La tontería es roja y los extraterrestres existen



  Ya van como siete veces que me invitan a un lugar a donde van puros tontos. Es una especie de fiesta, en la cual todo es rojo: las paredes son rojas, el techo es rojo, las sillas son rojas, las mesas son rojas, los vasos son rojos, las luces son rojas, las hormigas son rojas, los bocadillos son rojos, las plantas son rojas, la gente también es roja.
   La primera vez que fui lo hice por puro morbo, porque ya saben que soy muy curiosa y también saben que me gusta juzgar a las personas y discriminarlas y burlarme de ellas y hacerlas sentir mal. En general, la gente no sabe eso de mí, pero yo sí lo sé de mí y eso lo hace más divertido. El resto de las veces, me parece que he ido porque, como mismo me gusta hacer sentir mal a las personas, también me gusta hacerme sentir mal a mí misma. Es una especie de castigo por las cosas malas que hago. También es un lugar donde pongo mi paciencia a prueba, con los demás y conmigo misma. A veces.
   Y bueno, imagínense que a alguien como yo la inviten a un lugar así. Literalmente, recibí un mensaje de un amiguito que decía: ¿quieres venir a una fiesta de tontos?  Y yo respondí que sí, que claro. Me pasó la dirección y yo llegué.
   Como se esperaría de una fiesta de tontos, no de idiotas, sino de tontos, no hay mucho que contar. La diferencia entre un idiota y un tonto es que el idiota está lleno de idiotez. Idiotez risueña, idiotez depresiva, idiotez creída, idiotez, idiotez, idiotez, que es extremadamente interesante. Al final, lo importante es estar llenos de algo, aunque sea de porquería, pero estar llenos de algo. Pero los tontos están vacíos. Creo que por eso hacen sus fiestas de color rojo, porque el rojo es un color intrusivo y puede hacer parecer que algo está lleno. Entones, desde la primera vez que fui, hasta esta última, las fiestas de tonto solo eran soportables por la música. La música es buena. Según entendí, le pagan a alguien para que les haga un playlist y ponerlo en sus fiestas. Habitualmente, converso con muchas personas a la vez y siento que mi nivel de atención es más profundo, porque siempre intento sacar algo interesante de lo que dicen en esas fiestas, pero nada. Luego me pongo a bailar y como todos son tontos, se ponen a bailar conmigo, pero con un paso descoordinado y una sonrisa tonta. Me recordó, de repente, a cómo bailan las personas con Síndrome Down, pero estas últimas tienen más estilo. Ellos viven en otra dimensión así que todo lo que hacen es cool. Los tontos, simplemente, no tienen ritmo. Pero bueno, igual todos bailamos, sosteniendo nuestros vasos con alcohol. Y así puede ser toda la noche, hasta que digo adiós y me largo.
   Todos los tontos son amigos, por eso siempre van los mismos a las fiestas. Ya ellos consideran que yo soy su amiga, porque siempre voy a las fiestas. Incluso, me consideran más importante en la fiesta de tontos que el amigo que me invitó. Él llegó ahí, porque se estaba cogiendo a una tonta, y ella lo llevó. Cuando dejaron de tener sus citas, mi amigo no fue más a las fiestas, pero yo sí continué yendo, creo que por eso de denigrar a las personas, creo también que por eso de poner a prueba mi tolerancia, y creo también que por eso de que no tengo apenas amigos y aunque no es una situación que quiera cambiar, igual el ser humano es un ser de contacto. Entonces, hago contacto con los tontos. Es más fácil. Y al parecer, ya tengo muchos amigos. Amigos rojos. Amigos tontos.
   Pero lo que quería contarles es que a esta última fiesta llegó un nuevo tonto. Se aceró a mí y me preguntó, ¿eres humana o eres un extraterrestre? Yo le respondí que era humana; luego le pregunté, ¿y tú? Él me respondió que también, pero que había venido a esta fiesta porque le dijeron que era una fiesta de extraterrestres. Solté una carcajada, pero luego me di cuenta de que él hablaba en serio. ¿Oye, pero te refieres a que aquí viene gente rara? Porque aquí lo que viene es gente tonta. – No, no, a mí me dijeron que acá todos eran extraterrestres, que siempre llegan por un ovni que está en Atlixco. Ya yo fui a verlo. ¿Y tú?  ¡Candelaaaa, este está tostao del cerebro! – fue lo primero que pensé. Luego, reparé en que tenía un acento raro. ¿Y de dónde eres? – Soy de Islas Canarias, vine a hacer un intercambio acá a la UDLAP, pero me dijeron que aquí había extraterrestres. Niño, que yo sepa aquí no hay extraterrestres. Aquí lo que hay es un montón de mexicanos; a no ser que eso signifique extraterrestre, aquí no hay más nada. Oh ya, bueno, quizás sí haya y no sepas. Tú tampoco pareces de acá. Obvio no, soy cubana y no soy tonta – quería decirle, pero me limité a decirle que era cubana. – Bueno, ve a preguntar si hay extraterrestres y al rato me dices.
   Salí a fumar (porque ya ni entre tontos se puede fumar en un lugar cerrado), vi cómo unos tontos fumaban mota, me brindaron, dije que no, que gracias y se acercó alguno a hablarme sobre lo bonito que son los gatos y los perros. No sé si fue por la conversación con el español tostao del cerebro, o si ya el alcohol me estaba haciendo efecto, pero comencé a percatarme de que el chico tonto que me hablaba de perros y gatos, como que hablaba raro, como que estructuraba las oraciones de una manera muy particular. Luego, me puse a hablar con otro y sentí lo mismo. Y luego con otro y lo mismo. Siempre lo mismo. Me empezó a dar un ligero ataque de pánico porque pensé que quizás era real eso de que en esta fiesta todos eran extraterrestre y por eso todos eran como tontos, como vacíos. Quizás, estaban vacíos porque no podían pensar como yo, que era humana. Quizás, yo era la tonta, por no ser como ellos y hablar de cosas aburridas, pero que quizás, en el mundo extraterrestre eran interesantes. Empecé a transpirar más fuerte y sentía cómo el pánico iba extendiéndose por todo mi cuerpo. Me concentré, respiré profundo, llamé a Dios, que ya saben que es mi amigo, pero no respondió, el maldito. Me senté en una silla y apoyé la cabeza en una mesa. La mayoría de los tontos estaban hablando entre ellos, cosas tontas, y de vez en cuando, movían sus cuerpos mexicanos, o ya no sé si extraterrestres, intentando coordinarse con la música. Empecé a notar que, en realidad, todos se parecían, tenían la misma forma de la cara y las mismas extremidades, medio regordetas. Mi alteración subía por minuto. ¿Y si me quieren abducir? ¿Y si me violan y tengo un hijo extraterrestre, o tonto? ¿Y si todo fue un plan del ligue de mi amigo, para que nos abdujeran a los dos? ¿Y si a mi amigo ya lo habían abducido? Le marqué, pero tampoco respondió, el otro maldito. Me levanté de la silla y comencé a buscar al español tostao de la cabeza, o quizás no estaba tan tostao nada y sí tenía razón. No lo vi. Al parecer se había ido. Ahí mi ansiedad subió más todavía y me puse a pedir un Uber para irme.  A lo mejor eran extraterrestres en serio y los extraterrestres son así como tontos, pero los extraterrestres, aunque parezcan tontos, pueden matarte de una forma dolorosa, o pueden hacer experimentos contigo. Yo no tengo problema con que me maten, pero no me gusta el dolor corporal, tengo el umbral del dolor bien bajo. De repente, me percaté de que le estaba diciendo todo esto al tonto que me había estado hablando antes del perrito y del gatico y me puse más nerviosa, más nerviosa, más nerviosa, porque el chico tonto o extraterrestre sólo se reía, con su mirada tonta o mirada de extraterrestre, y no se impactaba por mis palabras, pero luego me di cuenta de que también estaba diciéndole todo esto a  él, cuando pensaba yo que lo estaba pensando. De veras, me sentía desquiciada.
   Vi que el Uber estaba a cuatro minutos. Y prendí otro cigarro.
   Tres minutos.
   Prendí otro cigarro.
   Dos minutos.
   Seguía yo con el mismo cigarro.
   El Uber se adelantó y llegó.
   Me monté y me fui.
   Al otro día, mi amigo me respondió la llamada. Le conté todo este trip. Me dijo que si me había drogado. Le dije que claro que no. Me dijo que quizás alguien me había drogado. Que los tontos, como son tontos, suelen hacer esas cosas. Yo le respondí que esa era una posibilidad, pero que no recordaba haber tomado del vaso de nadie, que él sabe que los tontos me daban un poco de asco. Le conté que no volví a ver al chico español tostao de la cabeza. Mi amigo sólo se reía, no como tonto, pero se reía. No me creía nada. Es que tú tienes mucha imaginación, Monique. Escribes libros, escribes crónicas, estudias filosofía, demasiadas cosas locas que ya te tostaron la cabeza a ti. Quizás, tienes razón - le dije, pero de boca para afuera, porque, de cualquier forma yo, en esta última fiesta, encontré un patrón muy marcado entre todos los tontos, un patrón que iba más allá de su tontería. Era algo físico, hasta un poco desagradable. Algo en sus dedos, algo en sus cuerpos.  No sé explicarlo.
   Ayer conversaba con otro amiguito y me decía que su tía sabe mucho de extraterrestres y que, al parecer, aquí ha habido muchos avistamientos.
   Yo no le conté mi trip. La verdad, me dio vergüenza, para empezar, decir que yo iba a fiestas de tontos. Sólo escuché todas sus historias paranormales.
   La fiesta de tontos fue hace como un mes y yo sigo pensando en eso porque sea lo que sea, hay algo que me molesta. Que yo siempre tuve fe en el más allá de las cosas, sea un más allá con Dios, el Diablo y toda la pandilla religiosa, sea con los ovnis, las naves espaciales, los planetas y los agujeros negros. Siempre pensé que quizás, en otro lugar me iban a gustar más las cosas. Pero si en realidad los de la fiesta tonta eran extraterrestres, la hipótesis de Leibniz de que este es el mejor de los mundos posibles, se vuelve, dolorosamente cierta. Significaría que la tontería trasciende al alma humana. Que la tontería es y siempre será. También, podría significar que yo soy insoportable en este y en todos los mundos posibles. Monique la pesada, Monique la pesada. Eso también podría ser. Pero ya saben que me creo muy inteligente, culta y profunda. Entonces, por mucho que lo escriba, no me cabe en la cabeza. El problema no soy yo. El problema es la tontería universal. Y el color rojo.

