
¡¡Ay “la wiffi”!!! Eso
sí es surrealismo. Surrealismo puro. Y no al estilo Dalí. Ni al de Breton es un bebé. Ni al de Memorias del subdesarrollo. Ni a las del desarrollo. Ya conocía de los
avatares de la conexión. Porque ya estaba habituada a hablar por Imo con mi sobrina. Y porque también mi
madre me llamó un día y lo único que
podía ver era su nariz. Sabía que era complicado. Sabía que era loco.
Pero cuando llegué a la Habana estas Navidades, Papá Noel me tenía ese grato
regalo. El de tenerme que conectar obligatoriamente para decir hola a los
amigos, para ver las novedades de la universidad, para cerciorarme de que no se
hubiesen comido mis chocolates, bien guardados en mi departamento, y por
supuesto, para publicar el post. Entonces, como solía hacer en mis otros viajes
a La Habana, escribí mi post el sábado, y el domingo, como toda buena bloggera,
me fui a la Lisa, a casa de mi padre y mi sobrina, a conectarme, casa
privilegiada porque tiene ese ciber-monstruo. Entonces empezaron los problemas.
Imposible acceder a nada. Ni a las redes, ni al blog, ni al mail… Dos horas
esperando, a ver si algo abría por gracia de Dios divino y amigo. Pero todo fue
en vano. Tras un ataque de histeria y desesperación, me fui al parque que hay en frente, donde está la mejor
conexión wiffi de la Habana. Para conectarte necesitas comprar una tarjeta que
por el “módico” precio de dos cuc (dos USD, más o menos), tiene uno derecho a
conectarse una enterita y maravillosa hora. Pero el tráfico en la Habana es como
la red de prostitutas de Yarini, así que sin mucho trabajo, encontré a un chico
que por el igual “módico” precio de dos cuc más uno extra, me vendió la
tarjeta. Gracias mi amiguito – le dije y me senté.
De más está decir que
ese lugar estaba repleto de gente. Personas con laptops, con tablets, con
celulares y para mejorar el servicio, un chico con unas mesitas y varias
computadoras, te oferta que, si no tienes nada de eso, pues te conectas de una
de sus computadoras y ya, solucionado el problema, claro, eso por el “módico”
precio de dos cuc más uno más uno. Pero bueno, el punto es que me senté y me conecté
sin problema alguno. Esa noche fue la menos interesante. Porque, la verdad
nadie vino a hablarme, pero yo, como buen gato, pude observar, cómo, a pesar de
que todos andaban muy concentrados en sus asuntos, siempre una miradita hacia
al lado estaba, para ver qué hacía el otro ciber navegante. Pero como ahora yo
soy “extranjera”, la verdad que ni le hice caso a las miradas y me concentré en
lo mío y en los míos del otro lado. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, mi sagrada
hora de internet se acabó.
Yo me fui a Cuba con la
firme convicción de conéctame sólo lo necesario. Porque quería “desintoxicarme”
un poco de la enajenación que provocan las redes. Pero no sé cómo, al otro día
terminé de nuevo conectada, pagando tres cuc. Ahora en otra wiffi, en una del
Vedado, en el medio de la Rampa. La Rampa, para que entienda quien no ha ido a
la Habana, es una calle larga. Ya. No un parque, no un café. La calle. Y ahí,
en un muro vacío, entre tantos navegantes, me senté y me conecté de nuevo. Esta
vez la cosa fue distinta. Primero fueron los gritos de la gente hablando por Imo. Ahí me enteré de varias cosas: que
un paquete que mandaron de Ecuador no llegó. Que el par de zapatos que le
mandaron a Camila para los quince le quedaron chiquitos y entonces los
vendieron a veinticinco cuc y ahora hacía falta que mandaran veinte cuc más
para comprar otros. Que la hermana de una vieja de Maisí, era una descarada
porque decía que no tenía dinero y ella había visto por Imo que tenía una tele grandísima y un montón de pares de zapatos.
