Mi nuevo amigo Esteban, el enano, quiere ser un bonsái.
El pobre, es muy estúpido. O no sé si estúpido sea la palabra apropiada para
referirme a él. Su madre, la enana Isabel, me dijo que cuando nació le
diagnosticaron una falla en los testículos.
Como que acumula demasiado semen y que eso le afecta a un nivel
neuronal. Algo de eso me explicó su madre, la enana Isabel. La verdad, no pude
escuchar bien, porque ella estaba de pie, y yo también estaba de pie, y como
ambas estábamos de pie, y ella es enana y yo no soy enana, pues su voz se
perdía, se expandía, se iba volando con los pajaritos.
Mantener una
plática con un enano puede ser complicado. Hay que cumplir ciertos protocolos,
seguir ciertas reglas: sentarse y que ellos se queden de pie, no invitarlos al
departamento de ropa infantil, evitar el estiramiento en las clases de yoga,
decir que sí, que has leído la revista trimestral que publica el sindicato de
enanos unidos (SEU), en Washington. Y así, varias cosas que me desesperan pero
que las hago porque es muy genial tener un amigo enano. Es como tener un edición origina de Tartuffe.
Es como tener un licuado de sirena de Starbucks todo el tiempo en tu boca. Es
como caminar por la calle y que todos te griten ¡uyyy qué guapa! Es como tener
un bolso Gucci, colección primavera 1987. Tener un amigo enano es algo
poderoso. Por eso aguanto todo.
El punto es
que Esteban, el enano, mi nuevo amigo, se obsesionó con los bonsái. Quiere ser
uno. Yo le dije “Esteban, primeramente, no puedes ser un bonsái porque eres un
ser humano, o por lo menos un quasi
ser humano. En segunda, eres demasiado grande para ser un bonsái. Si quieres
puedes disfrazarte de chino, que no están muy lejos de tener tu tamaño. Pero un
bonsái, Esteban... un bonsái… creo que será difícil. Mas Esteban no entendía.
Estaba encaprichado.
Todo esto
comenzó porque yo tengo un bonsái en casa. Antes era muy lindo. Ahora se ha
secado, siguiendo mi estilo de perra amargada la mayor parte del tiempo. Cuando
Esteban, mi nuevo amigo, vino por
primera vez, lo vio y se antojó. Nunca había visto uno. Creo que él quiere ser
un bonsái porque se identifica totalmente con él. El bonsái es una deformación
del árbol clásico. Y mi amigo Esteban, el enano, es una deformación del hombre
clásico. Yo le expliqué todo esto, a ver si se le quitaba esa idea, pero
Esteban seguía encaprichado.
Al final le
dije “ok, Esteban, entiendo que por la acumulación que tienes en los testículos
no puedes analizar lo que te digo. Te haremos un disfraz”. Fui a casa de su
madre, la enana Isabel, y le hicimos un traje de bonsái. Quedó muy bien, la
verdad. Muy colorido. Tenía florecitas. Y también le pusimos una maceta
gigante, con tierra de verdad. Si hubiesen visto la cara de Esteban, queridos
amigos… Estaba tan feliz.
Luego de eso
no quería quitarse el disfraz. Y también le gustaba venir a mi casa para que yo
lo regara como si fuera una planta de verdad. Y ahí andaba yo, que tengo tantas
cosas que hacer, echándole agua en la cabeza mientras él abría su boca de enano
para tragarse un poco del líquido. A
veces me daban deseos de ahogarlo, pero luego pensaba en lo genial que es tener
un amigo enano y controlaba mis instintos. Además estaba feliz, mi amigo
Esteban. Y de vez en cuando es bonito ver a la gente feliz, aunque sea ésta una
felicidad falsa. Porque yo, Monique, no creo en la felicidad.
El problema
empezó hace unos días. Esteban se ha cansado de ser un bonsái. Y también se ha
cansado de ser un enano. Yo le dije, “amigo de estatura pequeña, podrás
convertirte en otro árbol, pero no podrás dejar de ser un enano”. Eso lo ha
afectado mucho. El pobre. Yo no sé qué más decirle. Le dije que se metiera a
trabajar en la industria de la pornografía, para que, aunque fuera enano, se
hiciera muy famoso… no sé. O que se disfrazara de gnomo, digo, porque está
divertido ser un gnomo… no sé, de veras que no sé.
Lo último que
se me ocurrió decirle (y espero que no lea este post y se dé cuenta del
engaño), es que hay un tipo de bonsái que sí crece cuando lo riegan mucho. Cómo
él es medio estúpido por la acumulación en los testículos, se lo ha creído. Así
que ahora lo que hago es ponerlo en la maceta, meterlo debajo de la ducha y que
se riegue y se riegue. Y que trague agua y más agua. Una de dos ocurrirá: o
crecerá, o se ahogará. En cualquier caso, será un final más feliz que el
actual. Aunque, como les dije, yo, Monique, no creo en la felicidad.
En fin,
gracias por leerme.