   En fin, gracias por leerme.

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Sobre encender y apagar luces, sobre cuerpos que quizás se pudran y quizás, sobre el suicidio


     Hace mucho tiempo, alguien me dijo que encender y apagar luces era muy divertido. Yo le pregunté, por qué y me respondió no sé.
     En general, los no sé me enojan. A mí me gusta saber cosas, estén bien o estén mal, me gusta saber cosas. No me gustan los misterios porque ya bastante con que una sea un misterio, y con que los demás sean un misterio, para que también las cosas sean un misterio todo el tiempo. Por lo menos, las cosas tienen la oportunidad de ser una cosa y tener una explicación desde la cosa – o eso decía Marx. Y Lenin. Hay veces en que estoy de acuerdo con ellos, o por lo menos, me creo estar de acuerdo con ellos porque se complace esa parte de mí que quiere llegar a conclusiones. Por lo mismo de eso, de querer saber, me gusta hacer hipótesis y teorías conspirativas.  Así me creo que sé cosas. Pura ilusión la mía, pero bueno, el punto no era el saber cosas, el punto aquí era encender y apagar luces.
     Como ese alguien me dijo no sé, yo me di a la tarea de entender por qué es divertido encender y apagar luces.
     Al parecer lo divertido de encender y a apagar luces es sentir que uno está y no está. Todo cambia cuando hay luz y luego vuelve a cambiar cuando no hay luz y luego vuelve a cambiar cuando vuelves a encender la luz en un mismo lugar y luego vuelve a cambiar cuando la vuelves a apagar. Los ojos se irritan y la perspectiva de lo que hay cambia completamente a cuando los ojos están despejados. Lo mismo sucede con las sombras, por cada encender y apagar la luz, las sombras cambian. Se mueven como viajando, como creciendo, como volviendo a su estado primario; las sombras hay momentos en que se escurren en la luz encendida, hay momentos en que se quedan paralizadas por la nueva interpretación del lugar, tan paralizadas como nos quedamos nosotros tras cada cambio luego de encender y apagar el foco. Para quien está siempre en el mismo lugar, encender y apagar luces puede ser la opción perfecta para viajar, para conocer, para interactuar con las cosas de manera diferente. Ahora te encuentras en Berlín y en un instante pasas de ciudad y lugar y espacio hasta quizás, volverse, lugares distópicos.
     Es lindo todo eso, me recuerda a Lezama y su casa en Trocadero y a Borges y su biblioteca, y a ambos  y su predilección por estar en un solo lugar.
     Pero hay veces que temo quedarme en ese encierro que no es encierro y que, mientras mi mente y mi corazón viajan, se mueven, se trasforman, mi cuerpo, mi cuerpo el que se puede tocar, se empiece a inmovilizar. Primero mis piernas, luego la columna hasta paralizar el cuello, luego las manos, luego los dedos.  Y que luego de que pase eso, se me revienten algunas venas de las piernas y me comiencen a salir escaras en la espalda, y que el pelo me empiece a crecer demasiado y yo detesto el pelo largo, al igual que las uñas largas. Y que luego de todo eso, me empiece a dar sed, mucha sed y no pueda tomar agua y que luego tenga hambre, mucha hambre, y que no pueda comer. Y así, lentamente, mi cuerpo, mi cuerpo el que se puede tocar, se vuelva intocable para todos los demás, excepto para las sombras que cambian y se petrifican y se escurren en la luz, al encenderse y apagarse el foco. Y al final, temo que la luz se quede prendida o apagada. Y que ya mi cuerpo, ni con una vara pueda llegar al interruptor. Y que de repente, los cambios desaparezcan, y todo se quede igual. A no ser que abriera y cerrara los ojos, que los irritara constantemente, para ver si algo pudiese quedar de ese rejuego de luz y oscuridad. Pero ¿y si se irritan demasiado y ya no vuelven a su estado natural? ¿O si no logro que con la irritación aparezcan los cambios? No sé cómo ese alguien no pensó en todas estas cosas. Quizás se dejó llevar y ya. Quizás ya se pudrió su cuerpo. Quizás no. Quién sabe.
     Encender y a apagar luces es una especie de suicidio en vida.