Que Tito seguía en Costa Rica, ahí, “embarcao”, pero que ni loco volvía pa
Cuba. Que a lo mejor los mandaban a todos pa México. Y también me enteré de un
lío con una herencia en Miami. Porque el viejo, pobrecito, se había muerto pero
el testamento lo dejó a nombre de una sobrina que nunca se ocupó de él y ella
(la que estaba haciendo el cuento), le
había limpiado hasta el culo al viejo cuando
estaba en Párraga. Y que de madre, que venga esa sobrina a disfrutar la
casa ahora. ¡Pobre sobrina, lo que le cayó encima! También escuché
conversaciones más profundas. Por ejemplo, había un chico que estaba aplicando
a una beca como hice yo, y que no le alcanzaba el dinero para pagar los
trámites. A mí eso me dio una lástima,
que estuve a punto de decirle, mijito, a
ver, pide prestado, pero no, como ahora soy “extranjera”, me comporté bien
y recordé la canción de Lady Gaga: Poker
face y entonces, con mi cara de póquer, continué escribiendo, escribiendo
porque ¡ni loca me ponía yo a hacer Imo
ni a mandar mensajes de voz! Yo sí no quería que nadie se enterara de mis
asuntos. Mis asuntos son míos. Son privados. Yo, las cosas que escuché, fueron
porque era inevitable. Porque la gente en Cuba no habla, grita. Y bueno, ¿qué
iba a hacer? Como a la media hora de estar hablando con mis hermanas, me
pidieron que les enviara una foto. Y ahí fui yo, a tomarme una instantánea y
mandarla. Y cuando me disponía a hacerlo, vino el de al lado y me dijo: - oye,
la fotico esa te quedó movida. Ven dale que te la voy a tirar yo pa que te
quede mejor.- Y ahí vino, a quitarme el celular y hacerla. Luego la miró y me
dijo, - no quedó muy bien. Mira mejor tíratela tú misma desde arriba. Así hago
yo.- Me quedé en una pieza. ¡Pero qué clase de loco! Igual le agradecí y seguí
en lo mío, con mi cara de po po po poker face, ma ma m ama, a lo Gaga…Y cuando
vine a ver, ¡se me acabó la hora!
En ese momento me dije a mí misma: A, no más conexión. Pero al otro día
terminé en el mismo lugar, tirada en el suelo, con mi laptop, sudando como un
ruso en África y publicando el post. Y de paso, de nuevo, llamando a los míos. En
ese punto ya el cubano se me empezó a salir, y aunque continuaba con mi cara de
póquer, comencé a mandar mensajes de voz. Claro, me puse los audífonos para que
al menos la gente no escuchara lo que me decían a mí. Pero igual en una de
esas, hablando de algo privado con mi hermana, viene el de al lado, me toca el
hombro y me dice, - ¡oye, no cojas lucha, tú verás cómo todo se resuelve! ¿Qué
iba a responder yo a eso? Un simple gracias, un ojalá y de paso me dijo que si
le podía tomar una foto “pa la jeva que estaba en el yuma”. Yo lo ayudé y en
eso, se acabó mi hora.
La próxima vez que me
conecté, igual desde el Vedado, fue a las once de la noche, saliendo de casa de
un amigo que vive a quince calles de ese lugar, pero no sé por qué andando y
andando, ¡llegué allá! Y, como siempre, estaba alguno que vende las tarjetas y
compré una y bueno… ya saben lo demás. Esa noche igual me puse los audífonos, y
así andaba, pero la curiosidad era mayor y me los quité para escuchar, mientras
hacía lo mío, lo que hablaban los demás. Me concentré en la conversación de una
señora que recién se había operado del apéndice y le estaba mostrando a la
hija, la cicatriz de la operación. También le dijo que no sabía por qué, se le
había infestado. ¡Cómo no se le iba a infestar si se pasaba hasta a las once de
la noche en la calle, conectada! Eso requiere descanso y limpieza. Y la Habana,
es cualquier cosa menos limpia. Pero me controlé, porque todavía me quedaba
algo de “extranjera”, algo de póquer, algo de Lady Gaga. Pero cuando no pude
controlarme, cuando la cabeza me hizo un corto circuito y no pude evitar
comentar, fue cuando la escuché hablar sobre uno de los grandes y más profundos
problemas que hay en Cuba ahora mismo. Sólo tuvo que mencionar la palabra papel higiénico ¡y ahí salté yo! Ella
le comentaba a la hija que el dinerito que le había mandado se lo había tenido
que gastar en comprar un papel higiénico que están trayendo de contrabando,
porque en la tienda estaba “perdío”. – ¡Perdío es poco señora!- le dije yo - Óigame,
que en ningún lugar.
-
Así mismo mijita, pero si te vas a una
cafetería privada ¡ahí sí que hay!
-
Exactamente. Imagínese que tengo un
amigo extranjero, que andaba por los baños de los lugares privados, recogiendo
rollitos, para luego llevárselos para la casa. Y él me preguntaba por qué no
había papel, ¡y yo qué le iba a decir!
-
Nada, ¡qué pena con tu amigo el turista!
Porque lo de este país no tiene nombre. Yo, pa la operación, necesitaba, porque
yo no sé, pero cuando te operan del apéndice dan unos deseos de ir al baño… ¿A tí
te han operado del apéndice?
-
No, no me han operado, pero a mi hermana
sí
-
Oye qué suerte tú tienes. Eso es lo
peor, la operación del apéndice, y más cuando necesitas el papel, ¡pal baño y
pa todo!
En ese momento, parece
que se le acabó el tiempo y ya yo había reservado los quince minutos que me
quedaban para la próxima vez. Entonces me puse a hablar con la señora. Sobre el
papel higiénico.
