Archive for mayo 2015

No es fácil tener 25 años. ¿Qué usted cree, Obama?

Artwork by: Gabriel Isak

Por supuesto que lo es. Es fácil, facilísimo. O al menos para mí, fue más difícil tener veinticuatro. Aunque también debería tener en cuenta, que recién tengo veinticinco, así que no puedo opinar con precisión. Mejor decir, que fue más fácil tener veintitrés, que veinticuatro. Pero no más fácil, tener veintidós, que veintitrés. En general, los veintidós estuvieron bien… pero no tan bien. Yo creo que la edad más trágica, vuelvo, fueron los veinticuatro, porque tuve muchos cambios, que como en una composición de Stravinski, fueron in crescendo, in crescendo, hasta que todo se tornó insoportable y no había tocadiscos con el cual detener la música. Pero igual, ahora reflexiono un poco y pienso en mis trágicos dieciséis, que fueron de impactos más contundentes, similares a un puñetazo. No fue fácil tener dieciséis, pero tampoco fue fácil el puñetazo que me dieron con catorce. Bueno, exactamente no fue un puñetazo. Fue una chica, Carlota, que en el colegio, me aventó un diccionario por la cabeza. Ya ni recuerdo la razón,  si éramos amiguitas… Pero creo que los veinticuatro continúan siendo los más difíciles…. claro, si no cuento los trece, que tuve mal de amores, creo que el único, y me puse muy decimonónica. Entonces, un día de esos negros, negrísimos (porque con trece, cada día es negro, negrísimo) me encerré en el baño, con un tenedor. Es que yo quería cortarme las venas. No sé por qué diablos con un tenedor, pero bueno, el caso es que me encerré en el baño, toda afectada, y nada más de tocarme con el “filoso” tenedor, me dolió un mundo y me arrepentí. Decidí pensar en otra forma de suicidio, porque esa dolía mucho. Luego me olvidé de pensar en ello. Pero igual. No fue fácil tener trece años.
Hoy, en la ducha (esta vez, baño sin suicidio incluido), estuve reflexionando sobre los seres humanos y las situaciones, y el tiempo, y las cosas que no son fáciles. ¿Ven? Eso es otra cosa que no es fácil: reflexionar. Porque cuando uno reflexiona, termina escribiendo galimatías (al menos a mí me ocurre eso). No, no es fácil. Pero tampoco es fácil no reflexionar. Porque para no reflexionar, necesitarías estar en estado de coma, o ser muy tonto… aunque las personas tontas son las que más reflexionan (ojo, ¡yo no! ¡Yo no soy tonta!)  Bien pues, no reflexionar tampoco es fácil. Otra cosa que no es fácil, es terminar la Universidad. Creo que por ello, los veinticuatro me traumatizaron tanto. Porque se supone que uno comienza a ser  adulto… o algo así. Y es difícil ese cambio. Al menos, a  mí me faltó el aire. Pero también a mí me falta el aire con facilidad.
Otra que no es fácil, es escribir por encargo. No, no es fácil, pues debes redactar sobre cosas que muchas veces, no te llaman la atención. Pero tampoco es fácil no escribir por encargo. Pues, si no escribes por encargo, entonces debes pensar tú las ideas, y deben ser originales. Eso es estresante. No, no es fácil no escribir por encargo. Otra cosa que no es fácil, es la voluntad de vivir (como diría Schopenhauer) que nos consume. Para él, éste monstruo terrible (la voluntad) es la que nos hace desear y desear, y cuando alcanzamos lo deseado, pues hace que nos  sintamos insatisfechos, porque deseamos más. No es fácil. Yo suelo estar así muchas veces. Deseando y deseando, incluso digo ¡ay Dios mío, yo quiero tal cosa, o aquella cosa! Y luego le hago un guiñito, para que no se ofusque por todo lo que he pedido. Pero, cuando obtengo mi petición, me siento peor, pues ya aspiro a otra cosa. No, no es fácil. Schopenhauer tenía razón. Pero también la tenía Nietzsche, quien igual habló de la voluntad, pero esta vez, la interpretó como algo buenísimo. Es bueno desear cosas y ser capaz de hacer lo que sea por ellas, incluso cosas no muy correctas. Esto tampoco es fácil. Porque implica que sientes impulsos realmente atrevidos, a lo Eva, manzana y serpiente. Yo también me encuentro, a ratos, en este estado positivo de la voluntad, y no es fácil saber que eres capaz de todo, por algo que quieres. No, no es fácil.
Otra cosa que no es fácil es ser chino. No, eso definitivamente no es fácil. Y más difícil lo es para mí, que los detesto y para colmo un montón de gente me grita ¡china, china!, incluido miembros de mi familia, que saben cuánto odio eso. No, no es fácil. Eso me deprime en extremo. Pero tampoco debe ser fácil, no ser chino. Al menos, mi hermana mataría por ser una. Coreana exactamente, pero para mí todo eso es lo mismo. Y la pobre, sufre un montón por ello. No, no es fácil.