En fin, gracias por leerme. 

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Breve conversación con un colega, cubano, periodista. También esto podría llamarse: Y Y Y, Money Money Money


     A propósito de mi último ensayo, él me dice:
- Y es que tú vives de sacar money hablando mal de los filósofos y con eso te das la dulce vida.

     Yo respondí:
- Y es que tú vives de sacar money hablando mal de Cuba y con eso te das la dulce vida.

     Y así vamos todos por ahí, sacando money money, money money, money money.  

En fin, gracias por leerme. 

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Sobre el Terror



  Esto es lo que pasa cuando tienes seres queridos, que son ancianos y que están lejos.
  Hoy, después de cuatro horas, miré mi celular. 
  Vi que tenía varias llamadas perdidas de un número no registrado. 

  Luego vi el último de una serie de mensajes de texto, que decía, en mayúsculas, URGENTE.
  En ese instante, se me contrajo la nunca. 
  Lo primero que pensé fue que mi padre se había muerto.

  
  En fin, gracias por leerme. 

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Sobre quejas, banquetes, ampollas y menos de cuarenta horas de trabajo semanales.





  Todos se quejan, se quejan, se quejan. Mi amiguita de Alemania se queja porque pesa veintiocho kilos de más. Mi amiguito de Cuba, porque lo detuvo la policía por estar entrevistando a gente que sabe la verdad. Mi amiguita chilena se queja y aparte de quejarse, se deprime, se desilusiona, se le quitan las ganas de vivir, se pone a hablar con los perros callejeros porque ella es una perra callejera sin hogar. Mi mamá se queja porque no hay aceite, ni pollo, ni nada. Mi papá se queja porque duerme demasiado tarde y nadie le hace compañía a esas horas. Mi prima francesa se queja de que todos los franceses se quejan.
  Está otro grupo que se queja y hace partícipe a toda una comunidad. Mi cuñada se queja en Twitter. Esa es la única forma válida de queja. Otra amiga opina lo mismo; se queja y siempre utiliza imágenes, o memes, o selfies para validar la queja. Mi amigo el cubano-catalán, lo hace en facebook y mis conocidos chinos, crean grupos de Wechat y por ahí se quejan.
  A mí las quejas me provocan hastío. No angustia, porque la angustia aparece cuando el sentimiento es indefinido. Ni miedo, porque el miedo provoca una punzada grande en el hígado.

  Es hastío.

  Es como ir a un banquete y comer hasta reventar y tener deseos de vomitar y no poder vomitar y no poder desprenderse del deseo de vomitar y el vómito no sale. Es como tener una ampolla en la parte interior izquierda del labio y que esa ampolla duela y duela y uno sepa que se debe reventar pero uno se la pase pasándole la lengua a la ampolla hasta que la lengua se entumece porque tampoco puede entiendan no puede reventar la ampolla que se debe reventar. Es como repetir una y otra vez la misma situación situación que tiene cientos de posibilidades de resolución pero que uno se concentra en repetir la misma experiencia tortuosa de la inmóvil situación de la inmutable situación.

  Es hastío. 
  Es aburrimiento.

  La queja aparece por el exceso de tiempo. Una queja necesita tiempo: tiempo para sentirla, tiempo para entenderla, tiempo para construirla, tiempo para que exacerbe la parte narcisista de todos nosotros, tiempo para que nos haga creer que nuestra historia, nuestra opinión ES importante. Mucho tiempo.
  La queja necesita una persona que trabaje menos de cuarenta horas semanales.      
  
  Obviamente, yo me quejo sin parar. Soy cubana, soy filósofa, no me gustan mucho las personas, no tengo la energía suficiente para esforzarme por resolver mis penumbras. Soy una persona ególatra que le encanta vivir en el hastío. Soy muy aburrida. Tengo mucho tiempo. Trabajo doce horas a la semana.

En fin, gracias por leerme.

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Sobre la historia de amor de dos ancianos ex integrantes de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Sobre cómo mi padre es uno de esos ancianos. Sobre cómo la muerte de mi padre es algo en lo que pienso.



