Ya van como siete veces que me
invitan a un lugar a donde van puros tontos. Es una especie de fiesta, en la
cual todo es rojo: las paredes son rojas, el techo es rojo, las sillas son
rojas, las mesas son rojas, los vasos son rojos, las luces son rojas, las
hormigas son rojas, los bocadillos son rojos, las plantas son rojas, la gente
también es roja.
La primera vez que fui lo hice por
puro morbo, porque ya saben que soy muy curiosa y también saben que me gusta
juzgar a las personas y discriminarlas y burlarme de ellas y hacerlas sentir
mal. En general, la gente no sabe eso de mí, pero yo sí lo sé de mí y eso lo hace
más divertido. El resto de las veces, me parece que he ido porque, como mismo
me gusta hacer sentir mal a las personas, también me gusta hacerme sentir mal a
mí misma. Es una especie de castigo por las cosas malas que hago. También es un
lugar donde pongo mi paciencia a prueba, con los demás y conmigo misma. A veces.
Y bueno, imagínense que a alguien
como yo la inviten a un lugar así. Literalmente, recibí un mensaje de un amiguito
que decía: ¿quieres venir a una fiesta de tontos? Y yo respondí que sí, que claro. Me pasó la
dirección y yo llegué.
Como se esperaría de una fiesta de
tontos, no de idiotas, sino de tontos, no hay mucho que contar. La diferencia
entre un idiota y un tonto es que el idiota está lleno de idiotez. Idiotez
risueña, idiotez depresiva, idiotez creída, idiotez, idiotez, idiotez, que es
extremadamente interesante. Al final, lo importante es estar llenos de algo, aunque
sea de porquería, pero estar llenos de algo. Pero los tontos están vacíos. Creo
que por eso hacen sus fiestas de color rojo, porque el rojo es un color
intrusivo y puede hacer parecer que algo está lleno. Entones, desde la primera
vez que fui, hasta esta última, las fiestas de tonto solo eran soportables por
la música. La música es buena. Según entendí, le pagan a alguien para que les
haga un playlist y ponerlo en sus fiestas. Habitualmente, converso con muchas
personas a la vez y siento que mi nivel de atención es más profundo, porque
siempre intento sacar algo interesante de lo que dicen en esas fiestas, pero
nada. Luego me pongo a bailar y como todos son tontos, se ponen a bailar
conmigo, pero con un paso descoordinado y una sonrisa tonta. Me recordó, de
repente, a cómo bailan las personas con Síndrome Down, pero estas últimas
tienen más estilo. Ellos viven en otra dimensión así que todo lo que hacen es
cool. Los tontos, simplemente, no tienen ritmo. Pero bueno, igual todos
bailamos, sosteniendo nuestros vasos con alcohol. Y así puede ser toda la
noche, hasta que digo adiós y me largo.
Todos los tontos son amigos, por
eso siempre van los mismos a las fiestas. Ya ellos consideran que yo soy su
amiga, porque siempre voy a las fiestas. Incluso, me consideran más importante
en la fiesta de tontos que el amigo que me invitó. Él llegó ahí, porque se
estaba cogiendo a una tonta, y ella lo llevó. Cuando dejaron de tener sus
citas, mi amigo no fue más a las fiestas, pero yo sí continué yendo, creo que
por eso de denigrar a las personas, creo también que por eso de poner a prueba
mi tolerancia, y creo también que por eso de que no tengo apenas amigos y
aunque no es una situación que quiera cambiar, igual el ser humano es un ser de
contacto. Entonces, hago contacto con los tontos. Es más fácil. Y al parecer,
ya tengo muchos amigos. Amigos rojos. Amigos tontos.
Pero lo que quería contarles es
que a esta última fiesta llegó un nuevo tonto. Se aceró a mí y me preguntó, ¿eres
humana o eres un extraterrestre? Yo le respondí que era humana; luego le
pregunté, ¿y tú? Él me respondió que también, pero que había venido a esta
fiesta porque le dijeron que era una fiesta de extraterrestres. Solté una
carcajada, pero luego me di cuenta de que él hablaba en serio. ¿Oye, pero te
refieres a que aquí viene gente rara? Porque aquí lo que viene es gente tonta.
– No, no, a mí me dijeron que acá todos eran extraterrestres, que siempre
llegan por un ovni que está en Atlixco. Ya yo fui a verlo. ¿Y tú? ¡Candelaaaa, este está tostao del cerebro! –
fue lo primero que pensé. Luego, reparé en que tenía un acento raro. ¿Y de
dónde eres? – Soy de Islas Canarias, vine a hacer un intercambio acá a la
UDLAP, pero me dijeron que aquí había extraterrestres. Niño, que yo sepa aquí
no hay extraterrestres. Aquí lo que hay es un montón de mexicanos; a no ser que
eso signifique extraterrestre, aquí no hay más nada. Oh ya, bueno, quizás sí
haya y no sepas. Tú tampoco pareces de acá. Obvio no, soy cubana y no soy tonta
– quería decirle, pero me limité a decirle que era cubana. – Bueno, ve a
preguntar si hay extraterrestres y al rato me dices.