Una cosa que no es fácil, al menos para los cubanos, es viajar. ¡ESO SÍ QUE NO ES FÁCIL! Sólo hagan la prueba. A cualquier cubano pregúntele: disculpe señor, ¿qué usted cree sobre viajar? Y el responderá: ¡Ufff, eso no es fácil! No, no es fácil.
Tampoco es fácil ser feo. Y que todo el mundo te grite ¡feo, feo! Tengo amigos que han quedado marcados de por vida. Pero tampoco es fácil ser bello, pues al bello difícilmente le prestan atención por lo que es en su interior (como si a la gente le importara el interior, pero bueno…). No, no es fácil. Pero tampoco es fácil no tener un criterio sobre la belleza. Como yo, que me trastoqué con la Crítica del Juicio kantiana, y ahora no puedo discernir sobre lo que es bello y lo que no lo es. No, no es fácil no saber. Eso es otra cosa que no es fácil: no saber, pues no te enteras de nada. Yo no sé nada de Game of Thrones. Entonces, en casa, cuando hablan del tema, yo me tengo que retirar. Sólo sé que hay un personaje llamado Theon. No, no es fácil no saber. Pero tampoco es fácil saber, porque, mientras más sabes, más consciente estás de que no sabes. Además, si estás rodeado de personas que saben menos que tú, pues no solo te deprimes, sino que te aburres (¡y ya basta aquello de que de todo el mundo se aprende algo! Hay gente de la cual no se aprende NADA). No, no es fácil. Tampoco es fácil no tener dinero. No, no es fácil. Se pasa mucho trabajo cuando uno no lo tiene. Trabajo y hambre, que en mi caso es lo peor que le puede pasar a alguien. Pero también es difícil tener mucho dinero. Y si le cae a uno así, de repente, si ganas la lotería, o haces una buena venta, es aún más difícil, pues de repente, no sabes qué hacer con tanto. Entonces, uno termina angustiado. No, no es fácil.
Otra cosa difícil, es estar separado de tus seres queridos. No, no es fácil. A mí me faltan mucho, pues me tengo que cocinar, lavar, no puedo exigirle a nadie cosas sin sentido, ya no puedo despertarlos a las cinco de la madrugada para reflexionar,  y si quiero una cena deliciosa, debo ir a un restaurant, pues ya no tengo a nadie que me la prepare. No, no es fácil. Pero igual no es fácil estar cerca de ellos, pues hay veces en que molestan mucho, muchísimo, sin contar que no te dejan crecer. No, no es fácil. Y hablando de familia, he pensado en mi sobrina y en los “nombrecillos” que siempre le hemos puesto. No es fácil crecer escuchando que te dicen “foquita”, “perrito”, “chanchito”, “bebecita”, “rosquita”, “dientona”, “gruñona”… No, no es fácil. Pero tampoco es fácil que no te digan nada… eso suena a que te ignoran, y es preferible que hablen, bien o mal, pero que hablen. Tampoco es fácil querer hacerse un té con leche y ver que no tienes azúcar. ¡Eso es horrible! No es fácil. Pero tampoco es fácil tener siempre azúcar para el té con leche, pues terminas engordando. No, no es fácil. Tampoco es fácil que tu esposo se pase el día diciéndote: ¡China, no eres fácil! Eso es, doblemente, no fácil, al menos para mí. Y quien tenga dudas de por qué no me agradan los chinos, pues que lea los posts anteriores. No es fácil repetir todas las historias. Y ahí, otra cosa que no es fácil: hablar sobre los chinos.  No, eso no es fácil.
Sobre todo esto reflexioné bajo la ducha - no suicidio incluido. Pero ahora, mientras escribo, he llegado a mi última reflexión: lo que no es fácil es tener tiempo para perder (perdón, pensar) en todo esto. Pero es que la vida es complicada. Lo fue, lo es y lo será. Solo hay que sopesar. Todo depende de cómo se mire. El vaso siempre va a estar o medio lleno, o medio vacío. Y si no me creen, pregúntenle a un amigo mío, artista ese amigo, que acaba de vender, por veinte mil euros, un vaso de agua, o medio lleno o medio vacío, depende de cómo lo mires (veinte mil euros… no es fácil. Ese amigo mío es un genio). O también lo pueden ver por la mitad, como lo veo yo. Y así, no se posicionan en una sola línea, que eso tampoco es fácil, pues luego no te puedes cambiar de bando... o sí...
Me he perdido. ¿Por dónde iba?
Y nada,  da igual. El punto es que no es fácil. ¡Y que hace dos días fue mi cumpleaños! Creo que, realmente, era esto lo que quería contarles desde el inicio.
En fin, gracias por leerme.

