Archive for septiembre 2018

Sobre una tarde en Beijing, con un chino viejo.

                   Artwork: Goremez

 Una tarde en Beijing, a la hora del té, me senté en una mesa con un chino viejo que ya tenía delante su termo con agua caliente y su mezcla de cebada  y de jazmín lista para saborear su infusión. El chino no hablaba español. Yo no hablo mandarín. Aún  así , conversamos  de esa manera en que se conversa con el cuerpo y con el alma.
 El chino me contó toda su vida. Me contó su infancia. Me contó su adolescencia. Me contó su casamiento. Me contó sobre su esposa. Me contó sobre su único hijo. Me contó cómo decidieron  tener otro hijo, a pesar de que estaba prohibido. Me contó cómo pensaban no registrarlo y cuando fuera lo suficientemente  grande, sacarlo del país primero a Rusia, intentando atravesar el río Pinyín. Me contó que se les murió a los tres meses, mientras viajaban en tren. Me contó que tuvieron que llevarlo muerto todo el trayecto. Me contó que nadie se enteró.Me contó que el hijo que sí vivió, hoy trabaja en una tiendita  turística cerca de la Ciudad Prohibida. Me contó que tenía una nieta con  un nombre que no puedo pronunciar. Me contó que  era muy muy feliz. Nunca me dijo su edad. Ni la de su mujer. Ni la de su hijo. Ni la de su nieta.
 A todas estas, ya casi terminaba el té. Yo, como concluyendo la plática, le expresé lo bien y contento que había él llegado a esa edad, lo bien que había llevado su adultez. Igual concluyendo, entre señas y sonidos raros, me explicó algo: que la adultez sólo funciona si pretendes ser feliz, si finges ser feliz, si sonríes para ser feliz. Y me explicó que hay dos opciones ante esto: o terminas creyendo fielmente que eres feliz, o tomas mucho té de cebada y de jazmín, para que la rabia acumulada no afecte tu salud.
 Al final, le enseñé a decir Adiós en español y él me enseñó a decir Adiós en mandarín. Sonreímos ambos, felizmente.

 En fin, gracias por leerme.

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El animal que me está persiguiendo


                                                                Artwork: Tepal-tetl

  
Está todo el tiempo caminando detrás de mí, o sobre mi espalda. Pesa tanto que ya siento una joroba. Cuando me enderezo, me abre la boca a la fuerza y se me mete dentro y se instala en mi intestino grueso. Hay gente que me ha dicho, es la soledad. Otras me han dicho, es la angustia ancestral que heredaste de tu padre. Mi amigo, el cura, me dice que tengo detrás a los cuatro jinetes del apocalipsis; que estoy condenada, que vaya más a la iglesia a confesarme y no a conversarme. Mi madre, que es santera, no le importan las causas, sino el efecto y quiere bañarme con hiervas que dan comezón y limpiarme con un huevo.
  Yo quiero eliminar a ese animal que me agarra como diversión de niños, entrando y saliendo cada vez que quiere. Sé que la culpa es mía, pues fui yo la que caminé a su encuentro cuando escuché que algo me susurraba: muchacha, muchacha, acércate, hagamos un trato. Y me llamó la atención sentir su aliento, mezcla de azufre y pasto mojado. Y me llamó la atención que me propusiera cosas tan interesantes. Y me llamó la atención que las cumpliera. Y me llamó la atención que soplara el aire. Y me llamó la atención que se me fuera el enojo. 
  Tanto me llamó la atención, que en un momento de credibilidad ante la maravillosa vida, comenzó a perseguirme. Y cuando se aburrió de caminar, sacó sus garras, me las encajó en la espalda, y se pegó a mí con su cuerpo viscoso. Como el empacho cuando se me pega. Como las ventosas cuando se me pegan. Como los perros cuando se me pegan. Como la fe cuando se me pega. Qué desagradable.

  En fin, gracias por leerme.

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