-
Imagínate tú, que el hombre los trae de
Ecuador y vende el paquete de seis en ¡diez cuc! – me dijo.
-
Pero está barato- saltó otro, que
también estaba para el chisme. Yo pagué cinco cuc por dos rollitos. Dos
rollitos. ¿Ustedes saben lo que es eso?
-
¿Y a quién tú se lo compras?
-
Yo, a un tipo que igual los trae de
Ecuador. Pero ahora se le jodió el negocio por todo el lío ese de Costa Rica.
En
eso, se vira la mujer para mí y me pregunta:
-
¿Y tú no compras papel higiénico?
-
Yo no señora.
-
¿Y por qué?
-
Es que yo ahora vivo fuera de Cuba.
-
¡Oye qué rico! ¿Y dónde vives?
Ahí
comencé a hacerle el cuento de mi vida. Y en eso estuvimos hasta la una de la
mañana que me regresé a casa, directo a hablarle a mi abuela, sobre la
situación del papel higiénico.
La
última vez que me conecté fue el treinta y uno de diciembre. En la Lisa. Para
que mi papá pudiera saludar a sus hijas y a su nieta. Quedamos en vernos en el
parque. Cuando llegué, él estaba hablando con otro viejo sobre yo qué sé. Ese
es otro grupo: los que van al parque no a conectarse, sino a enterarse de lo
que hablan los demás. Luego de tantas conexiones, ya yo andaba a lo loco. Y en
el medio de la Lisa, formé tremenda gritería con mi papá y mis hermanas. Y
mensajes de voz venían y se iban. Ya sin audífonos y sin nada. Entonces, yo
trataba de explicarle a mi papá que cuando mis hermanas hablaban, él no podía
responder, sino esperar a que ellas terminaran y luego mandar un mensaje de
voz. A todas esas, el viejo aquél continuaba sentado al lado nuestro,
abiertamente escuchando todo y luego escuchando a mi papá que le contaba la
vida de sus hijas en el extranjero. Lo mejor fue, cuando, en una de esas íbamos
a tomarnos una foto para mandarla y el viejo le dice a mi papá: - oye dile a tu
hija que se quite el moco que tiene en la nariz, que parece que no se ha dado
cuenta. ¡Que no es un moco, señor! Es un septum! Un piercing!
Luego
de toda esa gritería e intercambio social (porque el cubano, hasta con internet
es sociable), nos fuimos para la casa y ¡se acabó la wiffi!
También
están los cuentos que me han hecho. Dice mi padre que un día, en la noche, pasó
por delante de un chico que le decía a su mujer: oye chica, dale, enséñame una teta, mira que aquí no hay nadie. ¿¿¿QUE
NO HAY NADIE???
También
tengo un amigo, que ha sustituido sus salidas nocturnas, por reunirse con los
socios, comprar una botella de ron e irse a conectar. Otra vez, hace un tiempo,
leí una noticia sobre un hombre que había tumbado una estatua de un héroe
nacional, porque se subió encima para ver si cogía mejor conexión. Pero lo
mejor de lo mejor fue el especial que hicieron en las noticias de la tele,
sobre la wiffi. Al parecer, para modernizar al pueblo cubano, hay un instructor
de wiffi. Entonces uno veía el video del instructor, con su playera de instructor,
con su gorra de instructor y un silbato para callar a la gente. Él explicaba
cómo conectarse. Decía: Ahora ustedes
aprietan este ícono y aquí les sale una palabra Wiffi. Aprietan ahí. Y
alrededor, se veía a cientos de cubanos haciendo lo que el instructor ordenaba.
Luego venían los comentarios de la gente, hablando de lo útil que era tener un
instructor de wiffi. ¡Ya les digo, surrealismo!
El
dos de diciembre me monté en el avión. Pero cuando iba de camino al aeropuerto
y pasé por la Rampa, no pude evitar sentir cierta nostalgia. Y es que la wiffi
en Cuba, me hace pensar en las montañas de los parques de atracciones: pagas un
montón de dinero por treinta segundos de adrenalina. Se tienen sentimientos
encontrados. Se experimenta una felicidad infantil. Por lo menos eso sentía yo
cada vez que me conectaba. Y eso debe sentir mi sobrina cada vez que me llama
por Imo. Y mi padre. Y mi madre. Y
mis amigos: la ingenua sensación de estar fuera de la isla. La felicidad de
sentir, de alguna manera, cerca, a aquellos que están lejos. Y es la misma que
siente uno del lado acá, cada vez que suena el teléfono y es alguien de allá
que te invita a montarte en esa montaña de parque de atracciones. Y a quien
puedes expresarle tu amor, virtualmente, treinta segundos, cuarenta segundos,
dos minutos. Una hora.
En
fin, gracias por leerme.