P.D: Ahora, leyéndole todo esto a mi esposo, me acaba de decir que Obama, tampoco piensa que sea fácil. 
 

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Hoy no escribo yo. Hoy lo hace una niña de diez años





Se Llama Ana María y es mi AMIGA, así, con letras mayúsculas, como a ella le gusta que lo ponga. Hace una semana me envió este relato, escrito expresamente, para publicarlo en el blog. Y con locuaces palabras (y cierta exigencia, la verdad) me explicó detalladamente, el proceso creativo de éste, su última historia (porque ya ha escrito varios libros…). Yo, entonces, como humilde servidora, respondí a su petición, comunicándole que lo publicaría, (pues ¿quién soy yo para decidir qué se publica o no?). Y aquí se los dejo, con una sonrisa grandísima en los labios.
Hoy no hay gracias por leerme, más bien, gracias por leerla. A ella.

La promesa

Hace mucho, mucho tiempo, en un país muy lejano, existió una mujer que desde el embarazo, consagró su vida a la de su hija.
Cierto día, la niña nació, protegida por los Dioses. Le  pusieron Anaisora, Los Dioses la tomaron en brazos y solo le dijeron una cosa: que no podía mentir. Ella vivió con su mamá en una vieja casucha. Cuando tenía diez años, la madre le contó sobre la promesa que cuando bebé, ella había hecho. A Anaisora no le gustó nada eso, pues cuando uno es bebé, uno no puede tomar decisiones y de adulto también es difícil, porque ella sabía que todas las personas cometían errores y que nadie era perfecto en  aquel mundo ni en este. Sin embargo, aunque los Dioses perdonaban (porque para ser un dios hay que entender los errores) la mentira era demasiado.  ¡Nunca mentir! le repetían mil veces a Anaisora. Eso solo se paga con la muerte. Anaisora ya había crecido. Tenía veintiséis años. Su madre había fallecido hacía tres días solamente. Pero aun así,  ella se había olvidado de la promesa a su madre y a los Dioses. Ese mismo día mintió. Enseguida apareció a su alrededor, una gran salón lleno de Dioses. Era el juicio final. Ella gritaba ¡no me maten, por favor! El dios perito habló: Podrás mentir, no morirás por eso. Te lo aseguro. Y todos desaparecieron.
Pasado un tiempo, Anaisora había dicho 300 000 000 0000 de mentiras. Nadie la quería. Todos le gritaban: ¡la mentirosa, la mentirosa! Y le arrojaban piedras. Ella no murió por el día del juicio final, ni por un asesinato, sino por la melancolía, una muy grande. Pero la gente sólo decía: ella cavó su propia tumba. Y así anda. Muerta en vida.










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