I
  Sobre la historia de amor de dos ancianos ex integrantes de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Sobre cómo mi padre es uno de esos ancianos. Sobre cómo la muerte de mi padre es algo en lo que pienso.
  Entre las cosas superficiales que me desagradan bastante (chinos, peruanos, enanos, niños, cuerpos sin curvas) se encuentran también, los ancianos. Y aunque tengo amigos chinos, amigos peruanos, amigas con cuerpos sin curvas, amigos ancianos, amigos enanos y amigos niños, en su generalidad, me molestan. Me desagradan. Me hacen sentir incómoda. Es que siento que se me pegan esas cosas, ¿me entienden? Por ejemplo: si estoy cerca de un enano, me siento enana, si estoy cerca de un anciano, me siento anciana, si estoy cerca de un cuerpo feo, me siento fea. Tengo la sensación de que todo aquello se me mete por cada poro abierto de mi piel hasta convertirme físicamente, en algo que no soy. El problema no es de los demás, el problema es mío y de mi amigo Dios, que me hizo así, no apta para aceptar cambios en mí.
  Pero bueno (que ya me estoy desviando) en esta oportunidad, quería hablarles sobre un anciano en particular: mi padre. Mis hermanas y yo, todas lejos de él (físicamente) estábamos convencidas de que nos enteraríamos de su muerte tres días después, cuando su cuerpo apestara y alguien nos avisara. Es una de las pesadillas que durante mucho tiempo había ocupado mi mente y que hace que le escriba como loca todo el tiempo y ansíe sus respuestas. Pero mi padre no sabe utilizar bien el celular y sólo responde cuando quiere, cuando  o sus dedos gordos le permiten teclear.
  No obstante, por esas contradicciones que tengo siempre, también me entusiasmaba la muerte poética de un hombre solo, en su casa desaliñada, entre libros, periódicos y películas en dvd. Con las fotos de sus hijas alrededor y para rematar, varios poemas y textos inconclusos, regados por ahí. Eso es una muerte poética. Mejor que morirte en un accidente, o simplemente, de viejo. Mi padre vivía en una soledad interna y externa difícil de superar. Yo, repito, sabía más que nadie que eso no estaba bien. Que por lo menos hay que amainar una de las dos, pero también secretamente alentaba la poesía melodramática y bucólica de la soledad extrema.
  De repente, un día todo cambió. Nos envió un correo a mis hermanas y a mí, contándonos que había encontrado el amor nuevamente. Se reencontró con una novia de la juventud, para la cual, él fue su primer amor carnal.
  Mi hermana mayor se asustó pues pensó que ya comenzaba a estar en un estado mental senil. Yo pesé que era mentira, una forma de llamar la atención. Y mi otra hermana, ni caso le hizo.
  Entonces, otro correo más hablando de lo mismo. Mi hermana mayor, ya a punto de la histeria, comenzó a averiguar por todos lados si era cierto o no, lo de la novia de la tercera edad.
  ¡Y cierto era! Mi hermana mayor se quedó atónita. Mi hermana del medio se quedó atónita. Yo me quedé atónita, pero doblemente, al enterarme que la iniciadora indirecta de ese romance, había sido ¡¡¡¡El gato de Monique!!!!
TURURURUUUUUUUUUUUUUU
 II
  Y es que debido al blog,  un día un chico me habló por Messenger. Las cosas no pasaron del hola, hola, me gusta tu blog Monique, ah muchas gracias, qué bueno y de alguna u otra tontería de hombre que quiere llamar la atención. El chico estaba  aburridamente obsesionado con su padre, que ya había muerto.  Ahora se obsesionaba con su madre, vieja sola, sola, sola, sola. Un día, sin ninguna razón, hablamos de los trabajos de nuestros padres y sin más, no volvimos a comunicarnos, durante algunos meses.

III
  Finalmente nos enteramos de quién era la novia de nuestro padre. Una señora que a los quince años, había tenido ciertos encuentros amorosos con mi futuro progenitor. Luego del romance, cada uno siguió su camino. Mi padre se casó, enviudó, se volvió a casar, se divorció y nunca más, supieron uno del otro. Hasta un día en que una antigua amiga le pasó el número a mi papá, de la antigua quinceañera pasional. Ahí empezaron a hablar, luego planearon un encuentro para dar un paseo y luego otro. Al tercero ella le preguntó por sus intenciones, él le dijo que quería algo serio y ya. Comenzaron a salir.

IV
  De repente el chico de Messenger me escribe y me dice: oye te cuento algo, ¡tu padre y tu madre me regalaban pollos rostizados cuando yo era niño! Como eso me parecía más interesante que sus pláticas del padre muerto, o de algo en el blog que le había recordado a su padre, me interesé por ese chisme. Entonces me contó. Que su padre y su madre habían comenzado a salir gracias a mi papá. Que su madre era muy amiga de él y años después su padre se hizo amigo de él. Y que mi padre, de casamentero, los unió. Años después nació él y ya todos amigos, el niño de Messenger pasaba las tardes con mis padres, en Yucatán, comiendo pollo.

V
  Obviamente, yo tenía que ver esa historia de la novia con mis propios ojos y agarré un avión y me fui a la Habana. Quería saber los detalles. Quería saber cómo había ocurrido eso. Quería poder definir por qué azares del destino la muerte bucólica y poética de mi padre se había convertido en una llamada al instante de una novia anunciándome que a mi padre le había dado un paro cardíaco, o qué se yo, alguna muerte de esas de los viejos. Por otro lado, me hacía feliz saber que mi padre estaba rehaciendo su vida, que no moriría solo, que estaba feliz. Era confuso todo. Me sentía enferma, como si un montón de chinos, enanos, peruanos, todos con cuerpos feos, niños, ancianos y también adolescentes con Síndrome Down y sexualmente activos, estuvieran acosándome. Pero decidí relajarme y no pensar, porque miren que para aquel entonces, yo tenía una piedra en la vesícula y si me alteraba, me inflamaba y si me inflamaba me veía sin curvas y ¡voila! Una de las cosas superficiales que me desagradan, me podía atacar.
  Cuando llegué a la Habana, comencé a planear el encuentro con mi padre y su novia, la antigua quinceañera fogosa. Llevé regalos y mi mejor cara, pero la señora, la pobre tenía la presión descontrolada y no era capaz de viajar hasta la Habana. Todo esto lo supe mientras comía con mi padre. Él estaba preocupado. Su rostro se me hacía desconocido: una mezcla de inquietud y de aparentar que todo está bien. Pero todo no estaba bien... Resulta que la señora estaba con la presión alta ya hace semanas debido a los horarios de sueño descontrolados de mi padre. Y también porque él la invitaba a tomar cervezas y una hipertensa no puede. Mi padre es muy imprudente. A mis catorce años, mató sin querer a mi ratón de laboratorio porque le dio ron, en vez de agua… a ver qué pasaba. Yo recordé eso y no pude dejar de pensar que ese podía ser el futuro de la antigua quinceañera. ¡NOOO, NOOO! Así que hablé con él y le dije: papá, tienes que portarte bien, tienes que aprender a convivir con otra persona y sobre todo, ¡tienes que dejar que las personas duerman! Recuerda cómo estabas enfermando de los nervios a tu hija mayor, por estar toda la noche en el sillón, viendo la tele, o llamándome por teléfono. Todos no son como tú y como yo. Le dije que a su edad, viejo y loco no iba a conseguir a nadie. Que era una suerte que esa señora con hipertensión hubiese accedido a darle un poco de amor. Papá, le dije, nosotros no estamos hechos para el amor, debido a nuestra angustia ancestral, pero si tú quieres amor, pues entonces cuídalo. Me sentí muy adulta, muy seria. Hasta sentía que, de tanto estar en contacto físico y emocional con mi padre, que me salía una arruga en la frente. Mi papá me escuchó atentamente y me prometió intentar portarse bien.

