Cuando yo era
adolescente, y supe qué cosa era el suicidio, comencé a preguntarme si la
muerte, el sentido de la muerte, era el mismo ante la muerte natural que ante
la muerte suicida.
Pero, con el
paso del tiempo, hubo más protagonistas en mis dudas. También me empezaron a
interesar los asesinados. Me pregunté, ¿acaso el asesinado, el torturado a
punto ya de morir, entiende la vida de la misma manera que yo la entiendo? ¿Incluso,
entiende la vida de la misma manera que antes de que lo violentasen de esa
forma? ¿Pensará en una vida donde no hay oxígeno, o algo que le entre por la
nariz? ¿El que está a punto de morir asesinado, está consciente de que va a
morir?
Esos temas
terminaron siendo mi modo de vida, mis intereses académicos. Y la inocencia de
dichas preguntas, y el deseo de saber por el mero gusto, quedó opacado por la necesidad
de entender esas cosas para poder vivir.
Actualmente,
la verdad, en lo que más pienso, con esa intensidad naïve de la adolescencia, con ese gusto sin sentido, es en quemar a
una bruja. No me pregunten por qué. Simplemente quiero quemar a una bruja. Sería
muy bonito.
En fin,
gracias por leerme.
Bien oscura esta semana.
Hola. Recientemente encontré este blog y me parece maravilloso. He leído no sé cuántas publicaciones que has hecho de un tirón. Es excelente y muy enredada tu forma de pensar y entender las cosas. Tiene ese tono que puede llegar a crear una secta.