Deseo pensar que
mi trauma con los unicornios comenzó en Nueva Zelanda. Y es que en mi casa de allá (porque esa
continúa siendo mi casa), había una ligera obsesión con esos cuadrúpedos. Y
teorizábamos sobre ellos. Y mi hermana
neozelandesa pintaba unicornios, Y los pegábamos en las paredes. Y en las
puertas. La de mi cuarto se volvió un santuario al unicornio Theon. Y los
dibujaba haciendo el number one en
forma de arcoíris y el number two, en
forma de magdalena de chocolate. Entonces, supongo que por eso, comencé a
pensar mucho en ellos. Pero siempre pensaba en unicornios feos. En esos que uno
encuentra por ahí, en personas que no entiendo en qué estaban pensando, cuando
se lo tatuaron. Quizás me ocurría eso debido a cierta lástima interna hacia lo “feo”.
Y yo trataba de no reírme, sino pensar seriamente en torno a un unicornio
deforme, un unicornio cojo. Un unicornio con rostro de orangután. Y la
cuestión, al parecer, se quedó muy tatuada mí, tan tatuada que la otra noche,
soñé que tenía cuatro tatuajes en las piernas. Y dos de ellos eran unicornios
muy feos. Muy rosados y blancos. Alados también. Con un arcoíris detrás y ojos
rojos. Y si mal no recuerdo, uno tenía corazones gordos detrás. Y parece que,
para continuar con el estilo, tenía otro tatuaje más, pero en forma de corazón,
con una flecha atravesándolo y mi nombre en el medio. Del cuarto, no recuerdo
nada de nada. Sólo sé que estaba. Y de alguna manera, no recordar ese cuarto me
hace tener aún esperanzas de que Dios, mi Dios Super Star, haya estado ahí, en
mi sueño, y me haya dibujado éste último que no recuerdo.
Me levanté,
desesperada, mirándome las pantorrillas, a ver qué locura había hecho, temerosa
de haber olvidado mi día anterior y que hubiese terminado en casa del primer
tatuador, dibujante de unicornios cara de orangután. Pero entonces vi que mis
piernas estaban lisas. Un par de bandas para las ampollas eran lo único que
tenía por esos lares. Y en vez de sentirme mejor, relajada, pasé a la fase
número dos de la neurosis: la reflexión en torno a por qué había soñado que
tenía todo eso. Todo feo, todo de mal gusto. Y comenzó la angustia. La crisis. ¡Estoy
perdiendo el gusto! Ahí fui yo, la neurótica yo, a buscar por todos lados, algo
“bello” que mirar. Se aventó la fase tres: ¿qué es algo bello? Yo soy kantiana,
pero de esas kantianas que se tomó al pie de la letra todo lo que dijo ese
filósofo alemán y que se siente responsable ante sus planteamientos. Recordé
que él decía que para que algo fuera bello puro, tenía que estar despojado de
cualquier tipo de prejuicio, que lo bello se siente como cuando te enfrentas al
océano. Y yo vivo prejuiciada. Y
también me aterra el mar. Así que el
problema fue doble. Aún así me puse a mirarlo todo en mi habitación. Pero nada.
Yo seguía viéndolo todo mal. Incluso me miré en el espejo (¡ay, la coquetería!).
Todo igual. Ya estaba a punto de sentir hasta taquicardia. Pues, yo aún sentía aquellos
tatuajes en las piernas. Y aunque escuché a Bach, busqué cuadros de Kandinsky,
aprecié mis girasoles y mis rosas, todo
seguía igual. En lo único que podía pensar de manera despojada de cualquier
prejuicio o preferencia de antemano, era en aquellos unicornios alados,
rosados, acorazonados y en el otro corazón, el grandote, con la flecha y mi
nombre. Eso es un problema. Un problema kantiano. Porque si yo llamo a Kant por
teléfono, o le mando un whatsapp y le pregunto, dime Kant, ¿qué pasa si pienso
en algo, supuestamente feo, como en algo que me atrae sin ningún tipo de antecedente?,
Kant me respondería, “Señorita A, digan lo que digan los demás, eso para usted,
será algo bello puro”- además, acotaría – “y si son tan feos como usted
plantea, su actitud ante la belleza pura está muy jodida”. ¡Qué problema que
Kant le dijera eso a una amante de su obra!
Como hace tres
días estoy pensando en esto, tuve tiempo para reflexionar y pensar que quizás,
mi problema con los unicornios feos venga de mi relación con ellos, en Nueva
Zelanda. Y todo lo que reímos allá y que teorizamos sobre el asunto. Y que el
corazón es producto de que hace una semana, pensé que me iba a morir. Y bueno,
cuando uno se muere, se le detiene el corazón. Entonces, eso, el corazón,
atravesado con una flecha y mi nombre en medio, como permaneciendo en el medio
de un corazón flechado… quizás… no sé…
habría que preguntarle a Freud, o a mi amigo Juan, que es psicólogo y tiene tatuajes.
Mi esperanza,
repito, es ese cuarto excluido, el tatuaje que no recuerdo, que estoy lo haya lo
dibujado Dios, mi Dios Super Star, en mí, y que seguro es bello, es límpido, es
puro. Un océano. Porque Dios no va a dejar que yo me consuma ante una belleza
tan que no me gusta.
Y es que Dios
es muy atractivo.
Usa gafas de
sol y lleva el cabello recogido en una coleta.
Él no puede
tener mal gusto.
En fin,
gracias por leerme.
Rólame el whatsApp de Kant debo preguntarle cuestiones sobre lo transcendente :(