VI
  Resulta - dijo el chico de Messenger - que un día estoy viendo la tele con mi mamá y vemos a la tuya, cantando en un programa. Entonces, mi madre me contó que esa señora había sido la esposa de un gran amigo suyo, del hombre que los había presentado, pero desafortunadamente, ese hombre, como su padre, había muerto. El chico de Messenger, que sabía que ese hombre (mi padre) seguía vivo, le dijo a su mamá que eso no era cierto, que su amigo seguía en este mundo. Entonces fue cuando me escribió nuevamente para que yo le pasara el número de teléfono de mi padre y así, los amigos de la juventud, hablaran.
  La madre del chico de  Messenger y mi papá se conocieron cuando tenían veinte años. Ambos eran parte de la Unión de Jóvenes Comunistas. La mejor amiga de la madre del chico de Messenger, en aquel entonces tenía quince años y también era parte de la UJC. Al conocerse la mejor amiga y mi padre, tuvieron su desvarío amoroso. Más de treinta años después, al volver a hablar los amigos, mi padre le preguntó por su amiga, la quinceañera, y ésta otra le comentó que habían seguido en contacto durante toda la vida. Entonces, le pasó su número.
  Y bueno aquí estamos, todos anonadados de cómo El gato de Monique pudo unir a dos personas y  cambiar por completo el presente de alguien. Narrando la historia de dos jóvenes que encontraron el amor pueril bajo las alas de la naciente Unión de Jóvenes Comunistas, con Silvio y Pablo de fondo  y que luego comenzarían de nuevo su historia, a las puertas del 60 aniversario del Triunfo de la Revolución Cubana, seguramente con el fondo musical citadino actual del Micha o el Chacal.

  Por mi parte, sólo me quedan los correos que me envía, a veces contándome que se porta muy bien y que a su novia no le ha subido la presión. Otras expresándome lo difícil que es dejar de ser un hombre solo, para convertirse en uno acompañado, pendiente de otro ser. Ya le dejo su muerte al destino. Aunque secretamente he comenzado a imaginar que quién sabe, quizás los dos puedan morir en una marcha del Día del Trabajador, o alguna manifestación  de esas en contra del bloqueo yanqui. Y sueño despierta en contarle a mis amigos que sí, que mi padre murió, junto a su amor quinceañero pasional, cerca de un cuadro de Fidel y miles de personas oprimidas, gritando hipócritamente “Abajo el bloqueo”. No sería una muerte melancólica ni bucólica, pero sí bizarra. Muy bizarra.  Comunista. Con olor a anciano rancio. Desagradable. Maravillosa.
Yo amo a mi padre, lo amo hasta morir. De eso no les quepa duda.

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Yuca y Pan



  En una semana me voy a la Habana. Por un lado, estoy realmente entusiasmada porque mi piel clama por humedad caribeña. Acá está tan seco el clima que mis pómulos se están agrietando. También me entusiasma la idea de ver a mis padres y a los amigos que allá continúan; siempre tienen tantas historias que contar, entre gritos de exasperación o susurros para que los vecinos no escuchen… Otro punto de mi contentura es que quizás iré al campo, a montar caballo. Todos saben  que yo, Monique, odio el campo de una manera descomunal, pero, yo, Monique, sí amo a los caballos y me he creído siempre una gran jinete. Por último, necesito dar rienda suelta a los deseos ya desquiciantes que tengo de comer yuca, mezclado con la necesidad de bailar descontroladamente durante un par de horas. La yuca y el baile se mezclan y se pegan, por el mojo de ajo, el mojo caliente, el mojo con limón o con naranja agria. Hay veces en que me encuentro con el espíritu de Lezama encima y no dejo de pensar en mi variante de almuerzo lezamiano, con congrís, con tostones rellenos, con carne de cerdo, con plátanos fritos, con camarones empanizados, con camarones al ajillo, con ensalada, con suflé,  con flan, con arroz con leche, con pudín, con buñuelos, con la tan anhelada yuca. Y lo saboreo todo como si fuera real y en esos momentos puedo entender por qué Virgilio Piñera escribió un cuento como La cena. Todo esto se dispara en mí, cuando sé que en 168 horas estaré en mi primer hogar.

Sólo me preocupa algo de mi viaje: que ahora no hay harina en Cuba. Es que a mí me gusta mucho el pan y más el de la bodega. 
¡Ay, la Habana! Esta vez con yuca, pero sin pan.

En fin, gracias por leerme.

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Para este dos mil diecinueve, yo, Monique, deseo el mal



Siempre me ha parecido que el veinticuatro de diciembre, el veinticinco de diciembre, el veintiséis de diciembre, el veintisiete  de diciembre, el veintiocho de diciembre, el veintinueve de diciembre, el treinta de diciembre, el treinta y uno de diciembre, el primero de enero, el dos de enero, el tres de enero, el cuatro de enero, el cinco de enero y el seis de enero, son los días en que las personas realmente se tragan el cuento de que se son buenas personas, y de que los demás son buenas personas, y de que todos somos buenas personas. ¡Qué bonito! Repito, ¡qué bonito!
  Comemos y comemos, como cerdos, imaginando que todo eso nos hará bien, que estamos consumiendo alegría, alegría con grasa, alegría con azúcar, alegría con verduras. Ya luego de que pasan esas fechas, comienza el proceso de desintoxicación de la felicidad. Pasamos el año con nuestras dietas, con nuestra falta de alimento, hasta llegar nuevamente a los últimos días, donde ya estamos anoréxicos de esa felicidad que nos inundó durante tres semanas. Y entonces volvemos a comer. Es el nuevo comienzo de esa bella positividad. Y es que la necesitamos.
  Particularmente, yo siempre me siento muy positiva durante esas fechas. No sé si pueda considerar que me trago el cuento de ser mejor persona, pero sí la positividad y los deseos de hacer me inundan.  Por ejemplo, estas tres semanas me las pasé encerrada en una habitación pensando en que quiero que alguien desaparezca, que le vaya muy mal, incluso, si no es mucho pedir amigo Dios, que esa persona se muera en un accidente, o consciente de que desea su muerte. Estos pensamientos los tengo el año entero, pero durante dichos días, mi petición se vuelve más fuerte, se vuelve potente, se vuelve invencible y siento que no estoy sola, que no estoy sola, que no estoy sola,  siento que estoy con Dios,  con Yahvé de los ejércitos, con el padre del bien y el mal, y que él está conmigo, confabulando, viendo cómo puede complacerme. Con una aguja que se entierre en el dedo de esa persona, con una cortada que la deje sin sangre, con una mala noticia que la destroce, con la pérdida de su alma, con una existencia podrida, con lepra, con peste bubónica, con dengue hemorrágico, con hambre, mucha hambre, con un fracaso marcado en la frente, con la fealdad extrema, con la esterilidad mental y física, con falta de luz, falta de paz, falta de amor, falta de acción, con un Tsunami que arrase con todo lo que desea. Y hoy, seis de enero, día final del ciclo de la felicidad, pido con más fuerza todo esto y lo consagro en un texto escrito para que surta efecto como un mantra.    
Qué bonito. Repito, qué bonito
Es
Estar
Lleno
De
Esperanzas

En fin, gracias por leerme. ¡Feliz dos mil diecinueve!
Les desea,
Monique

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Sobre un recuerdo que no llega a nada, pero que aun así, persiste

Photo by Gary Goremez



  Alguna vez estuve en una playa tan fría que ni me atreví a palpar el mar. En ese entonces, aun quedaba en mí cierta calidez que siento, ya no existe. En la arena, había cientos de caracolitos desgastados por el oleaje. Algunos eran tan pequeños que el viento los arrastraba y en algunos casos, los hacía volar.
  Yo recuerdo los caracoles dando vueltas, confundiéndose con la arena, jugueteando como si los caracoles fueran felices, como si la arena fuera feliz.  Y recuerdo también cómo me tumbé en la arena creyendo que la felicidad era algo palpable. Respiré profundo aquel aire que en mi nariz se volvía fuego. Sentía el mar, sentía la arena, sentía la brisa, sentía el juego de los caracoles, todo en mis manos, todo en mi rostro, todo encontrando aperturas por donde entrar en mí.  Yo tenía veinticuatro años.