Salí a fumar (porque ya ni entre
tontos se puede fumar en un lugar cerrado), vi cómo unos tontos fumaban mota,
me brindaron, dije que no, que gracias y se acercó alguno a hablarme sobre lo
bonito que son los gatos y los perros. No sé si fue por la conversación con el
español tostao del cerebro, o si ya el alcohol me estaba haciendo efecto, pero
comencé a percatarme de que el chico tonto que me hablaba de perros y gatos,
como que hablaba raro, como que estructuraba las oraciones de una manera muy
particular. Luego, me puse a hablar con otro y sentí lo mismo. Y luego con otro
y lo mismo. Siempre lo mismo. Me empezó a dar un ligero ataque de pánico porque
pensé que quizás era real eso de que en esta fiesta todos eran extraterrestre y
por eso todos eran como tontos, como vacíos. Quizás, estaban vacíos porque no
podían pensar como yo, que era humana. Quizás, yo era la tonta, por no ser como
ellos y hablar de cosas aburridas, pero que quizás, en el mundo extraterrestre
eran interesantes. Empecé a transpirar más fuerte y sentía cómo el pánico iba
extendiéndose por todo mi cuerpo. Me concentré, respiré profundo, llamé a Dios,
que ya saben que es mi amigo, pero no respondió, el maldito. Me senté en una
silla y apoyé la cabeza en una mesa. La mayoría de los tontos estaban hablando
entre ellos, cosas tontas, y de vez en cuando, movían sus cuerpos mexicanos, o
ya no sé si extraterrestres, intentando coordinarse con la música. Empecé a
notar que, en realidad, todos se parecían, tenían la misma forma de la cara y
las mismas extremidades, medio regordetas. Mi alteración subía por minuto. ¿Y
si me quieren abducir? ¿Y si me violan y tengo un hijo extraterrestre, o tonto?
¿Y si todo fue un plan del ligue de mi amigo, para que nos abdujeran a los dos?
¿Y si a mi amigo ya lo habían abducido? Le marqué, pero tampoco respondió, el
otro maldito. Me levanté de la silla y comencé a buscar al español tostao de la
cabeza, o quizás no estaba tan tostao nada y sí tenía razón. No lo vi. Al
parecer se había ido. Ahí mi ansiedad subió más todavía y me puse a pedir un Uber
para irme. A lo mejor eran
extraterrestres en serio y los extraterrestres son así como tontos, pero los extraterrestres,
aunque parezcan tontos, pueden matarte de una forma dolorosa, o pueden hacer experimentos
contigo. Yo no tengo problema con que me maten, pero no me gusta el dolor
corporal, tengo el umbral del dolor bien bajo. De repente, me percaté de que le
estaba diciendo todo esto al tonto que me había estado hablando antes del
perrito y del gatico y me puse más nerviosa, más nerviosa, más nerviosa, porque
el chico tonto o extraterrestre sólo se reía, con su mirada tonta o mirada de extraterrestre,
y no se impactaba por mis palabras, pero luego me di cuenta de que también estaba
diciéndole todo esto a él, cuando
pensaba yo que lo estaba pensando. De veras, me sentía desquiciada.
Vi que el Uber estaba a cuatro
minutos. Y prendí otro cigarro.
Tres minutos.
Prendí otro cigarro.
Dos minutos.
Seguía yo con el mismo cigarro.
El Uber se adelantó y llegó.
Me monté y me fui.
Al otro día, mi amigo me respondió
la llamada. Le conté todo este trip. Me dijo que si me había drogado. Le dije
que claro que no. Me dijo que quizás alguien me había drogado. Que los tontos,
como son tontos, suelen hacer esas cosas. Yo le respondí que esa era una
posibilidad, pero que no recordaba haber tomado del vaso de nadie, que él sabe
que los tontos me daban un poco de asco. Le conté que no volví a ver al chico
español tostao de la cabeza. Mi amigo sólo se reía, no como tonto, pero se
reía. No me creía nada. Es que tú tienes mucha imaginación, Monique. Escribes
libros, escribes crónicas, estudias filosofía, demasiadas cosas locas que ya te
tostaron la cabeza a ti. Quizás, tienes razón - le dije, pero de boca para
afuera, porque, de cualquier forma yo, en esta última fiesta, encontré un
patrón muy marcado entre todos los tontos, un patrón que iba más allá de su
tontería. Era algo físico, hasta un poco desagradable. Algo en sus dedos, algo
en sus cuerpos. No sé explicarlo.
Ayer conversaba con otro amiguito
y me decía que su tía sabe mucho de extraterrestres y que, al parecer, aquí ha
habido muchos avistamientos.
Yo no le conté mi trip. La verdad,
me dio vergüenza, para empezar, decir que yo iba a fiestas de tontos. Sólo
escuché todas sus historias paranormales.
La fiesta de tontos fue hace como
un mes y yo sigo pensando en eso porque sea lo que sea, hay algo que me
molesta. Que yo siempre tuve fe en el más allá de las cosas, sea un más allá
con Dios, el Diablo y toda la pandilla religiosa, sea con los ovnis, las naves
espaciales, los planetas y los agujeros negros. Siempre pensé que quizás, en
otro lugar me iban a gustar más las cosas. Pero si en realidad los de la fiesta
tonta eran extraterrestres, la hipótesis de Leibniz de que este es el mejor de
los mundos posibles, se vuelve, dolorosamente cierta. Significaría que la
tontería trasciende al alma humana. Que la tontería es y siempre será. También,
podría significar que yo soy insoportable en este y en todos los mundos
posibles. Monique la pesada, Monique la pesada. Eso también podría ser. Pero ya
saben que me creo muy inteligente, culta y profunda. Entonces, por mucho que lo
escriba, no me cabe en la cabeza. El problema no soy yo. El problema es la
tontería universal. Y el color rojo.
En fin, gracias por leerme.
Pobrecita.