Sobre un recuerdo que no llega a nada, pero que aun así, persiste

Photo by Gary Goremez



  Alguna vez estuve en una playa tan fría que ni me atreví a palpar el mar. En ese entonces, aun quedaba en mí cierta calidez que siento, ya no existe. En la arena, había cientos de caracolitos desgastados por el oleaje. Algunos eran tan pequeños que el viento los arrastraba y en algunos casos, los hacía volar.
  Yo recuerdo los caracoles dando vueltas, confundiéndose con la arena, jugueteando como si los caracoles fueran felices, como si la arena fuera feliz.  Y recuerdo también cómo me tumbé en la arena creyendo que la felicidad era algo palpable. Respiré profundo aquel aire que en mi nariz se volvía fuego. Sentía el mar, sentía la arena, sentía la brisa, sentía el juego de los caracoles, todo en mis manos, todo en mi rostro, todo encontrando aperturas por donde entrar en mí.  Yo tenía veinticuatro años.

  En fin, gracias por leerme

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