  En fin, gracias por leerme

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La pobre historia de Yanpier, en el Aeropuerto Internacional de la Habana



I
  Resulta que a las tres de la tarde del lunes pasado, llegué yo a la Habana. Me fui a La Habana, porque mi marcada hipocondriaquez ya necesitaba una buena racha de médicos buenos (y gratis). Como llevaba demasiado equipaje, era necesario que fuera directo a la “pesa”, donde me dirían cuánto tendría que pagar por todo. En casi cualquier lugar del mundo, ese es un proceso (si se llegara a realizar) rápido y sin ninguna complicación. Pero en Cuba no. En Cuba, de entrada, hay que invertir una hora mínimo para ese proceso, cruzando los dedos todo el tiempo para que a la Aduana no le dé por comenzar a abrirte el equipaje y a quitarte cosas. Es toda una experiencia, ir a la pesa en el Aeropuerto Internacional José Martí. Pero bueno, no hay problema. Ya eso lo sabía, estaba preparada. Lo que no sabía era el enredo que se le iba a formar a Yanpier.

II
  Cuando llegamos, el único vuelo en toda la sala era el nuestro. Bien, poca gente. Pasé todos los filtros habituales y, después de lograr agarrar un carrito para mi equipaje, me fui a la pesa. Habían cuatro personas delante de mí: tres muchachos que venían juntos de España y entonces tenían mucho equipaje porque habían nacido tres niños en la familia y  entonces uno de los tres se había casado con una española y recién habían tenido un chama y entonces recogieron todo lo que al chama ya no le servía y entonces lo iban a regalar a la familia y entonces si no le servía a los chamas recién nacidos lo podrían vender porque eran cosas buenas, coas de marca, cosas del Corte Inglés y entonces por eso habían ido a la pesa, y una señora que no le dio tiempo contarme de donde venía porque fue la primera de la cola. Detrás de mí, había una negrona, relativamente joven que también venía de México y su profe, una señora mayor ya. La negrona y su profe fueron por algún evento deportivo. Me recordaron los tiempos en que estudié en una Institución deportiva (sí, porque Monique, alguna vez, fingió ser gimnasta). La negrona y su profe estaban ma-ra-vi-lla-das por cómo en México les vendieron tres carteras por doscientos pesos, unas carteras buenísimas, de piel de cocodrilo, pero claro de imitación, pero lo importante es que se veían súper buenas. También estaban hablando de la ropita bonita que la negrona le compró a su niña, ropa a la moda, porque su niña está bien linda. Yo, que estaba conversando con ellas, les dije, mire qué casualidad, los de adelante también trajeron ropa para unos niños que nacieron. Entonces todos se pusieron a conversar de la “ropa pa los chamas”. Como ya la conversación giraba demasiado en torno a niños, le pedí a la negrona y a su profe, que me cuidaran mi equipaje porque yo estaba enferma y necesitaba sentarme. Ahí la conversación de niños paró y la negrona bien buena onda me preguntó qué me pasaba. Ahí ya me sentí realizada. Les conté que no sabía qué tenía, que no paraba de vomitar y de tener dolores intensos en el abdomen. Que me habían dicho que tenía una gastritis muy aguda pero que ya yo sentía que tenía una úlcera. Los tres muchachos que venían de España, se compadecieron de mí, al igual que la negrona y su profe. Me dijeron que sí mi vida, ve a sentarte tranquilita que nosotros te avisamos cuando te toque.
  Fui a sentarme.
  En todo este rollo, llegó un vuelo de Rusia, donde a todo el mundo lo mandaron a revisión porque supuestamente sus equipajes estaban llenos de contrabando de ropa para vender en Cuba. Como las sillas estaban en esa parte de la cola, me puse a conversar con un señor que efectivamente, su sobrina le había pagado el pasaje a Moscú, para que trajera mercancía de allá y de paso diera el paseíto. El pobre señor me contaba con pesar, que en su condición, mucho no había tenido tiempo de conocer, pero que su prima por lo menos lo llevó a comer a restaurantes muy bonitos. El problema es que el señor era inválido y estaba en silla de ruedas. Además tenía como ochenta años. Luego, la sobrina me contó, ya molesta, que ella había pensado estratégicamente, en llevarse a su tío porque como estaba viejo e inválido, seguro en la Aduana no los molestaban tanto, pero que mira esto, al final los mandaron a revisión , de nada sirvió el viejo en silla de ruedas. A ver qué pasaba….
  En eso, la señora mayor me llamó porque ya me tocaba. ¡Qué felicidad! Máximo, en una hora, estaría con mi mamá y mi mejor amiga, contándoles todas mis historias chinas y también todas mis enfermedades. Entonces, se fue el sistema en el aeropuerto entero.

III
  Que se vaya el sistema en el aeropuerto, significa que se cayó la red. Y si se cae la red, la pesa no funciona, ni tampoco los equipos de revisión. Y ahí, en ese instante, nos dijeron, hay que esperar…. indefinidamente. La gente se empezó a poner loca.
  Pasadas dos horas, ahí seguíamos. Ya el aeropuerto estaba lleno. Un vuelo de Francia también había llegado y también estaba atrapado, como nosotros (porque la pesa…) Pero esos franceses estaban de lo más contentos, maravillados por llegar a la isla paradisíaca, cuando de repente, se siente un grito: ¡Camilaaaaaa, llama al jefe por tu vidaaaa, yaaa yaaaa, dejen eso yaaaa! Dos aduaneros, porque uno decía sí y el otro decía no, se comenzaron a pelear de una manera espantosa, justo delante de todos los franceses fascinados por llegar al paraíso. ¡Camilaaa camilaaaa, camilaaa, llama al jefe! Pero el jefe no llegaba. ¿Por qué? Porque andaba intentando hablar con Yanpier.

