad, yo quería disfrutar ese momento sola). Pasé
dos noches soñando con mi gran momento.
Y
llegó el miércoles, 5pm.
Para
mi sorpresa, parece que ese libro y su filme, no eran muy populares aquí, pues
solo había otra persona en el cine: un chico. Pero nada, que nos saludamos, en
una especie de camaradería oculta. Y comenzó.
¿Mi
opinión?
No
sé. No tengo. Porque solo de empezar, mi cabeza volvió a perderse en mis días
de lecturas ensombrecidas. Y así acabó la película, casi sin yo enterarme, pero no mi “ligera” obsesión.
Que
continúa.
Cada
vez que escucho la musiquilla maldita, o que me hablan del tema, o que me
encuentro la novela, como hace una semana, en una venta nocturna de libros,
ahí, casi brincando, entre los otros libros, me vuelve a palpitar el corazón.
Ya,
a estas alturas, he dejado de avergonzarme de mi gustillo por el libro, que la
humanidad y su tía intelectual, han criticado.
A
mí me da igual. Porque, que no se me hagan las chicas. En ese texto hay para
todos los gustos. La que quiera dinero, ahí tiene a Grey. A la que le gusten
los chicos rubios, pues tiene a Grey. A la que le gusten los chicos intrigosos y trágicos, pues igual tienen
a Grey. A las que le gusten las transnacionales, ahí está Grey y la suya. La que
quiera un chico culto, Grey y la literatura británica. A la que le interese
hacerse la chica loca sexual, pues ahí tienen al “porno star”, Grey. Y si lo que
le gusta es el sexo suavecito, igual, Grey resuelve. Incluso, a las que les
gustó, el vampirito de Crepúsculo (ni sé quién es, pues esos sí no los he leído,
ni he visto las películas), pues igual, ahí está la versión humana, Grey, ya
que me enteré de que la novela es un fanfiction
de esos libros. A mí, la verdad, lo que me puso orgásmica (tengo que reconocer
que en ese punto, la autora sí dio en el clavo conmigo), fue en el momento en
que (valga la redundancia) Grey, el súper Grey, le regla la editorial a Anastasia.
¡Solo de recordarlo ahora, me pongo a
sudar! Como podrán imaginar, cuando leí eso, lo primero que hice fue escribirle
un e-mail a mi esposo, preguntándole por qué él no me había regalado una
editorial a mí. La respuesta, ni la recuerdo, ya que acto seguido, me olvidé de
él y continué pensando en Cincuenta Sombras.
Normalmente,
en cada post que escribo, llego a algún tipo de conclusión, despejando alguna
de mis “cincuenta sombras”, pero en este, la verdad, creo que no hay final,
porque yo sigo sin entender cómo me gustó tanto ese libro. Supongo que esto
puede servirme como una especie de rehab,
estilo alcohólicos anónimos. Este, supongo, es el primer paso para expresar
ante otros (anónimos los otros, no yo) mi adicción.
Yo,
A, confieso, ante esta masa anónima:
que
me encantó Cincuenta Sombras de Grey
que
quiero un esposo que me regale una editorial para mí solita.
que soy una golosa. Como diría un amigo mío… es que yo estaba loca por devorar
a ese Christian.
En
fin, gracias por leerme.
Hola. A mi el primero no me disgusto. Pero no me parece una burna relacion la que tienen y el.resto mas de lo mismo. Siento lo de la enfermedad y me alegra que los disfrutaras. Besos.
Sé cómo te sientes. Sufrí lo mismo con crepúsculo. Yo soy una de las que critica 50S, pero no porque sea la típica novela para 40 (argumentos que da la gente no yo xD) sino porque no reflejan el mundo BDSM. Y crean una idea completamente equivocada, creando una moda peligrosa. No digo que en la intimidad cada uno no pueda tener sus gustos, pero no muestra lo que realmente es un amo. Un hombre enfermo con traumas infantiles no puede ser un buen amo. Es como dejar a un psicópata o a un esquizofrénico que te ate de pies y manos... A lo que quiero llegar es que da igual que libros leas mientras te agraden, de Shakerpeare a Stephenie Meyer. Lo que digo es que hay que tener cuidado y juzgar por nosotros mismos si por ejemplo lo que muestran en 50S puede ser real o no. No sé si me explico xD