IV
  Yanpier es el único informático en todo el aeropuerto. Es un muchachito que no pasa de los veinte años. Blanco como un papel y con la cara llena de granos. Desde que se fue el sistema, el jefe y todas las personas que estaban esperando, comenzaron a “sofocar” a Yanpier. Venía el jefe y le gritaba. Yanpier, ¿ya se arregló? No jefe, todavía. Y ahí todo el mundo brincaba: no jodas Yanpier, qué pasa, Yanpier, oye tú no le sabes a esto, Yanpier, se te van a reventar los granos de la cara, Yanpier…. Cada vez que Yanpier revisaba la pesa, una avalancha de chistecitos mezclados con gritos del jefe, caían sobre el pobre Yanpier, que ya estaba rojo. Hasta que no pudo más y reventó. Ahí fue que nos enteramos que él era el único informático en todo el aeropuerto, pero lejos de causar lástima, comenzaron molestarlo más, hasta que Yanpier soltó un último grito de desesperación y se encerró con llave en su oficina. El jefe fue a ver si Yanpier le abría la puerta (¡Yanpier, abre la puerta, Yanpier! Nada. Yanpier estaba tranca’o como un caracol. Entonces, el jefe mandó a llamar a la psicóloga del aeropuerto, a ver si Yanpier quería conversar con ella, pero nada. La psicóloga le tocó la puerta y le dijo, Yanpier, abre por favor, mira que tengo a tu mamá al teléfono. Eso fue suficiente para que el aeropuerto entero se viniera abajo de la risa. Al final, Yanpier abrió y entraron el jefe, la psicóloga y la llamada de su mamá. Y en eso, la pelea afuera. Aparte, la sobrina del señor en silla de ruedas discutía con otra aduanera, porque a su tío le estaba bajando la presión y que necesitaban que la dejaran salir para comprarle un juguito al viejo. Pero el viejo a mí me dijo que él se sentía bien, que era una estrategia para que ella saliera y le dejara a la persona que los estaba esperando afuera, todas las cosas que traía escondida debajo de la ropa, en los bolsillos, etc.
  Dos horas después (ya cuatro en total), los dos aduaneros, que ya se habían reconciliado, informaron que…. ¡Yanpier, había solucionado el problema! Yanpier salió. Pero las burlas siguieron y todo el mundo empezó: vaya, vaya Yanpier, ¿ya hablaste con tu mamá? ¿Ya diste “pie con bola”? Y Yanpier se volvió a encabronar. Entonces, el jefe le dijo que le daba el resto del día libre para que se relajara. O sea, iban a dejar el aeropuerto sin informático. Pero no importa, Yanpier se lo merecía. Necesitaba ver a su madre.
  Como yo era la primera, pasé rápido a la pesa. Le dije a la muchacha aduanera que por favor, que terminara rápido conmigo porque yo tenía una úlcera casi mortífera, que posiblemente ya fuese cáncer, y que ya necesitaba ingerir alimento y mis medicamentos, o podía sufrir un desmayo. La muchacha de la aduana se compadeció de mí, como la negrona, su profe y los tres muchachos. Me dejó salir rápido. Dije adiós a todos.
  Pasando la puerta, el golpe de calor, la humedad rizándome el cabello, el olor a cigarro popular, el ocaso todo bonito. Ya eran las siete y media de la noche. Agarré mis cosas y muerta de la risa, comencé a caminar hasta encontrar un taxi que me llevara a mi casa. Con mi mamá. Como Yanpier, con la suya.
  A mí nunca se me olvida que soy cubana. Y cuando voy a Cuba, menos que menos se me olvida que lo soy. Esa mezcla insólita de enojo, desesperación, cinismo, calor y ataque de risa, esa mezcla que se da al mismo tiempo, no gradual, no una primero y otra después, sino al mismo tiempo, sólo la he sentido allá.

 En fin, gracias por leerme.

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Sobre una tarde en Beijing, con un chino viejo.

                   Artwork: Goremez

 Una tarde en Beijing, a la hora del té, me senté en una mesa con un chino viejo que ya tenía delante su termo con agua caliente y su mezcla de cebada  y de jazmín lista para saborear su infusión. El chino no hablaba español. Yo no hablo mandarín. Aún  así , conversamos  de esa manera en que se conversa con el cuerpo y con el alma.
 El chino me contó toda su vida. Me contó su infancia. Me contó su adolescencia. Me contó su casamiento. Me contó sobre su esposa. Me contó sobre su único hijo. Me contó cómo decidieron  tener otro hijo, a pesar de que estaba prohibido. Me contó cómo pensaban no registrarlo y cuando fuera lo suficientemente  grande, sacarlo del país primero a Rusia, intentando atravesar el río Pinyín. Me contó que se les murió a los tres meses, mientras viajaban en tren. Me contó que tuvieron que llevarlo muerto todo el trayecto. Me contó que nadie se enteró.Me contó que el hijo que sí vivió, hoy trabaja en una tiendita  turística cerca de la Ciudad Prohibida. Me contó que tenía una nieta con  un nombre que no puedo pronunciar. Me contó que  era muy muy feliz. Nunca me dijo su edad. Ni la de su mujer. Ni la de su hijo. Ni la de su nieta.
 A todas estas, ya casi terminaba el té. Yo, como concluyendo la plática, le expresé lo bien y contento que había él llegado a esa edad, lo bien que había llevado su adultez. Igual concluyendo, entre señas y sonidos raros, me explicó algo: que la adultez sólo funciona si pretendes ser feliz, si finges ser feliz, si sonríes para ser feliz. Y me explicó que hay dos opciones ante esto: o terminas creyendo fielmente que eres feliz, o tomas mucho té de cebada y de jazmín, para que la rabia acumulada no afecte tu salud.
 Al final, le enseñé a decir Adiós en español y él me enseñó a decir Adiós en mandarín. Sonreímos ambos, felizmente.

 En fin, gracias por leerme.

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El animal que me está persiguiendo


                                                                Artwork: Tepal-tetl

  
Está todo el tiempo caminando detrás de mí, o sobre mi espalda. Pesa tanto que ya siento una joroba. Cuando me enderezo, me abre la boca a la fuerza y se me mete dentro y se instala en mi intestino grueso. Hay gente que me ha dicho, es la soledad. Otras me han dicho, es la angustia ancestral que heredaste de tu padre. Mi amigo, el cura, me dice que tengo detrás a los cuatro jinetes del apocalipsis; que estoy condenada, que vaya más a la iglesia a confesarme y no a conversarme. Mi madre, que es santera, no le importan las causas, sino el efecto y quiere bañarme con hiervas que dan comezón y limpiarme con un huevo.
  Yo quiero eliminar a ese animal que me agarra como diversión de niños, entrando y saliendo cada vez que quiere. Sé que la culpa es mía, pues fui yo la que caminé a su encuentro cuando escuché que algo me susurraba: muchacha, muchacha, acércate, hagamos un trato. Y me llamó la atención sentir su aliento, mezcla de azufre y pasto mojado. Y me llamó la atención que me propusiera cosas tan interesantes. Y me llamó la atención que las cumpliera. Y me llamó la atención que soplara el aire. Y me llamó la atención que se me fuera el enojo. 
  Tanto me llamó la atención, que en un momento de credibilidad ante la maravillosa vida, comenzó a perseguirme. Y cuando se aburrió de caminar, sacó sus garras, me las encajó en la espalda, y se pegó a mí con su cuerpo viscoso. Como el empacho cuando se me pega. Como las ventosas cuando se me pegan. Como los perros cuando se me pegan. Como la fe cuando se me pega. Qué desagradable.

  En fin, gracias por leerme.

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Sobre algo que (quizás) es hermoso en este mundo

                                          
                                                               Artwork: Dara Scully


  Hace cinco días, a un amigo el dieron un disparo en el vientre y le cortaron un pedazo de intestino. Hace cuatro días, una prima estuvo abortando un feto, una madrugada entera. Hace dos días, mojaba yo el asfalto con sudor, que goteaba mientras corría para bajar calorías. Hace tres horas, una de mis hermanas me hablaba, intentando expulsar la tristeza que sentía porque extraña a mi sobrina.

  Cuando el pedazo de intestino, el feto, el sudor y la tristeza tocan el suelo, la tierra los absorbe, los nutre y los vuelve árboles, o flores. Cuando se queman, inundan el aire, y entonces los respiramos; los respiramos a todos. Cuando llegan al fondo del mar, se vuelven algas que se esparcen por todos lados y que se comen los peces, peces que luego comemos nosotros.

  Al final, nada desaparece completamente. En este mundo, nada desaparece completamente. Eso es algo hermoso.

 

  En fin, gracias por leerme.

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Sobre todas las cosas que, en menos de veinticuatro horas, son Azúcar Amargo, o sobre la desesperación porque mis amigas escuchen mi reflexión



  Hoy me he detenido a escuchar una canción de esas que jamás escucharía. Y he reflexionado. Y he descubierto en esa rola, cargada de cursilería, una revelación. Una de esas que son evidentes, pero que hace falta escuchar de otro (o por lo menos me pasó así). Y he querido compartir mi revelación a mis amigos. He llamado a todos, sin importar el país, sin importar la hora, porque las reflexiones hay que compartirlas. Pero nadie me ha hecho caso. Todos se reían de mí. ¡Oh , Oh, qué triste mi vida solitaria! Y sólo porque la canción es horrible. Muy popular en los noventa, puedo decir, que Azúcar Amargo me ha hecho pensar sobre todas las cosas que en menos de veinticuatro horas cumplen ese precepto.
  De las diez de la mañana a las once y cuarenta y tres de la noche, de un sábado, enumeraré todas las cosas que han sido Azúcar Amargo.
  Azúcar amargo fue mi despertar: porque amé abrir los ojos, pero odié pensar que llevo veintisiete años abriéndolos de la misma forma porque los tengo muy chinos.
  Azúcar amargo fue hablar una hora con mi tutor de tesis: porque platicamos sobre los cambios que debía hacer a mi tesis, pero a la vez, disfrutaba enormemente escuchar cada una de las correcciones.
  Azúcar Amargo fue el cigarro que placenteramente  fumé, con el estómago totalmente vacío y mi gastritis intensa.
  Azúcar Amargo fue el café Cappuccino  que tomé, de esos de paquetitos de treinta y ocho pesos.
   Azúcar Amargo fue ver en Facebook, un recuerdo que mi sobrinita compartía: éramos nosotras dos, en un almendrón de la habana, moviendo la cabeza al ritmo de una canción horrible de reggaetón: porque sentí la contradictoria sensación ante la cercanía de la temporalidad virtual y la agonía ante la lejanía de la real.
  Azúcar Amargo fue luego hacer video llamada con ella: y la misma y contradictoria temporalidad me consumió.
  Azúcar Amargo fue casi llorar por las calorías, a la vez que devoraba un plato de pasta con tocino y crema,  un trozo de pastel azteca y un poco de cochinita pibil.

(Y todavía no llego a la una de la tarde)

  Azúcar amargo fue ir por otra cajetilla de cigarros porque ya había terminado la otra.
  Azúcar amargo fue caminar por el centro mientras llovía.
  Azúcar Amargo fue comprar muy entusiasmada, dos pulseras para mi hermana y no podérselas dar yo.
  Azúcar Amargo fue pensar en que seguramente, lo que sentía Hanna Arend por Heidegger, era Azúcar Amargo.
  Azúcar amargo fue llegar a casa y ver que la gotera insoportable de la ducha estaba ahí presente: porque significaba que había agua.
   Azúcar amargo fue escuchar música y bailar sola, sabiendo que tenía que terminar un ensayo.
  Azúcar Amargo fue disfrutar escribir el ensayo y analizar hermenéuticamente esta canción, cuando sé que lo más probable es que deba quitarlo si quiero obtener la máxima calificación.
  Azúcar Amargo fue saber que mi amiga, en Canadá, por ir a una feria de tulipanes, se requemó el brazo (también azúcar amargo para ella)
 Azúcar amargo fue ponerme una mascarilla de bicarbonato en el rostro y sentir que se me quemaba un poco la cara.
   Azúcar y amargo fue compartir con mis conocidos, esta canción reveladora, y que todos se rieran.
   Azúcar Amargo fue lo que le ocurrió a mi amiga colombiana, que escuchando la canción, lloraba… de risa.
  Azúcar amargo es saber que esto sólo lo entiendo yo, porque soy un gato y me llamo Monique, pero aun así lo publicaré.
  Azúcar Amargo fue poner tres canciones y volver a repetir Azúcar Amargo y luego tres canciones más y así hasta el cansancio.
  Azúcar Amargo fue saber que debo tener a los vecinos locos repitiendo la canción, y que por eso pongo tres rolas de por medio, para que no quede tan loca yo.
  Azúcar Amargo fue escuchar que la chica de Azúcar Amargo, canta que se deshará, que por dentro se deshará, de dolor pero no dará, por pararle ni un solo paso.
  Azúcar Amargo fue sentir que arde la panza, por esa, la gastritis intensa y aun así, fumar el último cigarro de mi cajetilla.
  Y esto, hasta las once y cuarenta y dos.
  ¡OHHH, OHHHH! ¡Pura filosofía! ¡Pura filosofía! Todo es azúcar Amargo. Pero aun así, siempre tenemos la responsabilidad, o al menos, la posibilidad, de tomar una postura dentro de la contradicción
  Esta canción, definitivamente, la escribió Blaise Pascal. O Simone Weil. O Blaise Pascal. O ambos, en esos rejuegos de la temporalidad. Estoy segurísima.

  En fin, gracias por leerme.


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